viernes, 6 de septiembre de 2019

Hay un Dios que baila

Desde el primer momento que conocí a Mikki, supe que seríamos grandes amigos. Del mismo modo en que fui consciente que nuestra amistad, quedaría puesta a prueba por la  gran distancia entre ambos. Uno, en Finlandia, y otro, en España, aunque ya habría un gran vínculo de unión con todas las personas que ya forman parte de nuestra vida. Como la pequeña Inda, la más pequeña de toda la familia, y sin embargo, la que ocupa mayor protagonismo para todos.

Soy consciente que las buenas amistades surgen en personas que tienen muchas cosas en común, pero en principio, ese no es nuestro caso. Mikki es un gran artista, pero de los de verdad. Un genio que derrocha creatividad por doquier. Ha trabajado con multitud de cosas, y todas se les da bien. Por supuesto, desde pintar en cualquier espacio que se preste a ello, a tallar madera, reparar muebles, esculturas en la arena...prácticamente de todo lo relacionado con ese mundo. Yo no hago nada de eso, suerte que al menos, me gusta el arte, mucho más el suyo.

Para mí ha pintado varios cuadros, y me encantan las mezclas de colores. Lo mejor de todo, es que en todos ellos, y aunque mi petición hubiera sido la réplica de algún cuadro famoso, siempre deja algunos mensajes interesantes de descifrar. Pero hay uno en particular, en el cual tienes que ponerle algo de imaginación para descubrir lo que hay dentro. 

En él, hay varias imágenes religiosas, o más bien espirituales. La imagen de una virgen, de un niño, la imagen de Dios, por supuesto, y otras muchas más, como la de una escalera que sube al cielo. A mi siempre que me pregunta, qué es lo que veo, lo primero que pienso es por qué vio él aquello que le hizo pintarlo. La cabeza de un artista debe ser algo objeto de estudio. Cuando quise saber más sobre el cuadro, solamente me dijo; 

"¿Sabes que hay un Dios que baila? Puede ser que esté dibujado ahí"

Si, desde luego que Mikki y yo somos distintos, pero me encanta saber que para él, soy tan buen amigo como lo es para mí.

Pero dentro de nuestras distintas formas de ser, o nuestras diferentes formas de ver la vida, creo que siempre estamos pendientes de, sumidos en nuestras profundas conversaciones, aprender alguna cosa el uno del otro. Los vikingos, por ejemplo, alababan a Odín, el gran Dios de los nórdicos. Otras culturas, afirman ver a su Dios cada vez que se encomiendan a ellos. Digamos que hay de todo..

De esta forma recuerdo, como en esa ocasión,  en la que hablábamos sobre el cuadro y sobre nuestras creencias religiosas, al preguntarle sobre esto, Mikki me dijo que hay muchos dioses descarriados por el mundo y cada persona cree en el suyo... Es más, a veces es en el interior de las personas dónde puedes encontrar la esencia de lo que significan los dioses para los demás. 

De eso hablábamos hace un momento en un restaurante y viniendo de camino a casa en el coche. De Dios, de los pensamientos que nos invaden, de nuestra inspiración... Yo creo que aquí me parezco a Mikki. Si alguna vez tengo la suerte de ver a Dios, estoy seguro que sería dentro de alguna persona, incluso es posible que esté dentro de muchas personas. Por sus actos desinteresados, sus buenas acciones, sus muestras de amor, de amistad... Y por supuesto, como no, para mi siempre llevaría un poco de ese, del Dios que baila...

Me encantó el cuento que leí sobre eso y que decía algo así...

"Dicen que un niño pequeño quería ver a Dios. Como sabía que era un viaje largo y duro, metió en su mochila algunos dulces, refrescos, caramelos y ropa. Al entrar en el parque se encontró, sentada en un banco, a una anciana que estaba contemplando las palomas. Se sentó junto a ella, abrió su mochila y sacó su merienda. El niño le ofreció un pastelito. Ella lo aceptó y le sonrió.

Como al niño le agradó su expresión y quería verla sonreír de nuevo, le ofreció un refresco.

Allí estuvieron toda la tarde, comiendo y bebiendo, pero no se dijeron ni una sola palabra. Cuando oscureció, el niño se dio cuenta de lo tarde que era; se levantó, se despidió y le dio un abrazo de despedida. Ella, después de abrazarlo, le regaló la sonrisa más grande y bonita de su vida.

Cuando el niño llegó a su casa, su madre advirtió el gesto inmensamente feliz de su hijo y le preguntó:

-- ¿Qué hiciste hoy que te hizo tan feliz? --

El niño contestó:

"¡Mami, hoy merendé con Dios! y, ¿sabes?, ¡tiene la sonrisa más hermosa que jamás he visto!"

Mientras tanto, la anciana, radiante de felicidad, regresó a su casa y su hijo, sorprendido, le preguntó: -- Mamá, ¿qué hiciste hoy que vienes tan contenta? --

Ella respondió:

"¡Comí con Dios en el parque! y, ¿sabes?, ¡es más joven de lo que yo pensaba...!"




Jurva, Finlandia, 6 de septiembre de 2019. Cuadro de Mikki Paajanen.



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