viernes, 6 de mayo de 2016

Mucha fachada

Fue hace unas tres semanas, que decidí dar una escapada a Oporto. Un viaje fugaz, de apenas si tres días, con la intención de desconectar y aclarar cosas en la cabeza. Y pensé en este lugar que, desconocido para mi, llevaba tiempo con intención de visitar. Se antojaba un viaje complicado por la presencia de la lluvia que indicaba el tiempo, que ya el viernes, estaba siendo torrencial. Tal vez eso también hubiera provocado que mi inspiración llegaba a esta ciudad totalmente mojada. A pesar de eso, el equipaje iba seco y cubierto con una buena dosis de optimismo.

Mi estancia en el bed and breakfast del "airbnb" me iba a permitir tomar los consejos de María, la casera. Nada mejor que recibir las recomendaciones de alguien que vive en la ciudad que vas a visitar, más aún si tan solo se trata de un viaje de un fin de semana. Con mayor razón si la climatología se presenta en tu contra, y donde has de ser práctico y selectivo a la hora de elegir sobre el mapa. Has de organizar la ruta lo más simplificada posible, con los lugares de mayor interés, y "patear" las calles para percibir la naturalidad y vida de las gentes. Y sobre éstas, ya me habían hablado que son personas con una condición humilde, sencilla y trabajadora. Incluso me contaron, para significar todo esto, que existe un refrán en Portugal el cual dice que, "mientras Oporto trabaja, Lisboa se divierte". Eso exclamaba la percepción que iba a tener sobre los "portuenses o tripeiros".

Y llovía; vaya si llovía. Pero salí a la calle, y empecé a recorrer los lugares sin un orden aparente. Bordeando el río Duero, para ir llegando al "Bairro da Ribeira" y deslumbrarme con sus casas de colores; al Mercado de Bolhão, a la Torre dos Clérigos, la biblioteca donde se rodó Harry Potter, atravesar el "Bairro Barredo" desde la Catedral de Sé. Acercarme por las Bodegas de Vila Nova de Gaia, o la impactante Estação São Bento y sus espectaculares azulejos. Sin obviar la Casa de la Música, la zona de Foz o Matosihno, y sin entrar en el olvido de la gastronomía que iba degustando sobre la marcha. 

Y seguía lloviendo.... y no solo me empapaba de agua, pues en mis paradas obligadas por la lluvia, siempre había algún bar o tasca donde resguardarme;....Y solían tener vino, muy buen vino...., así que también enjuagaba mi interior.

Y como cuando viajas solo, la reflexión te da para mucho, casi sin pensarlo, caí en la cuenta que Oporto, o al menos en parte, destaca por la diversidad de sus fachadas. Edificios talentosos presididos por grandes decorados, de diferentes formas y colores. Era realmente sorprendente, o al menos así me lo estaba pareciendo. Curioso hecho éste, más aún por el significado que pudiera representar. De bien es sabido, que en términos coloquiales, tener "mucha fachada", puede dar lugar a aspectos despectivos y poco considerados. Querer mostrar una imagen exterior, que igual puede diferir mucho de la interior. Porque la imagen es lo que se observa a simple vista, y de ahí que sea lo que más se cuida.

Pero todos sabemos la gran importancia de cuidar lo interior, sin necesidad de magnificar lo exterior, y sin caer en la extravagancia de querer vender lo que no se tiene. O lo que no se es. Pero hoy en día, caemos en la posición contraria; poner todos los esfuerzos en mostrar y cuidar una imagen, que da igual que sea la real, o la más natural, o la que más se identifica con nosotros, pero que es la que cuenta. 

A veces superficial, sin necesidad de transmitir los valores interiores, y solo buscando la intención de crear una apariencia que nos sitúe en buena posición, al menos a primera vista. Mostrar una cara, que bien pudiera tener poco que ver con la realidad; antes denominado "tener mucha fachada", sustituido actualmente por el término "postureo", mucho más acentuado ahora con el uso de las redes sociales, donde predomina "la pose", la imagen o apariencia, por encima de otras cuestiones de mayor importancia.

Pero ciertamente, y fuera del uso en redes sociales, este "postureo" no es una actitud muy común en países distintos a España. Al menos no la he visto tan pronunciada como aquí. Y claro, dudo mucho que ese rigor con las fachadas de los edificios tuviera mucho que ver con lo que estoy hablando sobre las apariencias. Cabe pensar, y estoy seguro de ello, que se trata en sí, de un gusto exquisito por la arquitectura popular, tradicional, diversa y libre. Y más aún habiendo recibido tanta información de la gente de Oporto, (sobre todo de su humildad), me resultaba difícil establecer esa "conexión fatal" de "postureo" hacia ellos.

Cierto que no podría estar mal considerado el vender una imagen como medida de persuasión o de llamada de atención, para después mostrar la realidad interior. Que vaya acorde con lo que se es, con la mejor de las intenciones, estando a la altura de lo que se pretende transmitir con esa cuidada imagen exterior. Pero es que al final (incluso al principio), el interior es lo que cuenta; es donde está la esencia. Bien es sabido que los huevos de dos yemas, también se esconden bajo una cáscara de iguales características que los normales, y no lo sabes, hasta que no rompes ésta y averiguas lo que hay dentro.

Fue entonces, en un momento que salió el sol, y quizás pudo secar algo mi inspiración, cuando pensé en la historia, que podría decir algo así....

"Fue en un pequeño barrio de Oporto, situado a las faldas del Duero y en su desembocadura al mar, que vivían tres hermanos, hijos de un humilde pescador. Habiendo heredado de su anciano padre su viejo barco, salían a faenar a diario para pescar el mayor numero de peces y llevarlos al mercado para venderlos. La competencia era dura, y para estar a la altura del resto de competidores, el trabajo suponía gran sacrificio por parte de los tres.

Un día cualquiera, vieron como uno de sus "colegas" llegaba a puerto con un flamante barco, mucho más grande y con mayor capacidad que los del resto de pescadores. Al poco tiempo, y cual contagio o epidemia, uno tras otro iban adquiriendo nuevos barcos con los que trabajar en el mar, a lo que los tres hermanos se iban sorprendiendo cada día más, puesto que pensaban que el dinero que ganaban, no daba para tanto.

A pesar que su embarcación seguía siendo de lo más discreta y humilde, pero teniendo en cuenta el esfuerzo al que estaban sometidos diariamente, veían como las cantidades que pescaban eran similares e incluso en mayores proporciones a veces, a la de la competencia que faenaba con mejores embarcaciones. Pero cierto es, que no podrían aguantar por mucho tiempo con ese ritmo. Seguían sin entender, como con las mismas ganancias, a unos la pesca les daba para más que a otros, o al menos eso pensaban.

No bastante con esto, y transcurrido poco tiempo, a otro de sus competidores, se le ocurrió que además de ser ellos los que salían diariamente a pescar, ya no venderían sus piezas en el mercado del puerto. Ellos mismos, montarían su propia pescadería, en la que por entonces era la calle principal de Oporto; la Rua dos Mercadores. Y tal y como ocurriera con las embarcaciones, uno tras otro fueron copiando lo que sus colegas iban haciendo. Los tres hermanos, sin embargo, siguieron humildemente llevando sus pescados al mercado del puerto.

Un día, el pequeño de ellos, y del que sus hermanos admiraban por sus ocurrencias e ingenio, pensó que quizás sería buena idea esa de que montaran su propia pescadería. -- Si el resto podía hacerlo, ¿por qué nosotros no?--, decía a sus hermanos. 

Así que tras acabar la jornada, le propuso a sus dos hermanos mayores, ir hacia la Rua dos Mercadores para buscar algún local donde establecerse, si es que quedaba aún sitio para ellos. Sería él mismo quien se encargaría de montar tal negocio, pues era menos hábil en la pesca que sus dos hermanos mayores.

Así fue como caminando por la transitada calle, quedaron realmente asombrados por lo que allí vieron. De manera consecutiva, tres grandes edificios, presididos por sus increíbles y estrambóticas fachadas, anunciaban las tres pescaderías que abanderaban esa Rua. El impacto visual revolvió sus preocupaciones, más aún cuando, tras quedar impresionados por el frente de los edificios, leyeron los carteles que portaban cada una de las entradas, y donde se podía leer según avanzaban en sus pasos;

-- ¡Esta es la mejor pescadería de Oporto!--, decía el primer letrero de uno de los edificios.

-- ¡Esta es la mejor pescadería de Portugal!--, decía el segundo.

-- ¡Esta es la mejor pescadería del Mundo!--, ponía tajantemente en el tercer y último establecimiento.

"¡Nada tenemos que hacer ante tal competencia!", se dijeron. Así que descartaron seguir adelante con esa idea. 

Pasado un tiempo, y sin haber advertido a sus hermanos de ello, el pequeño de los tres, también un poco más testarudo, un día inesperado, les dijo a ambos que tras la jornada de la mañana siguiente, ya podrían subirles las piezas que pescaran a la Rua dos Mercadores, donde había reformado un sencillo local para vender sus pescados. 

Al día siguiente, sus dos hermanos mayores, impacientes por ver el resultado de la enmienda, tras atar el pequeño bote al muelle y coger la carga, subieron calle arriba con la intriga de ver el edificio donde estaría su nuevo y flamante negocio. Una vez allí, sabiendo de antemano que se trataría de un humilde y sencillo local, no pudieron ocultar su sonrisa y admiración por la ocurrencia del hermano pequeño, cuando una vez se presentaron frente al edificio, vecino de los otros tres, vieron el cartel que presidía la entrada, y donde podía leerse";


"Esta es la mejor pescadería de la calle"....










































Oporto, 15-17 de abril de 2016. Fotografías de Jesús Apa.
   

  

   

    








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