Te observaste al espejo una mañana y no reconociste a quien devolvía la mirada. Los días se habían vuelto grises, el alma te pesaba más que los pasos, y cada suspiro era una rendición silenciosa. Lo que antes amabas ahora dolía, y las lágrimas se convirtieron en rutina. Perdiste. Perdiste ganas, sonrisas, confianza… Te rompiste.
Te rompiste en mil pedazos sin que nadie lo notara. Pero en el silencio, empezaste a recoger los fragmentos. Uno a uno. Con temblores, con miedo, con cicatrices. Aprendiste a hablarte con ternura, a reconstruirte sin prisas, a perdonarte.
Y en el momento más oscuro, cuando pensaste que ya no quedaba nada, lo entendiste:
Te rompiste...y por ahí entró la luz.
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