viernes, 20 de abril de 2018

Música para sordos

A cualquiera de mi edad, decirle que hoy es 20 de abril, supondrá que irremediablemente se le venga a la cabeza una canción muy popular de nuestra época, y de la cual se sabrán de memoria la letra, pues empezaba así; "20 de abril, del 90...". Suena, y te traslada a esa edad, a esos momentos vividos. Nostalgias y recuerdos te vienen a la mente con solo el sonido de una canción. Y hoy pensaba en el enorme poder que tiene la música, la belleza de sus composiciones, las letras, los tonos, los sonidos..., un arte que tenemos todos los días a nuestro alcance, a la hora que queramos y que está íntimamente ligado a nuestro estado de ánimo.

La música es un regalo increíble que está ahí, en el aire, y no somos conscientes del valor que tiene. Solo habría que imaginarse cómo sería este mundo sin música para saber lo importante que es hoy en día. Sin ella, nuestro mundo sería insípido, neutro y descafeinado. Si no hubiera música, habría que inventarla. Pero su belleza a veces pasa desapercibida, quizás por eso mismo, porque ya la tenemos gratis, en cualquier momento, y todo lo que no tiene un precio, o incluso es gratis, deja de valorarse como es debido. Y hoy, recordé un experimento de hace bastantes años, y que pretendía precisamente, llamar la atención sobre el valor de la música, en este caso, y sobre la belleza que muchas veces nos rodea y no apreciamos como es debido.

"El viernes 12 de enero de 2007, a una hora punta del día, a las 7:51, un joven bajó del metro de Washington, en la estación L´Elefant Plaza, vistiendo unos sencillos pantalones vaqueros, camiseta y una gorra de béisbol. Se paró cerca de la entrada, sacó un violín de su funda, la colocó abierta en el suelo con un par de dólares y el cambio que llevaba en sus bolsillos y comenzó a tocar con entusiasmo para la multitud que pasaba por allí camino del trabajo. Interpretó durante 43 minutos fragmentos de obras maestras de Bach, Schubert, Ponce, Massenet y Kreisler.

Nadie sabía que el violinista era Joshua Bell, uno de los mejores intérpretes de música clásica en el mundo, tocando con un Stradivarius de 1713 estimado en más de 3,5 millones de dólares. Fue prácticamente ignorado por las 1097 personas que pasaron. Solo 6 personas se detuvieron un momento. El que puso mayor atención fue un niño de 3 años que se paró a mirar al violinista, pero su madre le forzó a seguir adelante y siguió caminando volviendo la cabeza. Alrededor de 20 personas le dieron dinero, pero siguieron caminando a su ritmo normal. Tan solo lo reconoció una mujer que lo había visto en un concierto en la Biblioteca del Congreso.

"Era un violinista soberbio, nunca he oído nada así. Dominaba la técnica, su fraseo era buenísimo. Y su cacharro era bueno, también, el sonido era amplio, rico", así lo describió un supervisor postal que paró por allí, y que en su día estudió violín.

Otro pasajero que se detuvo a oír al virtuoso violinista fue un funcionario cualquiera, que sin los conocimientos del supervisor postal anterior, sí explicó que la música de Bell le hacía "sentir paz".

Recaudó 32 dólares y no recibió ni un aplauso. Algunos días antes, Bell había tocado en el Symphony Hall de Boston, donde la entrada costó un promedio de cien dólares.

Esta actuación, formó parte de un experimento social llevado a cabo por el famoso diario "The Washington Post" para iniciar un debate sobre el tema "valor, contexto y arte". El planteamiento era el siguiente; En un entorno común, a una hora inapropiada, ¿percibimos la belleza? ¿nos detenemos a apreciarla? ¿Reconocemos el talento en un contexto inesperado?"

Las opiniones sobre este experimento no se hicieron esperar. Algunas de ellas eran tajantes; "si estas personas hubiesen sabido quién era el violinista del metro, se hubieran detenido y aplaudido. Damos valor a las cosas cuando están en un contexto y, lamentablemente, valoramos solamente aquello que tiene precio. Por tanto, el valor lo dictan los mercados, los medios de comunicación y, en definitiva, las instituciones con poder económico que los controlan. Ellos manipulan nuestros sentimientos y nuestras apreciación de la belleza". 

Pero más allá de eso, también contaba la opinión del artista. Él confesó que lo más difícil de la experiencia fue la falta de reconocimiento al final de cada obra. ¿En un ambiente banal, en un momento inoportuno, trascendería la belleza? Esa vez, no. Era como si todos estuvieran sordos, faltos de sentidos. 

A veces la belleza pasa desapercibida, del mismo modo que la música para los sordos. 

Somos afortunados de poder escucharla, de sentirla, al igual que de poder admirar con nuestros ojos la belleza, también de poder reflexionar y corregirnos...

Se han sacado muchas conclusiones de esta historia, algunas llenas de poesía, pero yo me quedo con ésta; 

"¡Si no nos detenemos a escuchar a uno de los mejores músicos del mundo tocando la mejor música jamás escrita!, ¿Cuántas otras cosas nos estamos perdiendo?"



Cabeza la Vaca, 20 de abril del 2018. Joshua Bell en el metro de Washington. Imagen libre en la red.


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