viernes, 27 de noviembre de 2020

Pensamientos gatunos. Parte II

Nunca me gustó depender de nadie, pero a veces uno no puede elegir todo lo que le gustaría, y tengo que hacer un ejercicio mental soberbio para adaptarme a lo que me ha tocado vivir.  Eso pienso cuando veo a mi gato, y cómo se me queda mirando todas las mañanas, mientras tomo mi café.

Sus ojos rasgados parecen penetrarme, más aún cuando le llega el olor del pan recién tostado. Ahí es cuando se enrosca en mi pierna y emite un largo maullido, seco y breve, porque es así cómo pide algo, lo que sea, ya que debe olerle a gloria.

Me asombra su paciencia, y es que, a veces, tardo como dos o tres días en aparecer, y siempre me espera en el portón. Y cuando creo que mostrará su enfado por mi tardanza, viene hacia mí con ese ronroneo a recibirme. 

En realidad lo que sucede que tiene hambre y soy yo quien le trae la comida. Esa vez su maullido es largo y prolongado, como expresando; ¡Sí que tardaste esta vez! 

Pero es comprensivo, parsimonioso y siempre está pensando qué es lo que más me agrada, para hacerme el gusto. Es un gato culto, voluptuoso y sensible a cualquier insinuación. Yo diría que incluso da la impresión de ser un gato con una inteligencia fuera de lo común.

He descubierto, casi de casualidad, que tiene lugares secretos desde los que vigila y rumia su melancolía, pero siempre viene buscándome. Le gusta dejarse acariciar, sobre todo en el cuello, y te devuelve el cariño con infinitas lamidas. Entonces yo le cuento mis cosas y él, en ocasiones, me cuenta también las suyas. 

Claro, usted podrá pensar que digo todo esto de manera interesada, o con nula imparcialidad, pero no es así. Mi gato tiene un corazón de terciopelo. Su compañía es grata, no es distante ni frío y dice "miau" con tal grado de convicción que quedo rendido a su encanto. 

Se lo digo yo, que aún siendo su hermano, también soy su gato preferido...


Fuente de Cantos, 27 de noviembre de 2020. Totó y Alfredo. Fotografía propia.


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