domingo, 15 de septiembre de 2019

La Dama del Lago

La encontré sentada en un viejo banco de madera, mirando hacia el interior de aquel inmenso lago. Sus manos, parecían desgastadas por el paso de los años, las arrugas de su cara, delataban su avanzada edad, pero lo que más destacaba de ella, era la profunda tristeza de sus ojos. Me acerqué sigilosamente, evitando provocarle cualquier susto repentino, pero luego reparé en que se había percatado de mi presencia desde el primer momento;

— Disculpe señora..., me han dicho que usted tiene la llave de mi apartamento —

Quedé parado largo tiempo a su lado, esperando una respuesta. Sabía que me había entendido pues, me habían dicho en la agencia que hablaba perfectamente mi idioma. Fue justo cuando quise volver a preguntarle, en que ella se adelantó. Lo hizo girando levemente su cabeza y dirigiéndose a mí en una mezcla entre italiano y español, pero perfectamente comprensible;

“Siempre me ha dado miedo que ocurriera todo de esta forma. Uno no debería irse antes que el otro. Y él, no era de los que se iría sin decir adiós. Él no hubiera permitido que yo tuviera miedo, por eso es imposible que haya ocurrido tal y como me lo han contado.”

Obviamente quedé sorprendido por lo que aquella tierna anciana me dijo. No le había preguntado por nada de eso. Solamente había alquilado su apartamento y necesitaba la llave para entrar en él, pero sentí con aquellas palabras cierta melancolía y como no tenía prisas, decidí dejarme llevar...

— No entiendo qué quiere decir señora..., supongo que habla de la pérdida de algún ser querido... —

“Lo éramos todo el uno para el otro y, ahora, me dicen en la residencia que se ha ido. Como se van esos que lo hacen para siempre y no regresan nunca más. Pero, ¿irse dónde? A los dos nos encantaba venir todos los días a pasear alrededor del lago. Es aquí dónde nos venían nuestros mejores recuerdos. Estoy completamente segura que volveré a encontrarlo aquí, pero a día de hoy no lo consigo. Día tras día, traigo hasta aquí mis agotados pies, me siento en este banco, y busco en el inmenso espacio que hay entre el lago, y el cielo...”

Comenzó a balbucear, sus ojos estaban empapados en lágrimas de tristeza. Sentí una pena terrible, no sabía qué hacer, ni qué decir. Quizás, mi única opción era escucharla;...

“Todos los domingos nos gustaba subirnos a nuestra pequeña barca y dar un paseo por la inmensidad del lago” — me dijo señalando un viejo bote que había parado en la orilla —. “Daba igual si, hacía frío o el sol pegaba fuerte, era nuestro momento de la semana. Creo que en ese pequeño bote hemos tenido las mejores conversaciones de nuestras vidas. Nos contábamos absolutamente todo porque, además de regalarnos todo nuestro amor, éramos buenos amigos. Nuestros planes de futuro, nuestras inquietudes, las alegrías y tristezas eran compartidas aquí...”

Suspiró profundamente y provocó un apropiado y largo silencio. Su boca volvía  a temblar y sus lágrimas no paraban de salir por aquellos ojos azules...

“Me encantaba cuando decía que los problemas, deben ser como cuando los remos se hunden en el agua. Hay que meterlos bien dentro, empujar y saber usarlos como un buen recurso para seguir adelante... Él debe estar por aquí, es imposible que me haya dejado tan sola...”

Me sentí bloqueado antes aquellas palabras y, solo me quedó la opción de acercarme a ella, tomarla de la mano, y así nos dirigimos hacia la pequeña barca. No puso ninguna resistencia, subió con mi ayuda al bote, ocupó el lugar que le correspondía, me senté frente a ella, y cogí con ambas mano los remos. 

— Disculpe señora, ¿cuál es el nombre de su querido esposo? — 

“Se llama Ginno. El amor de mi vida, se llama Ginno!”

— ¿Y qué le parece si buscamos a Ginno en la otra orilla? Nunca se sabe... —

Ella me sonrió dulcemente. Entonces me di cuenta que tal vez solo quería que alguien remara para ella una vez más...




Lago di Como, Italia, 13 de septiembre de 2019. Fotografías de Helena Rocha.



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