sábado, 6 de diciembre de 2014

A Roma con Amor

Jamás olvidaré mi primer gran viaje. Con la ilusión que lo viví, las dificultades con la que lo preparé, y la gran experiencia personal que me supuso. Un viaje que creo de corazón, que debería tener todo el mundo. Es con el paso del tiempo cuando te das cuenta de la importancia que tiene. Es como si fuera el momento en el cual cumples la mayoría de edad. Y aunque aún ni tan siquiera había cumplido los 17 años, lo afronté como un gran reto personal. Y lo hice así, porque en un primer momento, lo más posible era que no pudiera completar tal aventura. Las dificultades económicas en casa eran muy complicadas, y un viaje de este tipo requería, cuanto menos, una gran aportación monetaria, un esfuerzo que no estaba al alcance de mi familia, así pues, me enfrentaba a una ilusión muy difusa, ardua y compleja. Se trataba del viaje fin de curso, y corría el año 1993.

Estudiar en un colegio de curas, suponía ciertas doctrinas, a veces costumbres utópicas, pero que en cierto modo eran asumidas. La que más, el viaje de fin de curso que se realizaba en el ya antiguo tercero de BUP. Un viaje muy esperado por todos los estudiantes, pero no por ello asumible por la mayoría de ellos. Un colegio, en el cual las diferencias sociales-económicas a veces eran más que visibles, pero he de decir que jamás me sentí ni me hicieron sentir diferente por ello. Y eso me hizo poner toda la ilusión del mundo en mi cometido, y ese era hacer ese viaje, y no por ningún tipo de orgullo ni por principios, sino porque realmente me apasionaba desde hacía tiempo la idea de ir a Italia. Concretamente, ir a Roma, visitar el Vaticano, y poder ver en primera persona al Papa, por aquel entonces, Juan Pablo II. 

Recuerdo cuando se habló por primera vez de ese viaje en clase. Fue el ya fallecido Padre Peral, quien entró en el aula, y planteó lo que sería el viaje de final de curso. Quería hacer una previsión inicial de quien asistiría. Una salida en bus desde el pueblo por la noche en el mes de Junio, y una llegada tras 14 o 15 horas de viaje a la ciudad catalana de Gerona (ahora llamada Girona, pero hablo del mismo lugar). Al día siguiente, se visitaría la ciudad francesa de Mónaco, y el pesado recorrido en bus de esa jornada finalizaría en un lugar del norte de Italia, un pequeño pueblo de nombre Bardineto. Y ya en el país italiano, los lugares de visita serían Venecia, Verona, Florencia, Siena, y como colofón final, 4 días en la ciudad de Roma, con visita incluida al Vaticano y presencia en el "Ángelus" que oficia el Papa en la Plaza de San Pedro. Así pues, una vez indicada las intenciones del itinerario, necesitaría conocer la voluntad del alumnado, el cual se pronunció afirmativamente en su gran mayoría, y en el que solamente unos pocos no levantamos la manos. A buen seguro esos compañeros que no se pronunciaron ni tan siquiera quisieron escuchar lo que ese buen cura anunciaba, pero yo viví esas palabras con gran entusiasmo, aunque mi mano quedó pegada al pupitre una vez finalicé de escribir todo lo que él había dicho. En estos tiempos ya hubiera tenido la ruta guardada en mi móvil, pero sabría que no saldría de mi cabeza.

Puesto que tenía una gran relación con él, al finalizar la clase, y antes de salir por la puerta del colegio, donde siempre esperaba nuestro regreso a casa, me paré para hablar con él. Estuve tentado de contarle mis intenciones, pero como siempre, me limité a saludarlo cordialmente, y desearle una buena tarde. Pero ciertamente mi cabeza estaba única y exclusivamente pensando en el planteamiento que tenía tramado hacía tiempo, y así fue como empecé a realizar propósito. Y recuerdo que llegué a casa, y le comenté a mi madre que se había hablado del viaje, del recorrido, de las fechas y todo lo demás. Entonces le dije que quería intentar hacerlo. Y así fue como le planteé la idea de hacer unas papeletas, comprar un jamón, y rifarlo. Mi madre, y aunque no quiso quitarme esa ilusión, daba por hecho que no conseguiría mi objetivo. A pesar que en aquellos tiempo aún no había surgido esa moda de las rifas y sorteos para los viajes finales de curso, la idea tendría más posibilidades de fracaso que de éxito.

Pero al día siguiente, y para no enfriarme en mi plan, me acerqué a la imprenta del pueblo, y a un empresario de jamones y le encargué ambas cosas. Editaría 1000 papeletas, donde se indicaría que se rifaría un jamón, una tabla y un cuchillo para un viaje fin de curso. Con gran sorpresa por mi parte, este empresario, viendo mi descaro, decidió participar en el gasto de la imprenta a cambio de poner su publicidad en las papeletas. Así pues, mi aventura estaba a punto de empezar. Tendría varios meses para la venta de las mismas, donde el agraciado sería aquel cuyos tres últimos números coincidieran con el número ganador de un sorteo a nivel nacional. Y así fue como empecé a preparar el que quería que fuera mi primer gran viaje, mi primera ilusión por explorar mundo.

Todas las tardes, al finalizar las clases, me daba un paseo por el pueblo, de casa en casa, de un establecimiento a otro, intentando vender alguna papeleta, cuyo precio era de 100 pesetas. Unas veces conseguía 5, otras 3, otras ninguna, pero no fallaba ninguna tarde. La negativa de algunos vecinos no me impedía volver una y otra vez, no quería perder la ilusión que siempre llevaba en mi cabeza. Familia y vecinos se iban sumando a la causa. Necesitaba vender el máximo número posible de ellas, para si, aunque fracasara en mi cometido, tener al menos para pagar parte del gasto de imprenta y lo que indicaba que rifaría. El tiempo pasaba, y aunque vender 1000 papeletas sería una difícil tarea, no iba a decaer en el empeño. Pero algo ocurriría que pondría en peligro mi "gran idea".

Un día, ya cercano a la fecha de confirmación final del viaje, y antes de salir del colegio, el Padre Peral se acercó para indicarme que quería verme en su despacho, para hablarme de un tema sobre el cual le habían informado. Algo sobre la venta de unas papeletas para un viaje fin de curso. Mis nervios fueron visibles, mi sudor palpable, y mi estado de ánimo cayó por los suelos. Cuando este cura llamaba a algún alumno a su despacho, no era precisamente para decirle lo mal peinado que había asistido a clase ese día. Así fue como estando sentado en la mesa frente a él, me esperaba lo peor. Y efectivamente, me dijo que había escuchado de boca de algún profesor, que me dedicaba a vender papeletas, rifando un jamón, para poder conseguir dinero suficiente y hacer el viaje fin de curso. Asentí, exclusivamente con mi cabeza, pues la enorme vergüenza me impedía hablar. Mi sensación era que estaba cometiendo algo feo, deshonroso, o que iría en contra de la propia doctrina del colegio. Pero lo que allí ocurrió fue todo lo contrario. No solamente me alentó a que consiguiera tal objetivo, sino que me compró 5 papeletas para animarme aún más en mi propósito. No olvidaré jamás ese momento!!!.

Cada día de entrada en el colegio, él me preguntaba por la venta. Eso me daba ánimos, me transmitía las suficientes energías para seguir adelante, aunque no tuviera éxito en esa tarde. Así fue como llegó el día final de confirmación de asistencia al viaje, y mi tiempo había finalizado, pero por desgracia, no había conseguido vender todas las papeletas. Faltaron algún ciento, y mis ilusiones se desplomaron. Era un objetivo complicado, con lo cual la desilusión sería en menor proporción. Ante la definitiva pregunta sobre quién estaba dispuesto a hacer el viaje, y el Padre Peral comprobar que mi mano no fue levantada, me esperó a la salida de clase. Me preguntó nuevamente, y le contesté en negativa. El plan había fracasado, no había conseguido vender todas las papeletas, y las condiciones económicas en casa no eran las más favorables para gastar el dinero en un viaje de ese tipo, por muy ilusionante que fuera. El intento había quedado en vano.

Así pues, a un par de semanas del viaje, y también del sorteo, con el dinero que había obtenido pagué los gastos de la imprenta, así como el jamón, la tabla y el cuchillo que ofrecía en la rifa. El resto del dinero lo entregué en casa, y ya solamente me quedaba volver a soñar con algún día hacer ese viaje, aunque no fuera en fin de curso....
A pocos días del mismo, entrando en casa, mi madre mi miró sonriendo, y me dijo que esa misma mañana la había llamado el Padre Peral para preguntar por los beneficios de la rifa. Habían hablado del tema, y "habían decidido" que iría a ese viaje. 

A pesar de mi gran felicidad, ciertamente no pregunté nada más, ni cuanto era el coste total del viaje, ni como habían arreglado para cubrir el resto de gastos que no serían cubiertos por la venta de las papeletas. De alguna manera, ese cura y mi madre, estaban a punto de cumplir uno de mis sueños de adolescentes. Visitar Italia con todos mis compañeros y amigos de ese momento!!! Y así fue como a los pocos días conseguí realizar uno de los viajes más bonitos y divertidos que recuerdo, y gracias, en parte a un cura, y seguramente, al esfuerzo económico que hicieron en mi familia para conseguir hacerme feliz. Un gesto que jamás olvidaría.

A primeros de este año, estuve pensando en lo desagradecido que nos convertimos a veces, cuando se hacen las cosas "por sistema", y el poco valor que le damos a todo eso. Nos centramos tanto en nosotros mismos, llegamos tanto tanto a "auto-querernos", que no guardamos nada para los demás. Y fue en una comida familiar, cuando escuché de boca de mi madre y mi hermana que el sueño de ambas sería ir a Roma y ver al Papa. Así pues, obviando un poco todo ese egoismo que comentaba, pensé en ese viaje que realicé hacía dos décadas, y creí que era el momento de compensar de alguna manera aquello. Así pues, decidí reservar un viaje de 4 días a Roma para el pasado mes de Junio, donde sería compartido con mi madre y mi hermana, con total sorpresa para ellas. Fue muy divertido ver sus caras cuando se montaron en el coche, dirección al aeropuerto de Sevilla, sin ellas saber absolutamente nada, y enterarse de su destino solamente unas horas antes de embarcar hacia esa ciudad maravillosa.

Visitar el Coliseo, el Foro Romano, el Panteón de Agripa, el Monte Palatino, la Fontana de Trevi, la Plaza de España o la Plaza Navona, me recordaban a ese viaje final de curso. La visita al Vaticano, y escuchar el Ángelus del Papa Francisco I, era la apoteosis a lo que se estaba convirtiendo en un viaje increíble. Ver la felicidad de ambas no tenía precio. Solamente que esta vez, lo disfrutaba con mucha más madurez, y sobre todo, con la felicidad de ver cumplido el sueño de parte de mi familia, pensando que, a buen seguro, el esfuerzo que harían hace 20 años, estaba siendo recompensado de alguna manera. En más de una ocasión en esos días, se me vino a la cabeza ese cura, el cual también en su día hizo el viaje conmigo, y que de alguna manera aportó grandes valores a mi vida.

Creo que sinceramente, y lo digo con mucha frecuencia, los sueños son para cumplirlos. Pero no debemos centrarnos en los de uno mismo, pues en ocasiones, hacer cumplir los sueños de otras personas, está al alcance de muchos, y por lástima solo es considerado por pocos.

Por cierto, el número premiado en la rifa fue el 353, y la agraciada fue la hermana de mi madre, que me compró 50 papeletas. Ese mismo verano de 1993, celebramos mi regreso del viaje fin de curso comiendo un magnífico jamón con toda la familia....





Roma, Junio de 2014. Fotografía de Jesús Apa.




1 comentario:

  1. Vaya relato.. toda una historia para recordar. Ese esfuerzo fue recompensado. Bravo por esa iniciativa y por esa 'devolución' materna.

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