viernes, 18 de enero de 2019

La Carpintería

No hay mejor forma de interpretar las distintas experiencias de la vida como se hace a través de los cuentos. Me encantan; en todas sus formas y de todos los estilos. Los hay más escuetos pero con un mensaje más directo, o los hay más largos y donde puedes encontrar en sus líneas varias lecciones que aprender al mismo tiempo. 

Y es curioso porque ese aprendizaje suele venir disfrazado en mensajes de distinta naturaleza; a veces son historias profundas y con un gran temperamento, otras con más temple e incluso hay cuentos que lo que transmiten pueden llegar a resultarnos discretos, dulces y hasta cariñosos (como los infantiles).

Ayer sin ir más lejos, hablaba con la mujer de uno de mis compañeros de trabajo y en cómo después de muchos años, a cada uno de nosotros nos ha ido cambiando la vida y con ella, nuestras circunstancias. De cómo tenemos que re-inventarnos continuamente (y no sólo en el aspecto laboral), para seguir aportando en nuestro día a día lo mejor de nosotros mismos.

El trabajo en equipo es como un engranaje que necesita ser lubricado con la mejor versión de cada cual, y eso a pesar de que sabes que ya no somos los mismos que éramos, sencillamente porque nuestra vida y la de los que nos rodea ha cambiado.

Por eso que el trabajo en equipo (más aún el que se viene desarrollando desde hace muchos años) debe alimentarse continuamente. Con actos de compañerismo, sinceridad y empatía. Pero sobre todo, admirando las cualidades que hay en cada cual pasando por alto y comprendiendo sus posibles defectos. Para entender todo esto, qué mejor cuento que ese en el que dicen que...:


"Cuentan que en una carpintería hubo una extraña asamblea. Fue una reunión de herramientas para arreglar diferencias. 

El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar, ya que se pasaba todo el tiempo haciendo ruidos. 

El martillo aceptó la culpa, pero pidió que fuera expulsado el tornillo, argumentando que había que darle demasiadas vueltas para que sirviera. 

El tornillo aceptó el ataque, pero exigió la expulsión de la lija. Señaló que era áspera en su trato y tenía fricciones con los demás. 

Y la lija estuvo de acuerdo, pero exigió que fuera expulsado el metro que siempre se la pasaba midiendo a los demás como si él fuera perfecto. 

En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició la tarea. Utilizó el martillo, la lija, el metro, y el tornillo. Finalmente, la tosca de madera se convirtió en un hermoso mueble. 

Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación. 

Fue entonces cuando el serrucho dijo: - Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso nos hace valiosos. Así que no pensemos en nuestras faltas y concentrémonos en la utilidad de nuestros méritos. 

La asamblea pudo ver entonces que el martillo es fuerte, el tornillo une, la lija pule asperezas y el metro es preciso. Se vieron como un equipo capaz de producir muebles de calidad. 

Esta nueva mirada los hizo sentir orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos".



Fuente de Cantos, 18 de enero de 2019. Imagen libre en la red.

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