viernes, 11 de septiembre de 2015

El carpintero del cielo

Cuando viajas, debes ser consciente que te alejas de tu entorno, de tu día a día, y de todo lo que ello conlleva. El hogar, la familia y lo que te acompaña a diario, queda lejos, y así me encontraba a finales de julio de 2011. Mi destino era la Toscana italiana, donde visitaba a unos amigos para disfrutar de una fiesta gastronómica. Recuerdo que sobre las 18.30h del sábado 30 de julio, recibí una llamada de teléfono, de una persona conocida, y que me hablaba al otro lado de manera aterrada, diciéndome que lamentaba profundamente la desgracia que había ocurrido. Al darse cuenta que yo no sabía nada, trató de negar que hubiera pasado algo grave, pero ya mi corazón casi salía por mi boca impacientado por saber qué terrible hecho había ocurrido. Mi madre, cuando descolgó al fin la eterna llamada de mi teléfono, tuvo que confirmarme el trágico suceso que quisieron ocultarme por mi lejanía, y que había ocurrido esa misma mañana. Mis intentos por coger un nuevo vuelo que me llevara de vuelta a casa fueron fallidos.

Antonio era un conocido maestro carpintero, una persona entrañable y gran amigo de la humildad. Pero los que bien lo conocíamos, sabemos que destacaba por ser una buenísima persona, y un gran enamorado de su esposa, Encarna, la cual, yacía inmovilizada en cama desde hacía dos años. Su fiel y admirado esposo, cuidaba de ella a diario, no permitiéndole que tirara la toalla en la dura lucha por vivir. Yo presencié desde pequeño esos actos de amor, los cuales, y paradójicamente, se vieron acentuados con la enfermedad de Encarna. Los valores que aprendí de ellos, sé que jamás los olvidaré, al igual que tampoco podré olvidar como mi madre, me contaba sollozando en esa llamada de teléfono, que un coche había acabado con la vida de Antonio, en un paso de peatones, mientras cruzaba para ir a comprar unas cosas para Encarna. 

Todo lo que narraré a continuación, fue como ocurrió, pues así quiero recordarlo....

Se encontraba Antonio a las puertas del cielo, triste y desolado, pues entendía que aún no había llegado su hora. A pesar que había tenido que desatender su trabajo como carpintero, tenía otra tarea aún por cumplir en la Tierra, como era la de cuidar a su esposa. Ya recibido por San Pedro, guardián del cielo, quiso pedir explicaciones, indicándole éste, que sería Dios, el encargado de decirle por qué motivo lo había llamado a su casa. Una vez frente a Él, el viejo carpintero fue tajante en su comentario; "¿acaso no obré bien, Señor?. ¿Tuve algún acto deshonesto que sea merecedor de esta muerte tan injusta y violenta, justo ahora, cuando más me necesita mi mujer?". Dios, el Rey del cielo, lo miraba compasivo a la vez que contrariado, para después argumentar la llamada a su reino...

"La forma de llegar al hogar de los ángeles, no depende de mi querido Antonio. Sí en cambio, el hecho que vengas a vivir la vida eterna a mi lado. Pero preciso de ti, aún sabiendo la misión que tenías en la Tierra con Encarna, pues tengo una tarea, solamente digna del mejor de los carpinteros. Además, y dado que será un trabajo celestial y exclusivo, precisaré de una persona creyente, noble y con un amor por el trabajo como el que demostraste en tu vida. ¡Tu tarea consistirá en rehabilitar el retablo del altar mayor del cielo!!. Un trabajo, que solo una persona como tú podría hacer. Pero dada la forma trágica con la que dejaste la vida terrenal para entrar en el paraíso, y debido a la preocupación que genera en ti el momento que le tocará vivir a tu esposa Encarna, te concederé un deseo, siempre y cuando, esté dentro de mi disposición". Dios, quedó a la espera de la respuesta de Antonio, quien no dudó un momento en exponer su pretensión;

"Quiero sentirme halagado por la llamada a tu reino, y más aún con este honorable y complicado trabajo que ahora me encargas. Cierto es la profunda tristeza que siento al separarme de mi esposa, que aunque queda al cuidado de nuestro único hijo, sé que la pena se apoderará de ella. Así pues, dado que mis manos se han vuelto lentas y torpes, mi deseo será que la guardes en las tuyas, cuidando para que su sufrimiento sea el menor posible, hasta que yo pueda finalizar con la tarea que me has encargado, para una vez esto ocurra, volver a unirme con ella y poder seguir compartiendo nuestro amor, ahora de manera eterna. Y además, dentro del tiempo que tengo encomendado para hacer lo que me encargas, deseo me permitas construir una pequeña casita de madera, digna de la mujer más maravillosa y donde volvamos a encontrar la paz para nuestro amor".

Dios, asombrado y fascinado por lo que Antonio decía, accedió a la petición del maestro carpintero, quien sin esperar un segundo, comenzó manos a la obra con la difícil y laboriosa tarea que se le tenía encomendada. Así, día tras día, ocupaba su tiempo en la rehabilitación del retablo mayor del reino. Sus manos trabajaban la madera de forma delicada, sutil y elegante. Sin olvidar su oficio, pero con la quietud de ser lo más cuidadoso posible, el gran carpintero iba desarrollando su jornada, y tras finalizar ésta, trabajaba en su cabaña de madera, en el hermoso lugar que le habían ofrecido para ello. Los Ángeles, los Hijos de Dios, y Él mismo, quedaban asombrados del tesón y las fuerzas del viejo carpintero, que día tras día, y a veces noches enteras sin descansar, cortaba, cepillaba, lijaba y clavaba la madera con empeño.

Mientras tanto, en la Tierra, y ajena a la tarea celestial de su esposo, Encarna recibía los cuidados de su hijo Luis Claudio, llenándola de los más bonitos recuerdos, cargados de afecto y amor, proviniendo la mayoría de ellos de su amado Antonio. Aunque ella, aún incrédula y contrariada por la pérdida de su esposo, iba tras la fe que le indicara, que éste, habría ocupado un buen lugar en esa bóveda celeste.

El Maestro Gala, tal y como era conocido, sufría por la tardanza de su encargo. Sus manos eran lentas, sus herramientas pesadas, aunque su fortaleza no tenía igual. Sabedor que la decisión de construir la cabaña de madera, afectaba a su cansancio, a veces era alentado por la visita de Dios, quien únicamente con gestos de aprobación ante el esfuerzo del carpintero, le proporcionaba suficiente fuerza para seguir avanzando en su tarea. Observaba como trataba la madera del retablo, así como avanzaba la pequeña cabaña; el cariño y tesón con el que lijaba, cortaba o calibraba las piezas para que estuvieran perfectamente ensambladas. 

Pero fueron necesarios más de cuatro duros años, para que el  viejo maestro empezara a ver el final de su obra, y prácticamente al unísono, tener casi acabada la hermosa cabaña de madera preparada para su esposa. El resultado había sido asombroso, y el retablo del altar mayor del reino de los cielos, era digno del mejor trabajo de carpintería jamás realizado. Así, justo este último viernes, Antonio dio por finalizado el trabajo encomendado en su entrada al paraíso, yéndose a descansar orgulloso por su esfuerzo y contento por la admiración recibida.

Aunque fue a la mañana siguiente, concretamente el pasado sábado, cuando Dios fue a visitar a Antonio para agradecer su fantástico trabajo en el retablo. Se dirigió al hermoso lugar donde estaba construyendo la cabaña de madera, y al llegar allí, quedó fascinado por la belleza de su obra y por el esfuerzo que debió suponer construirla al mismo tiempo que la tarea que Él mismo le encargó. Pero entonces fue cuando vio, que Antonio permanecía en pie, inmóvil, con un martillo en la mano y un clavo en la otra, y sus ojos bañados en lágrimas. Ambos se miraron fijamente, inmersos en el silencio, de manera atenta y cariñosa, conocedores de lo que ocurriría a continuación. 

Tras un largo momento, Dios asintió con la cabeza, con un gesto de aprobación y respeto hacia Antonio, el cual, tras secarse las lágrimas con la manga de su camisa, colocó el último clavo con su mano, alzó el martillo, y con un golpe seco, rompió el silencio allí presente. Justo a la misma vez, pero en la Tierra, Encarna emitió un jadeo, y cerró sus ojos, empapados en lágrimas, pero acompañados de una eterna sonrisa.

Al instante, llegó a las puertas del paraíso, encontrándose frente a San Pedro. Entonces Encarna, con impaciencia pero a la vez sintiéndose feliz y dichosa, le indicó quien era, preguntando por Antonio, su esposo, a lo que San Pedro contestó; "Sabemos quien eres Encarna, de hecho, llevamos tiempo esperándote. Del mismo modo, también sabemos sobradamente quien es Antonio, tu esposo. Aquí es admirado y respetado, y todos estamos fascinados por el amor que siente hacia ti. Aunque has de saber, que aquí, es conocido como el Carpintero del Cielo...."  


P.D. Dedicado a mis tios Antonio Gala y Encarna Aparicio. Descansen en Paz y Amor.


Antonio Gala.



Antonio Gala y Encarna Aparicio.


Luis Claudio Gala Aparicio.




    


     




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