viernes, 29 de julio de 2016

La regadera

Tal vez pensaba Emilia, que aquello sería un viaje más, en esta ocasión, compartiendo un asiento en el avión con un chico español. Tal vez por mi parte pensaba lo mismo, pero yo aún sin adivinar la nacionalidad de ella debido a su buen acento. Así que sencillamente, quise saber más de esa chica que compartía el mismo destino que yo; la preciosa ciudad polaca de Gdansk. Y como en la vida, los caminos van marcados por las opciones que se te presenten, ahí también las tenía; si quieres conocer a alguien que te ha inspirado "buen rollo", hazlo. Sin embargo, si no te interesa, prácticamente no deberás hacer nada.

Pero hace casi seis años que yo opté por la primera de las dos opciones. Y es que Emilia me transmitió justo lo que ella es, y que con el tiempo descubriría y corroboraría. Porque aquí también tenía dos opciones, y es que cuando conoces a alguien, y realmente consideras que puede haber un bonito vínculo amistoso, vuelven a producirse dos nuevas posibilidades; cuidar para mantener esa amistad, o dejar que ésta, si es que llegó verdaderamente a surgir, se vaya apagando con el paso del tiempo.

Pero aparte de aquel buen encuentro con ella, solamente quedó de ese vuelo a Polonia un email anotado en mi libreta, el que Emilia escribió para que, como a modo de señal, yo pudiera determinar las dos opciones que quisiera; escribirle algún día, o dejar en el olvido aquella hoja de mi cuaderno. Entonces en ese momento yo acepté aquello como un precioso gesto que podría ser el inicio de, ¿por qué no?, una buena amistad. Un simple email escrito en mi cuaderno de por aquel entonces, del cual dependería el camino de nuestra amistad; bonito reto.

Me gusta cuando conozco a alguien, observarla, analizarla, casi examinarla. Aún sin saber casi nada de esa persona, dejarme llevar y ver qué es lo que puede transmitirme. El efecto suele ser casi inmediato, sobre todo cuando estás predispuesto a sacar lo mejor de ella. Y de Emilia absorbí cuanta información pude, y efectivamente me trasladó todo aquello que poco a poco iría descubriendo; sensible, cariñosa, detallista y con un corazón enorme. Y es que a pesar que aquella época fue dura para ella y pudiera estar menos "accesible", si alguien es transparente, resulta muy fácil mirar en su interior.

Aunque no pasó tanto tiempo para que yo usara ese email, sí que es cierto que tuvieron que pasar cuatro años para que volviéramos a vernos. A pesar que solamente habíamos hablado en una ocasión, donde le pedí ayuda para un tema laboral, Emilia decidió visitar Tentudía y pasar unos días en mi casa. Eso no hizo más que fortalecer nuestra amistad, pero sobre todo, conocer un poco más todo aquello que no dio tiempo en ese vuelo. Y ciertamente, aunque no me equivoqué en absoluto con mi primera impresión sobre ella, descubrí a una persona con unos valores maravillosos.

Pero si algo me llamó la atención en lo que conocí de ella en su visita, es el gusto de Emilia por las flores. Tanto es así, que su formación en este arte va encaminado a que algún día, más pronto que tarde, se dedique verdaderamente a ello. Y como me habló de su jardín en Polonia, me la imaginaba cuidando delicadamente las flores; cortando y podando para dar forma a sus plantas. Regando cada mañana y provocando los colores más bonitos que puede brindarte la naturaleza. Porque dedicarte a este arte, hace que te conviertas en una persona sensible y respetuosa con todo lo que te rodea, y lleva implícito pensar, que aplicas esta sensibilidad a otras muchas facetas de tu vida. En nada de todo eso me equivocaba cuando describía en mi cabeza a Emilia.

Así que hace unos días decidí devolverle esa visita. Volvía a ir a esa ciudad que decidí visitar casi seis años atrás, y recordé cuando el destino me sentó a su lado en el avión, trasladándome a aquel momento en el que empecé a charlar con una persona desconocida, para con el tiempo, convertirse en una gran amiga. El recibimiento no podía ser más caluroso, y así Emilia se apresuró en enseñarme su ciudad, su nueva vida, su casa, y por supuesto, presentarme a su familia, los cuales me hicieron sentir como parte de ellos. Y como no, tuvimos esas conversaciones que tanto nos gusta compartir, de las que nos gusta disfrutar, que tanto me hacen aprender, muchas de ellas, con su precioso jardín de fondo.

No es la primera vez ni será la última que me empeño en que algo bueno ocurra. A veces basta con desearlo, para que un cúmulo de buenas cosas produzcan una reacción en cadena, eslabón a eslabón, con pequeños pasitos, que en un futuro dejan huellas gigantes. Aunque fortalecer una amistad en la distancia lleva su esfuerzo, cuando el destino te regala este tipo de encuentros, solo te queda dar las gracias y cuidar de ello lo mejor que sepas.

Y dado que esta amistad, como otras muchas, me parecen precisamente un regalo, antes de venirme decidí hacerle yo uno a ella; un detalle insignificante, pero que estaba seguro que Emilia sabría apreciar, y sobre todo, darle el sentido que yo pretendía transmitirle. 

Y fue curioso, que la misma mañana en que dejaba su casa para venir de regreso a España, me pidió escribiera alguna cosa en su cuaderno, el cual utiliza a modo de "libro de visitas". Y como por propia experiencia sé de la importancia de las cosas escritas en un cuaderno, decidí dejarle un sencillo mensaje escrito en él....

"Antes de venir a tu casa, estaba impaciente por conocer tu jardín. Me habías hablado tanto de él.... Y quería conocerlo por una sencilla razón. Supongo que sabes, que un jardín sin flores no tiene sentido. Está vacío, inerte. El tuyo está esplendoroso, lleno de colores; lleno de vida.

Pero es justo tal y como sucede en la vida. Que son los amigos las flores de nuestro jardín personal, y tú eso, sabes cuidarlos como nadie. Así que espero, que sigas manteniendo esta bonita amistad como hasta ahora, y te doy las gracias por haberla cuidado tan bien, y es mi deseo que sigas manteniendo vivo los colores de ella.

Ahora entenderás, por qué te regalé la regadera.

Gracias por dar color a mi vida".
















Gdanks, Gdynia y Sopot, Polonia. Julio de 2016. Fotografías de Jesús Apa.









  

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