viernes, 6 de octubre de 2017

El reloj

Dejaba a mis espaldas aquel pequeño pueblo para buscar la parada de omnibus que un momento antes, un anciano del lugar me había indicado; "junto al pequeño puente del arroyo, que ahora no suena y por eso que tendrá usted que estar atento, allí verá una enorme piedra gastada por el paso de tantos traseros que ya se sentaron en ella".

Yo solamente sonreí creyendo en su irónica verdad, y ciertamente ya a lo lejos, reconocí aquel canto sobre el que también yo descansaría mis posaderas. Un pequeño árbol sin mucho ánimo de crecer, más incluso aún no había decidido dar frutos, sí en cambio un poco de sombra que aunque escasa, aliviaba aquel calor tropical, no así tanta humedad.

El arroyo esperaba alguna tormenta de aquel infinito verano para tener algo de alegría, algo de ruido, pues marchitaba de vida alguna. Por sus huellas de sedimentos observé que venían caminando en mi dirección tres enclenques niños distraídos y enredados entre alguna travesura. Dos de más envergadura que el tercero, rezagado y cabizbajo, entre aburrido y pensativo. Mejor lo primero.

Eran de tez oscura y seguro que de corazones claros pues ya llamaban la atención desde lejos. Sus camisas desnudas abrigaban sus sucios cuerpos y sus caras sujetaban tan solo algunos churretes de esa misma mañana.

Ya curioseaban de lejos a aquel señor sentado en el canto de la parada del omnibus. Pensarían qué es lo que podría hacer o en qué se podría entretener alguien que deja su culo por no sabemos cuanto tiempo sobre una roca caliente y sin nada que decir o en qué cosa entretenerse. Pero ya llamaría su atención que ese señor estuviera con algo que habían escuchado que se llamaba libreta y sobre la que, supuestamente con un palo mágico, podía anotarse cuánto se quisiera en ella. Cuando uno lo necesitara bastaría volver a mirarla para recordar cosas que incluso ya habías olvidado que estaban ahí.

"¿Es verdad que ahí se puede colocar todo cuánto uno quiera y se le pase por la imaginación?". Preguntó el primero de los niños.

-- ¡Sí, y a mi me han dicho que incluso con colores!-- , añadió seguidamente el segundo de ellos.

El tercero, el más pequeño, olisqueaba la mochila y ronroneaba para sus adentros cual gato que busca el acomodo de su cuerpo. Así no tardó en colocarse en un lateral del canto, dando disimuladamente alguna patada a mi mochila (invisible a mis ojos según él), y así saber el contenido, más bien el peso de la misma.

"Mi hermano dice, que qué lleva en esa bolsa". Dijo el primero, el mayor, refiriéndose al gesto del mocoso de mi lado.

-- Pero, ¿cuándo ha dicho eso tu hermano?. Si no ha hablado..., le dije siguiéndole el juego.

"Ahora no, pero me lo preguntó esta mañana". Ahí seguía con su estrategia.

-- Pregúntale entonces esta noche si le gustan las almendras, que quizás aún guarde algunas para alguien de este pueblo --.

"Se lo preguntaré, y también se lo diré a él", volvió a decir (señalando al segundo, callado y subordinado).


Al poco, los dos primeros corrían hacia dentro de la aldea con un sabor nuevo y amargo en sus gargantas y unas pegajosas manos provocadas por algún caramelo que aún guardaba en mi mochila. El pequeño haraposo de mi lado, contenía y jugueteaba aún con algo viscoso en el cielo de su boca, que chasqueaba haciendo los ruidos que le venían en gana.

"¿Y qué lleva ahí en su mano?", comenzó a hablar el pequeño de todos.

-- Un bolígrafo con el que relatar historias. ¿Quieres que te cuente alguna?. --

"No hablo de ese palo. Digo, lo otro", volvió a indicar.

-- ¿Esto? -- le contesté --. Esto es un reloj. Es una pequeña máquina que cuenta el tiempo y te ayuda a saber cuándo tienen que ocurrir determinadas cosas, o cuándo es el momento de ver a ciertas personas, o incluso te dice que ha llegado la hora de comer.-- 

"¿En serio?", preguntó el pequeño asombrado. "¿Eso es verdad, o es una historia que estás ahora mismo poniendo en esa cosa y con ese palo?". Volvió a preguntar en alusión a mi libreta y al bolígrafo.

-- No es ninguna historia, eso es tan cierto como tú. Y si supiéramos cuando tiene que llegar el omnibus, imagina que fuera a las 5, estas agujas, estos palitos, ¿los ves?, se colocarían justo en la posición exacta y ahí, y en ese momento, ya lo veríamos llegar y así yo podría saber cuándo me toca irme hacia otro lugar y no estar esperando impacientemente y sin límite, -- le expliqué enseñando el reloj de mi muñeca.

"Ahhhh...., ¿Y me lo puede usted dar para mi?."

Aquel atrevimiento no lo esperaba. El pequeño parecía impresionado con ese nuevo descubrimiento.

-- Me temo que eso no puede ser,-- le dije de manera entre cortada --. Yo lo necesito continuamente, porque gracias a él, por ejemplo, sé la hora a la que tengo que despertarme todos los días, cuándo tengo que ir a trabajar y cuándo acaba mi trabajo, o el momento en el que tengo que ver a ciertas personas, o regresar a casa... y así con todo. Cualquier cosa que tenga que hacer en el día, esta maquinita me lo dice. 

¿Ves?. Estas agujas se van moviendo y en sus posiciones te dicen si es la 1, las 2, las 3...., así hasta las 12 y 59..., y entonces vuelven de nuevo a empezar. Uno con solo mirarlo, ya sabe qué es lo que le toca hacer en ese momento... --

Yo trataba inútilmente de justificar que no podía darle mi reloj, y le acercaba mi mano para volver, una y otra vez, sobre la misma explicación. Detallarle que aquello era básico para mi.

-- ¿Lo entiendes ahora?. -- Su cara boba atendía como podía.

-- ¡Espera, que tengo una idea!. Dame tu muñeca...,-- le dije mientras me acercaba a él --.

Retorcí en ella mi bolígrafo, giré mi mano sobre la suya mientras él accedía a visualizar aquella magia con asombro, y así salió una pulsera, y una esfera circular casi perfecta....

-- Cuando yo era pequeño llevaba un reloj como el tuyo. Y ahora dime, ¿qué hora quieres que te dibuje?. --

"La hora de comer, por favor, señor....". 


Fuente de Cantos, 6 de octubre de 2017. Imagen libre en la red.


        

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