Cata ni tan siquiera tenía dos años pero un mundo entero por descubrir. Desde que había aprendido a decir sus primeras palabras, su universo estaba lleno de “mamá”, “papá” y algún que otro “no” rotundo cuando algo no le convencía. Pero hasta hace unas semanas, una palabra en particular parecía no existir en su vocabulario: "Sí".
Mamá y papá lo notaban con ternura. Cuando le preguntaban si quería más agua, Cata movía la cabeza. Si le ofrecían su muñeca favorita, se limitaba a estirar la mano. Y cuando le preguntaban si quería un abrazo, simplemente se acurrucaba en sus brazos sin decir palabra.
Pero un día, mientras jugaba en el parque, Cata se detuvo frente a un columpio. Su papá, sonriendo, le preguntó como siempre:
—¿Quieres que te ayude a subir?
Cata lo miró, con sus ojos grandes y curiosos, y entonces ocurrió:
"Sí", asintiendo a la misma vez con la cabeza.
Papá se quedó inmóvil por un segundo, como si el mundo entero se hubiera detenido solo para escuchar aquella palabra. Luego, con el corazón lleno de alegría, la alzó suavemente y la sentó en el columpio.
—¡Minha filha falou sim!!! — exclamó mamá, que observaba desde cerca.
A partir de aquel día, el “sí” empezó a florecer en los labios de Cata como una mariposa que finalmente desplegaba sus alas. Sí a los cuentos antes de dormir. Sí a los juegos en la plaza. Sí a un beso extra antes de dormir.
Mamá y papá sabían que, aunque el “no” seguiría siendo parte de su pequeño mundo, cada “sí” era una puerta abierta a nuevas aventuras.
Lo mejor fue, cuando fui a preguntarle algo que llevaba esperando mucho tiempo;
"¿Quieres mucho a Papá?..."
Y así, con cada dulce “sí” de Cata, la vida se volvía un poquito más mágica.
Que bueno día
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