Uno se pasa media vida sin buscar nada en concreto, o bien, sin saber exactamente lo que busca. A veces un buen trabajo, un amor que te complemente, poder comprar una casa o ganar suficiente dinero para darse un capricho siempre soñado. Todo ello, siguiendo a rajatabla el tópico de encontrar la felicidad.
Y yo, en esa media vida, llegué a fantasear con la idea de dejar un legado en este mundo. La idea de ser padre, reconozco que siempre me ha ilusionado, pero por otro lado, he pensado que quizás podría coartar mi crecimiento laboral, incluso el personal. ¡Qué iluso he sido todo este tiempo!
Y podría decirse, que he tenido media vida para prepararme a que llegara ese momento. Pero no estaba capacitado para tal sacudida de emociones, porque llegado ese instante, el del nacimiento, te das cuenta que esa media vida la he pasado de puntillas. Y ese maravilloso acontecimiento, tuvo lugar el pasado viernes 9 de junio.
Abrazado a la mañana, auguraba un largo día, paladeando mi piel, a través de la ventana del hospital, el bochorno que es inminencia de un sol que abrirá fuego con sus rayos despiadados. Los pájaros cantaban en silencio y el mar, que se veía a lo lejos, bailaba con sus olas en el ir y venir. Cada quien ha tomado su liana en el quehacer; a mí, me toca esperar la vieja tarde que por ser visita diaria, nos saludamos arqueando la ceja, pues algo grande va a ocurrir.
Media vida para descubrir la magia, el gran truco de la vida a través de su madre, de Helena, una heroína que desconocía. Llegado el momento, el cansancio lloviznó en su interior y la piel se tornó luminosa, como si desde adentro estuviese brillando una luna. No pudo evitar un resoplo de placer y dolor, y con el llanto, se fueron los hilachos de un sueño inquieto, que al fin se hacía realidad.
Y así fue que nació Catarina, nuestra hija, después de esperar media vida, aunque sin lugar a dudas, ya se ha convertido en mi vida entera...
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