sábado, 29 de noviembre de 2014

En un lugar soñado

Para la mayoría de los viajeros seguramente no sería nada fácil decir cual ha sido el momento, el lugar, y el viaje, donde podrían decir perfectamente que se encontraban como si formaran parte de un sueño. Y a mayor número de viajes, más difícil resultaría esta tarea. Porque es evidente que poder definir ese momento, ese lugar e instante mágico, dependería de muchos factores; el ánimo de cada cual, la compañía, el clima, o simplemente, que estés receptivo a vivir ese acontecimiento. Pero es cierto que ese momento llega, se convierte en irrepetible. Así, el sencillo motivo de viajar, también puede resultar estimulante, por el hecho de esperar a que esa sensación tan mágica se repita, incluso en mayor proporción, y sustituya al primero. Yo estoy esperando este hecho, puesto que mi mejor momento, como si de un sueño se tratara, ocurrió en verano del año 2011 en Quebec, al este de Canadá.

Después de varios días disfrutando de una estancia increíble por distintos lugares del país, de ir a un espectáculo como es el típico "rodeo", donde los vaqueros exhiben su maestría a lomos de un caballo, montar en barco por el río San Lorenzo, ir a la migración de las ballenas, incluso subir a una avioneta y divisar el paisaje a vista de pájaro, jamás podría pensar que llegarían momentos mejores a los ya vividos. Así fue como Pierre, nos dijo que ese día visitaríamos la casa de campo de su amigo Ricardo, que haría de anfitrión ese día. Valga que ya lo conocíamos, pues Rubén, mi compañero de viaje, y yo, dormíamos en su casa, pero pasaríamos un día completo con él, y cabe decir que Ricardo no hablaba absolutamente nada de español, y nosotros, menos aún de francés. Pero el día transcurriría de tal manera, que gestos, sonrisas y emociones sustituirían a cualquier palabra y en cualquiera de los idiomas. 

El trayecto hasta llegar al campo, no sería más de 2 horas en coche, pero resultaría más que entretenido por el bello paisaje de este país. La conversación era escasa, y el silencio solamente era interrumpido por los gestos de Ricardo, señalando con sus manos los lugares por donde aparecían renos, arces, u otros animales que entraban o salían de los bosques a sus anchas. Nosotros, atónitos, perdíamos la mirada, abriendo los ojos y la boca al unísono. Aún más si cabe, cuando dejamos el asfalto para incorporarnos a una pista de tierra, con bosques a ambos lados, y nos indicaba que el cruce de cualquier animal de este tipo era algo común. Quedaba poca distancia para llegar a nuestro destino, cosa que nos indicó Ricardo cuando abandonamos esta pista para adentrarnos por una vereda más estrecha, con bastante vegetación, y donde el paisaje se abría a veces para mostrarnos enormes lagos y fiordos. Y fue así como llegamos a la casa de Ricardo. Su casa de campo, el que se convertiría en el lugar más mágico que jamás hubiera visto.

No serían más de las 11 de la mañana, cuando bajamos del coche para entrar en una casa principal, bastante amplia, completamente construida de manera, con un enorme salón, con la cocina dentro del mismo, y con varias estancias formadas por dormitorios y baños alrededor de éste. Dejamos nuestras pertenencias, y mientras Ricardo abría ventanas y reordenaba las cosas que bajamos del coche, pasamos a explorar el resto de edificios y estancias que había alrededor de la casa principal. Nuestro asombro era mayúsculo. Desde el primer momento sabía que la hermosura del lugar jamás podría describirla. Resultaría estéril buscar los mejores adjetivos y las adecuadas expresiones para indicar lo que mis ojos veían. Girando la vista a cualquier lado, podíamos contemplar un lugar rodeado de fiordos, lagos, estanques, bosques frondosos, un increíble cielo azul...estaba literalmente entregado a la naturaleza. Incluso el resto de edificios eran asombrosos; cobertizos de manera convertidos en observatorios, zonas de descanso, y hasta una preciosa capilla al final de un estanque, afinarían dulcemente con el paisaje.

Estoy seguro que Ricardo no pretendía impresionarnos, pero lo hizo. Sobre todo cuando nos invitó a recorrer el interior de uno de los bosques montados en un vehículo todoterreno, tipo buggy, para adentrarnos en la frondosidad del paisaje y buscar osos. Nada menos que osos. La idea rápidamente nos aterró, pero su insistencia en mostrar confianza ante tal aventura nos hizo aceptar, con un miedo evidente, pero sumidos en una emoción difícilmente descriptible. Y a pesar de no ver ninguno de estos animales salvajes, el entusiasmo y la inquietud resultaban vigorosas. Un recorrido por los bosques del lugar, que jamás podrían ser copiados por el mejor parque de atracciones.

Llegados de vuelta a la casa, recuerdo que no paramos más que el tiempo suficiente para degustar una tortilla de patatas que cocinamos allí mismo, unas gambas canadienses al ajillo, jamón extremeño (como no), y varias cervezas Budweiser. Todo ello, en completo silencio, disfrutando de la naturaleza, el sonido de los pájaros, y los gestos de aprobación de Ricardo ante los manjares que estaba degustando. Y siendo él consciente de que nuestra felicidad podía olerla y tocarla, sugería cientos de propuestas para seguir disfrutando de todo aquello. Montar en un bote de pedales atravesando un fiordo, pescar en el lago o bañarnos en él, seguir con nuestras expediciones en todoterreno por el interior del bosque, hacer fotografías...multitud de actividades a cual más impensable. 

Estaba finalizando un día increíble, irrepetible, inolvidable, pero que estaba dando paso a un anochecer aún más bello. El sol decía adiós con fuertes gritos de colores, indicándonos que dejaría lugar a la noche más estrellada que jamás han visto mis ojos. Encendiendo un fuego, a la salida de la casa, Ricardo nos preparaba, siempre con sus gestos a modo de aspavientos, de que a buen seguro esa noche presenciaríamos una aurora boreal, solamente vista en pocos lugares del mundo. Y así llegó, esa culminación y suma de momentos mágicos, con un manto verde y azulado, que moviéndose en el cielo, conseguía quedarte sin habla, dejándote inerte y estático, pero más vivo que nunca. Un momento sin igual, que unido a los anteriores, hacían que supiera, que al irme a dormir, registraría en mi memoria este día, como uno de los más hermosos de mi vida dentro de un viaje.

Pero también recuerdo algo que me dijo mi compañero, y que hizo que reflexionara sobre ello. Y es que fue justo cuando estaba finalizando la jornada, cuando Rubén me dijo que había vivido un día inolvidable, increíble, pero que aún hubiera sido mucho mejor (sin desmerecer la compañía claro), si hubiera vivido todo eso al lado de la persona de la cual está enamorado, ya que era un lugar ideal para ello. Pero una vez que digerí lo había dicho, pensé para mis adentros, que realmente estaba en un error. Al menos por todo lo que me ocurrió a mí ese día. Porque ese día fue exclusivo para mí, para mis sentimientos, mis emociones. Y es que creo que al menos durante ese día, la "ceguera" del enamoramiento hubiera tapado mis ojos de todo lo que viví allí, en ese lugar mágico, en ese lugar soñado, y del cual estoy seguro, que algún día volveré a vivir!!! 

¿Y tú, ya sabes cual fue tu lugar soñado?. Quizás aún está por llegar. Lo comprobarás viajando...






















Quebec, Canadá. Agosto del 2011. Fotografías de Rubén Cabecera y Jesús Apa.






    


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