viernes, 22 de julio de 2016

El único herrero del castillo

Había llegado a Budapest con mis tropas y decidí que descansaríamos allí. Mis hombres necesitaban un merecido receso, y seguramente encontrarían esa noche todo lo que habían anhelado en los más de cien días que llevábamos de dura batalla. Dispondrían de un par de días libres antes de volver a partir al país vecino, donde debíamos conquistar las tierras que años atrás habíamos perdido. Reponer fuerzas era vital en estos momentos, y las batallas se sabe cuando empiezan, pero no cuando finalizan. Menos aún quien las ganará, y a veces quien más lo merece no se lleva la victoria. Cosa frecuente en todo lo que vemos a diario.....

Yo precisaba en primer lugar despojarme de la armadura, pero principalmente quitar algunas mellas en mi espada, maltrecha en el último combate. Así que pregunté por un herrero que afilara y reparara mi arma, a lo que me respondieron, que tras el último asedio, solamente quedaba un joven, el cual ostentaba su negocio en el principal castillo de la ciudad, propiedad del Rey de Hungría.

Me dirigí entonces hacia allí, en busca de aquel que, tal y como me habían dicho, era el único herrero del castillo, para que antes que cayera la tarde, pudiera poner mi espada a punto, y de paso solapar algunas rajas y cortes de mi armadura. Los golpes de martillo sobre la fragua delataron el pequeño puesto del joven herrero, y fue allí dónde me acerqué para reclamar sus servicios.

El local estaba iluminado por la incandescencia del fuego de la fragua, y el calor era sofocante aunque soportable, más aún por la lluvia y frío que aguardaba afuera. El chico solo escuchó mis gritos llamando su atención cuando dejó de golpear con el martillo sobre el yunque, con el cual reparaba el arma de algún otro caballero. De repente vi como descolgaba el peto de cuero de su cuello, lo enganchó a un hierro de la pared, y bañó el sudor de su cara dentro de una pila de agua. Secó su cabello mojado, y se dispuso a salir de la herrería obviando mi presencia.

Fue entonces, y antes que saliera por la puerta, que le corté el paso y llamé su atención, reclamando con urgencia reparara mi espada, pues el arma de un caballero debe estar siempre afilada, ya que nunca sabes cuando ni con quién has de usarla. Mi sorpresa fue cuando me dijo que no volvería a trabajar en aquella fragua, y que su último trabajo acababa de finalizarlo, sin tener intención de volver allí jamás.

Mi incredulidad chocaba con la urgencia de sus servicios, puesto que ya me habían dicho que era el único herrero de la ciudad; el único herrero de aquel castillo. Así que, obviando cualquier gesto cortés y educado que todo caballero debe mantener, reconozco mi pérdida de caballerosidad, castigada por la necesidad que me apremiaba, saqué mi daga y la puse amenazante sobre su cuello, diciéndole que no había tarea ni urgencia más importante en esos momentos que el que reparara mi espada, y de camino, mi armadura.

Pero el joven, sereno y tranquilo, miró fijamente a mis ojos, y con una sonrisa confiada en su rostro, empezó a decirme por qué debía atender otros asuntos antes que seguir en aquella sucia fragua....

"Caballero y señor, tendrá que disculparme, pero los asuntos del corazón no pueden esperar. El amor es urgente, y nada ha de ser atendido antes que eso. Como veo que es nuevo en esta ciudad, será por ello que desconoce que el Rey busca quien corteje a su hija, la princesa más bella que existe sobre la Corte, y sin lugar a dudas, yo soy el hombre que necesita.

Nadie más apuesto que yo para dar descendientes a la corona y que el Rey siga con su dinastía. Cuando me he enterado esta mañana de tal asunto, he sabido que este sería mi último día en la herrería, así que debía acabar los trabajos pendientes, pero no aceptar ninguno más que llegara, y es por ello mi señor, que no puedo atender su solicitud. ¡Quien sabe qué lugar del trono ocuparé mañana!.

¿Vé usted allá arriba en el castillo, la Torre del Homenaje?. Ese será mi nuevo hogar, y el Rey estará feliz porque amaré a su hija y le proporcionaré tantos hijos que su dinastía tardará cientos de años en desaparecer. 

A pesar que la Princesa nunca me ha visto (ni yo a ella que recuerde), sé que quedará rendida a mis encantos; su felicidad será plena. Hoy es sin duda uno de los días más felices de mi vida, porque al fin la fortuna estará de mi lado.

Mi daga hacía rato había dejado de amenazar su cuello. Me quedé perplejo y a la vez contrariado ante la confianza de aquel chico en la consecución de sus objetivos, tal vez alocados y desvaríos, aunque firmes y seguros. Pero lo cierto y verdad, que nunca vi a nadie con tantas ganas de amar, incluso de creer en amores imposibles.

Así que me aparté a un lado para no cerrarle el paso y dejar siguiera su camino, y que no fuera yo quien detuviera esa convicción y confianza de aquel joven. Del mismo modo, con la imposibilidad de lo que pretendía, y puesto que sabía que en poco tiempo volvería de camino a la fragua, lo esperaría allí, ya que no tardaría en ocuparse del trabajo que le había encargado.

Pero a pesar que no interrumpiría su motivación con ninguna palabra de desaliento por mi parte, no pude resistirme en preguntarle;

- ¿Y qué pasará si cuando allí te presentes, la Princesa no te acepta? -.

"Dudo mucho que eso ocurra Señor".

- Sí pero, ¿y si cuando llegues, es demasiado tarde y algún otro joven ocupa el corazón de la Princesa? .-

"Soy yo, sin lugar a dudas, quien ocupará el lugar que el destino guardó para mi, y ese no es otro que estar al lado de mi amada", volvió a reclamar el chico.

Su tozudez, o tal vez su arrebato de pasión y confianza no parecían ceder, así que decidí asestarle un golpe de sinceridad, aunque adornando mis palabras en la medida de lo posible, le dije....

- Soy caballero y conozco cómo funciona el amor en aquellos de sangre azul, y aunque confíes en tus posibilidades, los amores en la alta alcurnia son movidos por intereses, y es posible que cuando allí te presentes, y a pesar que la Princesa quede rendida ante ti, el Rey pueda apostar por un pretendiente de mayor posición que tú. Así que dime, ¿qué harías entonces? -.

El chico, sin dudarlo un momento, me contestó;

"¿Acaso no merece la pena apostar por el amor?. Confío en mis posibilidades, claro que sí, y podré errar en mi intento como cualquier persona. Pero si eso ocurre, volveré a mi fragua, con la cabeza bien alta. Solo que desde ese momento, ya no sería el mismo herrero. Es entonces, que me convertiría en un errero...."





Medzev, Eslovaquia. 16 de julio de 2016. Fotografía de Jesús Apa.


Castillo de Budapest, Hungría. 15 de julio de 2016. Fotografía de Jesús Apa.


  

    



  


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