viernes, 13 de diciembre de 2019

El vuelo

Hace un par de semanas vinieron a verme dos socios de una empresa, padre e hijo, para presentarme un nuevo sistema de grabación de video en 360 grados. Un sistema novedoso que, al contrario del 3d, este se basa en una cámara de última generación, que graba a la altura de la cara y, con seis lentes, hace que lo que graban tres de ellas simulan al ojo izquierdo y las otras tres, al derecho. Esto hace que puedas ver tal y como si tuvieras unos ojos camaleónicos. Unas gafas especiales hacen que vivas el momento con una realidad brutal.

Esas gafas, hacen que lo que ves a través de ellas provoquen en ti unas sensaciones impresionantes, difíciles de describir si no las pruebas en primera persona. Pero lo más increíble de todo, lo dejaron para el final. Me dijo uno de ellos; "¿Quieres volar? Te pondré un vídeo con el cual sentirás esa sensación, como si fueras un superhéroe..."

Lo que vino después, cuando me coloqué las gafas, los mandos en ambas manos y acotamos el espacio en el que echaría a volar, es algo indescriptible. Una sensación de que todo aquello era real, muy muy difícil de explicar con palabras. Cierto que al principio te cuesta alzar el vuelo, y más por la timidez de las dos personas que presenciaban el simulacro que por el propio miedo...

Así que varias noches atrás sentí que flotaba, me elevaba y no caía, no tuve miedo, sí en cambio un poco de desconcierto. Agité los brazos, me sentí ridículo y esperé que nadie me estuviera observando, por pudor. Aproveche la situación para desplazarme flotando bien despacio por la casa. Tomé confianza, salí por la ventana del patio y me elevé definitivamente. Sentí el viento escurrir por el cuerpo, tuve la sensación de tener plumas y de poder dominar el vuelo. 

Me elevaba y me dejaba caer en picada, entre las casas vecinas, rozándolas a propósito, esquivándolas. La llovizna de este diciembre me humedecía la cara, no sentí frío a pesar de no llevar un equipo adecuado, pero me sentí acorazado. El techo cercano de nubes bajas, refractaba las luces urbanas. En uno de los planeos más atrevidos entré en medio de la dehesa, esquivando las encinas, casi tocando los cerdos, las vacas, las ovejas... y así llegué a un enorme bosque de pinos, quizás demasiado oscuro para tan poca experiencia, y no me animé a sobrevolarlo pero sentí que podía, si quería, podía. 

Volví al pueblo, ya entrada la madrugada, a sabiendas que nadie iba a ver mi vuelo, contemplando aún las luces de los televisores de algunas casas a través de las ventanas; siempre hay algún noctámbulo. Pude ver las personas hipnotizadas por el resplandor. No puedo recordar hasta que hora estuve así, en medio de la inclemencia del sueño.

Así que llevo varias noches intentando volver a tomar el vuelo, y no es nada fácil, lo reconozco. Aunque me he dado cuenta que, para volar, más que alas, lo que necesitas es sentir intensamente todo aquello con lo que sueñas... y que siempre puedes, si quieres,  siempre vas a poder... 

Creo que tarde o temprano, volveré a alzar el vuelo.


Fuente de Cantos, 13 de diciembre de 2019. Imagen libre en la red.

   


No hay comentarios:

Publicar un comentario