Llevaba demasiado tiempo con el apetito sexual por las nubes. De esas veces que una se encierra en sí misma, que ni tan siquiera recuerda que ese placer era tan sumamente rico. Así que esa tarde, en que había decidido salir, no quería desaprovechar la oportunidad, pero el crepúsculo se había ido y dudaba de su éxito, hasta tal punto, que llegó a pensar en voz alta;
"Soy fea", se dijo
-- Yo también --, contestó una voz que arrastraba las palabras.
La luz disminuida del bar facilitó el acercamiento. Una mano húmeda peinaba su pelo, dos brazos la sujetaban de las caderas. Otras manos levantaron su vestido. Iba a protestar, pero se contuvo cuando unos dedos acariciaban sus nalgas y la apretaban dándole un placer que nunca antes había sentido. Fue la primera vez en mucho tiempo que pensó que guardaba demasiado deseo dentro, contestando con un beso intenso y profundo.
Llegó a su casa sin saber quién había sido el furtivo amante, pero al recordar, tomó conciencia de que muchos fueron los brazos y las manos que la percutieron al mismo tiempo y se sonrojó, luego le agarró un episodio de risa y se preguntó;
"¿Demasiado deseo? ó, ¿Sería un calamar?"
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