viernes, 29 de enero de 2016

Vale cualquier árbol

Me había dispuesto a reparar una antigua casa de piedra que tenía mi familia en un precioso lugar. Para ello, necesitaba de la ayuda de un albañil, y contraté a alguien que me recomendaron. Parecía una buena persona, además de utilizar de manera excelente sus manos y herramientas, pero la verdad que para ser su primer día, debía estar resultándole una jornada dura. La labor para rehabilitar la vieja casa era bastante dificultosa, y a eso se le añadía que nada más empezar el trabajo en la cubierta de madera, su sierra eléctrica se había estropeado, hecho éste que hizo que todo el trabajo tuviera que hacerlo de manera manual, y que perdiera en ello mucho tiempo.

Pero su infortunio no acababa ahí, pues al intentar volver a casa con su vieja furgoneta, ésta se negaba a arrancar. Antes que él me lo pidiera, me ofrecí a llevarlo, puesto que era demasiado tarde para llamar a una grúa y parecía tan cansado, que no quise que llegara a casa a altas horas de la noche. A la mañana siguiente le dije pasaría de nuevo a recogerlo, y me ofrecí yo mismo a gestionar con su seguro la forma de recoger su furgoneta y llevarla a un taller, para de esta manera no perdiera más tiempo en realizar su tarea.

Mientras lo llevaba de vuelta a su casa, permanecía en completo silencio. Los gestos de sus manos delataban cierta preocupación, y su mirada perdida intuía pensar que estaba tratando de digerir la dura jornada que había tenido. A veces se removía inquieto en su asiento, pero no se llegó a quejar por la incomodidad de mi coche. Su aspecto pensativo y la falta de confianza me impedía provocar cualquier conversación, así que el silencio solamente se vio interrumpido cuando me indicó el camino que debía tomar para llegar hasta su destino.

Una vez allí, me pidió que bajara del coche para pasar a su casa y presentarme a su familia. Su insistencia y ruego venció a mi negativa, así que decidí acompañarlo dentro ante tan gentil detalle. Pero justo a escasos metros de la puerta de su casa, se detuvo frente a una hermosa encina centenaria. Abarcó el tronco con ambas manos, y permaneció un pequeño instante abrazando el árbol. 

Cuando entramos en su casa, algo sorprendente ocurrió. Su cara se transformó por completo, y una gran sonrisa emergió de su rostro. Agarró enérgicamente a sus dos hijos pequeños, jugueteó un rato con ellos, y acto seguido recibió a su esposa con un cariñoso beso. Ni tan siquiera parecía el hombre que minutos antes venía sentado en mi coche, y en apenas un instante, había llenado por completo aquella pequeña casa de energía. Resultaba asombroso ver el gran cambio que había experimentado en apenas unos segundos, sin haber podido pensar por mi parte, que se trataba de una persona tan positiva.

Su hospitalidad vino acompañada de compartir con ellos una agradable conversación, una copa de vino y un exquisito queso elaborado por ellos mismos. Pude percibir que estaba ante una familia sencilla, y que su humilde hogar estaba repleto de los valores más preciados y nobles para cualquier persona. Cuando me propuse a despedirme de ellos, él se ofreció acompañarme hasta mi coche.

Salimos fuera, y al volver a pasar frente aquella hermosa encina, sentí curiosidad por lo que había visto antes de entrar en su casa. Después del momento compartido con ellos, sentí la suficiente confianza de preguntarle, y así lo hice:

"Ese es mi árbol de los problemas", contestó. 

--¿Tu árbol de los problemas?. No entiendo--, le dije

"Sé que a veces no puedo evitar tener problemas durante el día, como me ha ocurrido hoy en el trabajo, sin ir más lejos. Pero no quiero traer mis problemas a casa y contagiar con ellos a mi familia. Así que cuando llego por la noche, me acerco a esta encina, y cuelgo aquí mis problemas. A la mañana siguiente, cuando salgo de casa, vuelvo aquí y los recojo de nuevo". 

Yo lo escuchaba fascinado y sorprendido por tal ocurrencia.

"Lo curioso es, --dijo sonriendo--, que cuando salgo a la mañana a recoger del árbol los problemas que colgué la noche anterior, ni remotamente encuentro tantos como los que recordaba haber dejado."

¡Me quedé maravillado!. -- Me parece algo asombroso--, le dije. -- Creo que es una ocurrencia de lo más inteligente. Me gustaría llevarla acabo, solo que tengo un pequeño inconveniente. Y es que yo no tengo en mi casa ninguna encina--.

"No te preocupes", me dijo ¡Vale cualquier árbol!


Márgenes del Embalse de Tentudía, Enero de 2016. Fotografía de Jesús Apa.


  


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