sábado, 15 de noviembre de 2014

En un viaje cada día


Recuerdo que percibía que sería un día cálido de verano. En parte algo lógico, pues el sur corresponde a eso. Pero la mañana amaneció con una brisa dulce y agradecida, con la intención de darle un respiro al cuerpo y a la misma vez una caricia a la mente. El sol del mediodía te indica donde estás y te pone en guardia para buscar refugio en las sombras que te pueda ofrecer el camino. Pero pronto es sofocado por la frescura de la gente del lugar, que te atrapa, te acoge, te mueve hacia ellos. Si el caminante anda perdido, harán de timón. Si en cambio va cansado, tendrán su regazo. Un pueblo fatigado por el trabajo, empapado del sudor de sus antepasados y al mismo tiempo, vivo por su historia, hospitalarios como pocos, donde su mezcolanza de contrastes lo hace aún más interesante. Un pueblo que en la sobremesa, se resguarda del calor de la calle pero sin huir de la calidez del hogar. En estas siento como el día avanza, y el sol va diciendo adiós con un tono rojizo y anaranjado que da paso a cielos estrellados, cargados de puntos centelleantes que alumbran las frescas noches de verano donde, como si de otra jornada se tratara, invitan al ciudadano a vivir en la calle y recrearse con su capacidad de disfrutar.


También recuerdo como son los días otoñales. Sus sorprendentes mañanas, a veces con luz, otras con lluvias, buscan siempre mostrarte todos los colores del paisaje. Espacios ocres entre mantos verdes; golpes visuales rojizos que asoman entre los castañales. El microclima de la dehesa te acompaña en todo el trayecto, donde el cerdo campa libremente en la montanera, protegido por paredes de piedras, aunque siempre ajeno a la cercanía de su sacrificio. Los sabios del lugar en cambio, hablan de lo contrario. El animal es consciente de su final, pero asume su destino. Su vida transcurre mientras el hombre siembra sus tierras a la espera del fruto que ésta le regalará. Pero aquí el otoño nunca te deja indiferente, sus paisajes te envuelven, te acurrucan, te enjuagan el ánimo con su belleza. La noche llega casi sin avisar, pero anunciándote que te tratará bien, que te acostumbrarás a ella y tu descanso será feliz por haber vivido una jornada más aquí.

Los últimos inviernos en este lugar han mostrado su lado más duro, haciendo honor al apellido de esta tierra. El verde de los últimos días es cubierto por la siempre inesperada nieve, que te aletarga inconscientemente y provoca tu refugio, en cualquier hogar que se te preste, donde siempre encuentras leña que te abraza con calor y te despide con cenizas. Lo súbito deja paso a lo cotidiano, y ya una vez habituado en ese escenario, puedes apreciar que la belleza de esta tierra nunca se esconde. Los cortos días de invierno tienen la suficiente luz que necesita tu camino. Inusitadamente, no tendrás prisas con tus pisadas, pues el invierno pasa livianamente esperando la primavera más hermosa jamás vista. 

Los días en ella son agradecidos, pues es una primavera alegre, joven, atrevida y descarada. Te cubre con los colores que encuentras en el camino, donde las flores se abren para atrapar a los pájaros y ser cómplices de su causa. Todo es pasión en esta tierra en primavera. El campesino es compensado por su trabajo, los arroyos van llenos de vida, los días quieren más luz y y por eso la tienen, regalándole en contraprestación al viajero los atardeceres hermosos y cálidos que puedes encontrar en cualquier punto donde estés. Monasterios, conventuales, cunas de pintores ilustres, incluso restos de nuestros antepasados romanos puedes encontrar en tus caminos. Todo cuanto puedes ver es un regalo para tus ojos.

Pero podrían tratarse de cuatro viajes en las cuatro estaciones del año. Cada cual distinto, cada uno de ellos con sus matices, pero todos con el mismo fondo. 
Aquí es donde vivo, en Tentudia, donde cada uno de mis días es un viaje distinto, dentro de cada una de las estaciones. Es aquí donde saboreo con pasión lo que la vida, y todo lo que la rodea, me está ofreciendo sin yo pedírselo. Es esta pequeña porción de Extremadura la que me cuida, me observa y en la que me siento vivo cada día. También en una pequeña proporción, forma parte de cada una de las personas que pertenecen a mi vida, pues a buen seguro, algo de esos valores les habré transmitido, o al menos querido hacerlo. 



















 













Gentes, patrimonio histórico y paisajístico, fauna y flora de la Comarca de Tentudía. Fotografías pertenecientes a la Mancomunidad de Tentudía.













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