viernes, 12 de enero de 2018

Las cicatrices

Todos sabemos o deberíamos saber que hay dos tipos de cicatrices; somos vulnerables a las heridas no solo física, sino también psíquicamente. Quien ha librado batallas, las suyas propias, nunca podrá esconder las marcas que le deja la vida. Y es que hablamos sarcásticamente de las heridas del corazón cuando ya está recompuesto; de las secuelas dejadas por decepciones cuando ya hemos sustituido a ese amigo que las causó. Tratamos de superar aquel accidente evitando volver a él con los recuerdos, deshaciéndonos de éstos ocultando esas marcas, esas cicatrices. Y es que en el fondo, siempre queremos alejarnos de aquello que nos ha marcado, nunca mejor dicho.

Leí hace mucho tiempo un artículo que vuelve a caer en mis manos, y el cual habla de todo esto y cómo se gestionan esas cicatrices dentro de la cultura japonesa, concienzuda y disciplinada con sus enseñanzas. Esta técnica tiene más de 500 años y es conocida como "Kintsugui o Kintsukuroi". Consiste en reparar las piezas de cerámicas rotas y ha acabado convirtiéndose en una filosofía de vida. Cuando una pieza de cerámica se rompe, los maestros Kintsukuroi la reparan rellenando las grietas con oro o plata resaltando de este modo la reconstrucción. 

Mediante encaje y la unión de los fragmentos con un barniz espolvoreado de oro, la cerámica recupera su forma original. Vuelve a usarse pero esta vez con cicatrices decoradas y visibles que han transformado su estética, evocando el desgaste que el tiempo obra sobre las cosas físicas, la mutabilidad de la identidad y el valor de la imperfección.

Este arte japonés de recomponer la cerámica viene de una filosofía que plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto y, en lugar de ocultarse, deben mostrarse, embellecer el objeto y poner de manifiesto su transformación e historia. Así que en lugar de disimular las líneas de rotura, las piezas tratadas de este modo exhiben las heridas de su pasado, con lo que adquieren una nueva vida.

A veces rellenamos nuestras heridas de rencor, odio, de traumas que nunca nos llevarán a ningún lado, y en la vida, a veces, las cicatrices son inevitables. No tenemos que avergonzarnos de nuestras marcas. No tenemos que taparlas, porque de ellas seguro que hemos obtenido alguna enseñanza. Depende de nosotros que las tratemos con respeto y las embellezcamos.

Se da el caso de que algunos objetos tratados con el método tradicional del Kintsugui, han llegado a ser más preciados que antes de romperse. Así que esta técnica se ha convertido en una potente metáfora de la importancia de la resistencia y del amor propio frente a las adversidades.

Por eso esta filosofía se puede extrapolar a nuestra vida actual, dónde vivimos con tantas ansias de perfección, con tanto ímpetu por aparentar solo lo positivo y agradable, que no nos permitimos mostrar nuestras cicatrices, ni tan siquiera reconocerlas como nuestras. Se ocultan los defectos, aunque desde que nacemos nos recorre una grieta. Pero debemos otorgar más valor a nuestras imperfecciones.       

Cuando las adversidades nos superan, nos sentimos rotos. A veces, es el azar el que nos lleva al punto de ruptura; otras, somos nosotros mismos, con nuestras elevadas expectativas no cumplidas y la avidez de novedad, así somos los que nos metemos en el hoyo.

Pero cada vez más se defiende la teoría de que "la memoria y la imaginación son las mejores armas del resistente". Los seres humanos tenemos una gran creatividad, una poderosa herramienta en la capacidad de concebir alternativas a la realidad. Sabemos pues recomponernos principalmente a través de nuestro amor propio, que está siempre ahí, en lo más profundo de nosotros, pero solo deben darse las circunstancias precisas para que salga fuera. 

Y cuando sale el amor propio, ya no se esconde más. La gente con esta cualidad adquiere un duro carácter, suele acostumbrarse a mirar de frente sus propias cicatrices, no las oculta, a veces incluso, se enorgullece de ellas. El querer desprenderse de las propias cicatrices supone, como poco, no haber vivido o pasado por ese momento que, seguramente, de un modo u otro, te hizo más fuerte. Aprendemos a veces más y mejor de las batallas perdidas que de las ganadas.

Hay que dejarse llevar por todo, entregarse a todo, pero al mismo tiempo conservar la calma y la paciencia. Decía Kafka que "solo hay una forma de superación que empieza con superarse así mismo".

Debemos apreciarnos tal y como somos, rotos y nuevos, irreemplazables, en permanente cambio. Aprendamos a rompernos porque solo así, descubriremos cuántas veces podemos empezar de cero con bellas y doradas cicatrices....




Fuente de Cantos, 12 de enero de 2018. Imagen libre en la red.

1 comentario:

  1. Qué gran verdad....deberíamos aprender a mostrar nuestras cicatrices....quizá así se evitaría que alguien cayera en lo mismo...
    En nuestra cultura se nos enseña que una cicatriz es un fracaso....yo creo que más bien es un aprendizaje....doloroso pero aprendizaje....

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