viernes, 19 de enero de 2018

El robo de la inocencia

Uno de los primeros libros que cayó en mis manos para leer fue estando en mi etapa inicial escolar, siendo aún muy niño y dónde, la lectura empezaba a convertirse en obligado cumplimiento. Aunque ya ha llovido, no puedo por ello olvidar aquel libro de autor anónimo; El Lazarillo de Tormes. Cuenta en primera persona la historia de Lázaro, un niño de origen muy humilde y que tras morir su padre, un molinero ladrón, fue puesto por su madre al servicio de un ciego. Entre adversidades y algunas fortunas, Lázaro evoluciona desde su ingenuidad inicial hasta desarrollar un gran instinto de supervivencia. Es despertado a la maldad del mundo y adiestrado bajo la inseguridad y desconfianza por la que todo ciego tiene que enfrentarse a la vida.

Como parte de sus historias, y por limar un poco aquel lenguaje escrito y a veces de difícil comprensión, que resumiré un poco la anécdota del racimo de uvas y descrita por el autor en primera persona más o menos así:

"Porque fue que un vendimiador les regaló un racimo de uvas a Lázaro y al ciego para que degustaran. En eso que ambos se sentaron y el ciego organizó como racionarían aquel montón de uvas asido en su propia rama.

-- Ahora quiero yo usar con vos una liberalidad, y es que ambos comamos este racimo de uvas, y que tomes de él tanta parte como yo. Lo haremos de esta manera; tú picarás una vez y yo otra; con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva, yo haré lo mismo hasta que lo acabemos, y de esta manera no habrá engaño --, quiso aclarar el ciego.

Dicho así, comenzamos; más luego al segundo lance, el traidor mudo de propósito y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo debería hacer lo mismo. Como vi que él quebraba la postura, no me contenté ir a la par con él, más aún pasaba adelante: dos a dos y tres a tres, y como podía las comía.

Acabado el racimo, estuvo un poco con la rama vacía en la mano y meneando la cabeza dijo:

-- Lázaro, me has engañado; juraría yo por Dios que tú has comido las uvas de tres a tres --

"No, en absoluto", le dije yo, "más, ¿por qué sospecháis eso?"

-- ¿Sabes por qué veo que las comiste de tres a tres? En que yo comía de dos a dos y callabas --

Después de servir al ciego, habría otros personajes; un clérigo, un hidalgo, un fraile, un mercader..., donde con todos ellos asistirá, unas veces como espectador, otras como protagonista, a cuantas situaciones picarescas habrá de enfrentarse y donde en todas ellas, dejará para siempre un poquito de su íntegra inocencia.

La temática del Lazarillo de Tormes es moral; una crítica agria, incluso una denuncia, del falso sentido del honor y de la hipocresía. La dignidad humana sale muy mal parada de la sombría visión que ofrece el autor. Lo mismo le ocurre a la inocencia, dónde quien aún la conserva, está expuesto a lo peor que ofrecen las personas que habitan este mundo. Un mundo donde la vida es dura y, tal y como aconseja el ciego a Lázaro en la obra, "más da el duro que el desnudo", cada cual busca su aprovechamiento sin pensar en los otros, por lo que, como se dice al principio de la obra, "arrimándose a los buenos se será uno de ellos"; esto es, para ser virtuoso hay que fingir ser virtuoso, no serlo. 

Ocurre lo mismo con el hecho de ser inocente, porque tal y como le pasaba al autor de esta obra, nos sentimos cada vez más desencantados con la evolución sentimental y de valores del ser humano. Los pasos atrás en este sentido son evidentes, alarmantes. Porque cuando todavía se es inocente, implica desnudar el alma, los sentimientos, abrir el corazón y sus intenciones de par en par, y no sé yo si eso es muy recomendable hoy en día.

La inocencia sigue teniendo una enorme importancia, a pesar de ser un término prácticamente descatalogado en una civilización en la que todo tiene precio. Entonces, ¿qué es y qué representa la inocencia? ¿Para qué sirve? Lo primero que se me ocurre es que, envueltos como estamos en la confusión, ser inocente se interpreta en la actualidad como un conflicto entre el hecho de no saber de nada pero querer saberlo todo, digno de piedad o de burla. Pero quien la tiene o lleva, siempre nos la presenta como ejemplo de lo natural, de lo puro.

Hay quienes no dudan en apuntar con el dedo a quien lo es; "¡Ése es un inocente!", y en la expresión flota el sulfúrico del desprecio y la chanza. Para éstos, ser inocentes, pues, es sinónimo de ser un "tonto sin solución". Entonces para éste otro, que se da por aludido y quiere salir de ese concepto, ya solo piensa en ocultar tras su silencio, que busca desesperadamente cruzar el límite que marca la inocencia y el descaro; pasar de la inocencia a la madurez. No, a la madurez no. Quiere tachar la inocencia con actos de desvergüenza, osadía, desparpajo.... Porque no es contraria la inocencia a la madurez, o no me gustaría que lo fuera.

Quiero pensar o así me gustaría que fuera, que la inocencia esté más bien relacionada con la ausencia de la malicia. Es la máxima expresión para coronar y justificar al ser humano. Un estado que parece débil pero que su naturalidad lo vuelve solamente inofensivo. Que huye de la desfachatez y por eso que a todos nos gusta relacionarnos con personas inocentes, porque en su naturalidad, en su aún "virginidad de lo maligno", está la esencia de su persona. 

Es como nosotros cuando lo éramos, que solíamos ser auténticos, nos manifestábamos a cuerpo descubierto, sin camuflajes, sin maquillajes, vestidos de niños, sin complejos. Traviesos y aventureros, despreocupados e insolentes a veces, llenos de huellas reconocibles pues no ocultábamos nada. Y con sombras y luces, claro, pero sin manchar nunca el alma.

La inocencia olvida rápido el mal y es elegante en el aprendizaje que éste deja. Éramos inocentes cuando sentíamos curiosidad y abríamos el telón de nuestras buenas intenciones. Así éramos, así actuábamos. Con nuestra arrogancia acurrucada para sacar solo lo mejor de nosotros. Nuestro amor propio enternecido. Era como vivir con desafío e ingenuidad casi a la vez.

Pero hay a quienes no les gusta y nos someten y casi obligan a desprendernos de esa ignorancia que no hace daño a nadie, al contrario. Hay quienes no soportan que nos pertenezca, y entonces nos la roban, la sacan de nosotros, por eso hemos salido de nuestra inocencia; esta sociedad la ha robado prematuramente.

Estaría muy bien volver al pan y chocolate de los sentimientos, a la fotografía en blanco y negro de las sonrisas, a la incorruptibilidad del corazón. No estaría mal coser los trozos rotos de nuestra inocencia, recomponerla. No estaría mal recuperarla pero, esta vez guardarla bien, cuidarla, protegerla.... y como mucho, enseñarla a quienes tenemos cerca. Como mucho, comer tres uvas en vez de dos, pero solo de puertas para adentro. En la calle, tal vez aún no sea conveniente; sí en cambio, como bien se decía en el Lazarillo con eso de ser virtuoso, "para ser inocente habrá que fingir ser inocente, no serlo"....


Florianópolis, 19 de enero de 2018. Imagen del Lazarillo de Tormes libre en la red.      

2 comentarios:

  1. Si me permites un inciso en tus palabras... Considero que no estás tan lejos de la inocencia. Piensa en esta cita "Toda felicidad es inocencia", luego medita y reflexiona. Quizás el hallazgo que hagas de ello te haga descubrir que ante ella somos todos los seres humanos inocentes. Aunque busquemos o no la felicidad, ante ella, somos inocuos, puros, simples, bobos... Y no lo digo yo, esta cita es de la escritora Marguerite Yourcenar. Que por cierto, te recomiendo la lectura de "Memorias de Adriano" de esta misma autora. Libro denso y en ocasiones tedioso pero cuando finalizas la lectura te das cuenta que expresa la voluntad de vivir consciente, buscando el conocimiento interior. Algo que produce en ti, o eso interpreto o malinterpreto de tus post, curiosidad reflexiva. ^.^

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  2. A mi me gusta ser inocente....me parece una virtud en el mundo en que vivimos....entendiendo la inocencia como la capacidad de asombro que tienen los niños y niñas con los que gracias a mi profesión me codeo....Jejejejeje

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