Doy a mis días vacaciones; también a mis pensamientos. Abro la puerta de mi pecho para que el alma sacuda su tiempo de prisionera, y parta lejos. La impaciencia es mala compañera, y puede llegar a arrebatártelo todo sin que lo percibas. Dejo de hablar, y trato que me invada el silencio, que lo aplaudo cuando queda mucho rato, y al olvido, que son desde ahora, compañeros.
Ruedan los días y sigo entregado a la ausencia, a la nostalgia de largas jornadas sin retorno, a la quietud de la consciencia. Pensamientos estériles y amargas reflexiones. Parece que con esta pausa en la rutina, me salpicara un lamento grave que me indica que me estoy perdiendo muchas cosas por el camino.
Cuando vuelvo al quehacer, me encuentro que no ha pasado nada. Solo nostalgia, desesperanza por lo trivial. Simplemente la pelota rebota y rebota como siempre. Y es que todo continúa, nada cambia porque la rutina y la ausencia, muchas veces, van de la mano. Será que también, hemos perdido la capacidad del asombro o sencillamente, que la vida pasa y no nos acomodamos a ello.
En la próxima falta de rutina, que sean datas fértiles para la nada. Aprovecharé las oportunidades que salen del día a día. Ese trago directo. Ese, ¡aquí y ahora!.
Por eso que dicen que, "Aquel que deja para después un gusto, un amor y un café, no entiende lo efímera que es la vida".
Que lindo todo lo que escribes, estoy intrigada
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