viernes, 19 de octubre de 2018

La vida en un viaje

"Eduardo y Nati..., Nati y Eduardo". Hay personas que llegan a tu vida a través de otras.  Ellos, los padres de Gema, mi cuñada, llegaron a mi familia con la relación de ésta con mi hermano Pablo. Y ahí quedaron, para siempre, como integrantes más de nuestra propia casa, como una parte más de nuestras vidas. Gran suerte la nuestra de contar con dos personas como ellos. Los recuerdo siempre juntos, allá dónde iban. Dando lecciones (sin ellos saberlo), sencillamente por ser cómo eran, al natural. Porque solo con pasar un rato a su lado, podías ver el enorme amor que se profesaban.

"Qué pena que el amor verdadero entre dos personas se acabe el día en que uno de ellos muere" --, podría pensar cualquiera. No, no es así, eso no es cierto. Cuando eso ocurre, y uno se va antes que el otro, el amor se reconvierte, en otras formas, en otro estado, con otras circunstancias..., pero en todas ellas, sigue siendo amor.

Después de toda una vida juntos, tras una larga enfermedad, Nati dejaba a Eduardo sólo en su camino por la vida. Esta vez, el viaje, o lo que quedaba de él, tendría que hacerlo sin ella. No en soledad, porque siempre iba a tener a su familia, pero sí tendría que seguir sin la que había sido por tantos años el amor de su vida. No creo que nadie esté preparado para este tipo de cosas.

Supongo que eso debió pensar Eduardo....; "no es justo que uno tenga que marcharse antes que el otro". 

Al principio su luz se apagó, pero mostraba firmeza ante los suyos. Sus momentos de fragilidad, los reservaría para su queridísima esposa, pues día tras día, iba a visitarla al cementerio. Todas sus reflexiones las expondría frente a ella, y de ahí sacaría suficientes conclusiones para llevar su pérdida lo mejor posible. Pero, ¿cuántas reflexiones puede uno sacar cuando pierde a quien ama?.


Existe un libro que se llama "Al sur de la razón", en el que su autor, Juan José Benítez nos habla del país de la intuición al que se ha mudado. En él trata de 101 reflexiones abominables para la razón, de 101 razones para desaprender.

La reflexión número 30, titulada "Alguien debería empezar", nos habla de la necesidad de que nos enseñen a morir. Dice algo así;

"Cuando lo menciono, los del "norte" se burlan. Probablemente no entienden o no quieren entender. Para mí, la conclusión es aterradora: no conozco una sola universidad de la Muerte. Jamás fui educado para morir. Me he dado cuenta ahora, al mudarme al sur de la razón.

Antes, cuando vivía en el país de la ortodoxia, la muerte no contaba. Era siempre la protagonista de las vidas ajenas. Aparecía a lo lejos y hacía llorar a los otros. Ahora, de pronto, parece haberse fijado en mí y se empeña en jugar a las cuatro esquinas con mi corto entendimiento. Me mira a los ojos pero no habla. Entra y se lleva a quienes considera oportuno.

No sé si es justo. Lo que tengo claro es que nadie me advirtió. Nadie me ha enseñado a morir y, lo que es peor, a ver cómo mueren los demás.

Alguien tendrá que hacer algo. Alguien debería empezar por el jardín de la infancia. Alguien no está cumpliendo con la obligación de enseñarnos que la muerte es lo único seguro"

Eduardo estaba muy bien de salud, y era un hombre que se cuidaba mucho. Solamente fue hace poco tiempo que supo que tenía una enfermedad congénita en el corazón. Una pequeña vena obstruida y que, si fallaba, llegaría sin avisar provocando su muerte de manera instantánea. Pero eso no era seguro que ocurriera, pues le podía haber pasado con 15 años, con 30, con 50 o cualquier otra edad y no ocurrió nunca. 

La última vez que vi a Eduardo fue hace poco tiempo, mientras venía del cementerio, como cada día, de visitar y conversar con Nati. Con su vestir elegante, su sombrero y bastón, caminaba firmemente hacia el pueblo. Así me lo imaginaba cuando el domingo pasado me informaron de la fatídica noticia. En esa visita, justo al llegar a la tumba de Nati, dejó su sombrero en la lápida, apoyó su bastón y acto seguido, su corazón dijo basta. Le podía haber pasado a los 15 años, con 60, pero decidió esperar, para hacerlo 20 meses después de irse Nati. Fue junto a ella, justo en ese preciso instante. Ni un minuto antes. Y estoy seguro que ocurrió en el momento que ambos decidieron. 

Como una premonición o algo fruto de la casualidad, el sábado pasado escuchaba por enésima vez un texto de un gran escritor como es Eduardo Galeano, que dice así:

"Oriol Vall, que se ocupa de los recién nacidos en un hospital de Barcelona, dice que el primer gesto humano es el abrazo. Después de salir al mundo, al principio de sus días, los bebés manotean, como buscando a alguien.

Otros médicos, que se ocupan de los ya vividos, dicen que los viejos, al fin de sus días, mueren queriendo alzar los brazos.

Y así es la cosa, por muchas vueltas que le demos al asunto, y por muchas palabras que le pongamos. A eso, así de simple, se reduce todo: entre dos aleteos, sin más explicación, transcurre el viaje..."

Gema llegó corriendo al cementerio ante la tardanza de su padre. Se temía lo peor, y así fue. Lo encontró en el suelo, a los pies de la lápida de su madre, y lo abrazó desconsolada. Ya no podría hacer nada más por él, solamente ser testigo de su último "aleteo". Era el final de su viaje, el último momento de Eduardo, pero solo en esta vida. Ahora le tocaba empezar otro camino junto a su amada esposa.

Pero, ¿por qué su corazón decidió esperar 20 meses, y no más, y tampoco menos, desde de la pérdida de Nati? Pues estoy seguro que Eduardo, en ese tiempo, tenía que enseñarnos algunas cosas más. Entre ellas, que hay muchas formas de viajar por la vida... Disfrutando del viaje, siendo un honesto trabajador, siendo buenas personas..., enseñando, amando, cuidando de los que te quieren.... 

Con todo esto, solo puedo decir, que si la vida es un viaje, Eduardo y Nati..., Nati y Eduardo, viajaron siempre en primera clase...

D.E.P

En homenaje a dos magníficas personas.





Cabeza la Vaca, 19 de octubre de 2018. Imagen libre en la red.


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