Son muchos los recuerdos que me abrasan. Y vienen a mí como un tren que arriba a la estación con las puertas abiertas. En esa remembranza, encontré sábanas, soledad, tristeza, y un rosario de madera que aún conservo.
Me vi corriendo en la pradera, como una yegua que retoza sobre la hierba húmeda, imaginando tener bajo mi vientre el peso de una piel distinta a la mía, pero que siempre me fue prohibido por cumplir con la voluntad de mi tía-abuela, que nunca conocí por ser misionera de un Dios que me fue impuesto.
Con el rosario en las manos, me pregunto, ¿por qué lo hice? ¿Por qué no me opuse?. Lo cierto y verdad, es que hasta aquí me llevaron mis prejuicios.
De todos modos, sigo siendo la mujer que todas las tardes se encamina hacia la iglesia al repique de las campanas, mientras en el atrio los niños juegan con las palomas.
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