viernes, 5 de febrero de 2016

El cazador

Siempre me ha fascinado la historia de los antiguos Dioses, y cada vez que he visitado países como Italia o Grecia, he tratado de absorber cada uno de los relatos que se ha contado en torno sus mitologías. Pero lo más asombroso de todo, es que esas historias pueden tener su eco en nuestra realidad. La adoración que se sentía por los Dioses de la época, se encontraba escrita, dibujada o esculpida en cualquier papiro, pared o piedra que se dispusiese a ello. Cada cual tenía su Dios favorito, y había quienes estaban perseguidos por sus poderes.


Quizás leer las antiguas leyendas atribuidas a estos Dioses, haga que entiendas algunas cosas que suceden a día de hoy. Dentro de esas historias encuentras auténticas telenovelas. Los egos, envidias, frustraciones o incluso miedos de los propios Dioses, los llegaban a convertir en seres humanos. Pero sobre todo, y como es muy común a día de hoy, lo más divino y más característico que podía llevarlos al mundo terrenal, era el amor. Todos pasaban por este sentimiento y acababan rendidos a él, aunque reconocerlo no era de su agrado, pues los convertía en débiles. 


Los había de todo tipo y con todas las representaciones; Zeus, que era el padre de todos los Dioses y a la vez protector de los humanos. Apolo, Dios de la belleza y encargado de poner música en el Olimpo. Hades, señor del infierno; Dionisos, Dios del vino o la vid, o Poseidón, Dios del mar y protector de los pescadores. Dioses relacionados con el amor, hay muchos, pero los que más podrían sonarnos, son Afrodita, diosa de la belleza y el amor, y protectora de los enamorados, o Eros, que representaba armonía dentro del caos, era hijo de Afrodita y Ares, este último el Dios de la guerra. Eros sería el comparativo a Cupido en la mitología Romana.

Después de mucho leer, de visitas a museos, pinacotecas y cuántas galerías hubiere en los distintos países que hacen alusión a estos Dioses, descubrí que no hay ninguno del desamor, al menos que conozcamos. Quizás por lo comentado antes, que el amor los hacía humanos, trataban de atribuirle a otros muchas historias de sus propias desdichas, donde los celos y envidias les servían para hacerse notar y tratar de superar a otros Dioses de su competencia. Pero no, no había ningún Dios del desamor. Entonces se me ocurrió, que quizás fue aquel que....

"Era aún un niño sencillo, pero que había sido concebido por el amor de Hermes, cuya función era ser mensajero de los Dioses, y de Hera, Diosa de la Juventud. Como todos los padres, querían lo mejor para sus hijos, aunque los deseos paternales a veces chocan con el instinto de los propios hijos, por muchos buenos valores que trates de inculcarles. 

Pero el deseo de sus padres, Hermes y Hera, tenía alguna que otra contradicción. Mientras su padre pretendía que cuando creciera fuera un gran Dios cazador, su madre deseaba de él, que fuera el Dios por el que cualquier mujer, humana o no, suspirase. Que se convirtiera en el Dios del amor por excelencia y todas cayeran rendidas a sus encantos. La disputa entre ellos era evidente; debía entregarse a una de las dos cosas, no a ambas, pues entre sí los poderes nada tenían que ver, y cada uno de ellos trató de motivar a su hijo en favor de sus intereses.

Tal fue su enfrentamiento, que llenó de odio sus vidas. Sus egos salieron a la luz, y quizás estaban boicoteando los deseos reales de su hijo. Así que decidieron presentarse ante Zeus, y que éste mediase. El Dios supremo, al ver tanto odio entre ellos, por algo tan absurdo, decidió mediar y atender a sus peticiones, pero quiso hacerlo a modo de castigo, sin que ellos lo supieran.

Así que el hijo de Hermes y Hera, creció y se convirtió en un joven apuesto, elegante y hermoso, tal y como su madre soñaba, y toda mujer quedaba rendida a sus encantos. Y del mismo modo, se convirtió en un excelente cazador, cuya habilidad con el arco era asombrosa, justo lo que su padre Hermes había deseado. Ambos, una vez sus deseos fueron concedidos, perdieron todo interés más por él, y dejaron crecer a su hijo con los dones que el gran Dios Zeus le había atribuido.

Curiosamente, todas las mujeres caían rendidas a él, pero ninguna de ellas era correspondida. Su indiferencia era latente, y ninguna por muy hermosa que fuera, conseguía lo que se proponía. Pero un día, una de ellas, quizás la más bella de todas, quiso averiguar el por qué de esa impasibilidad; ¿cómo era posible, que un hijo de Dioses, con esos dones y poderes otorgados, no hubiera ya caído rendido al amor?. 

A pesar de sus encantos y sus habilidades en el amor, nada más pudo conseguir, sí en cambio el favor de su amistad y confianza, pasando cuánto tiempo pudo a su lado. Observaba todo aquello que le llamaba la atención de él; sus gestos, palabras, actos....,pero no encontraba nada que pudiera ser el motivo por el cual no consiguiera enamorarse. Así que decidió no preocuparse más por ello, quedándose con la duda pero sin volver a juzgar por qué motivo este hijo de Dioses nunca encontraba el amor, y menos aún ante su gran belleza.

Un día, en una conversación cualquiera, ésta le preguntó; 

--¿Cuál sería tu mayor deseo?--

"Convertirme en un gran cazador", le dijo él.

--¿En un gran cazador?, preguntó ella extrañada. ¡Pero si ya lo eres!--

"Si, soy un grandísimo cazador, pero me gustaría cazar de todo, no solamente una cosa".

-- ¿Acaso no cazas todo tipo de animales?--, preguntó ella contrariada.

"No, exclusivamente de un tipo. Solamente cazo mariposas. Curiosamente, aquellas que traéis a mi, quienes buscáis mi amor".


Cuadro de "Las mariposas", 5 de febrero de 2016. Fotografía de Jesús Apa.

















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