viernes, 21 de octubre de 2016

La princesa y el dragón

El dragón volaba cuál espíritu libre. Era ligero y se movía por los cielos con soltura. Al contrario de lo que se pudiera pensar, para los habitantes de aquel pueblo les era alguien familiar, pues estaban acostumbrados a su presencia desde bien pequeñito. Además, aunque era un dragón poderoso, parecía discreto y amable.

Sus buenas acciones incluso habían derivado a que el pueblo, cierto que siempre con respeto, pero que confiaran totalmente en él. Planeaba por encima de las casas y ayudaba con su sombra a refrescar aquellas tardes de verano. En cambio, en el frío invierno, hacía lo propio gracias a sus poderosos fogonazos de fuego, que calentaban el ambiente.

Pero un día observaron que el dragón llevaba largo rato posado sobre una gran piedra en la ladera que llegaba a lo alto del pueblo. Todos los habitantes de aquel lugar miraron hacia arriba por la llamada de atención del dragón, que comenzó a batir enérgicamente sus alas. De repente, con una poderosa voz, dijo para el asombro de todos; "Soy un príncipe y por eso que deseo una princesa".

La sorpresa fue brutal, y todo el pueblo se estremeció ante aquello. Se extrañaron por ese momento de cólera, aunque después de comentarlo entre ellos, todos pensaron que tal vez el dragón tenía en su interior un príncipe, y también tendría derecho, de ser merecedor de encontrar una princesa con la que compartir todo el amor que quizás tuviera guardado durante tanto tiempo.

Un murmullo recorrió todas las calles del pueblo, animando a que alguien pudiera complacer al dragón, no vaya a ser que saliera toda su furia y ocurriera lo que nadie quería que pasara. Ante la sorpresa de todos, fue una dulce y guapa chica, la que dio un paso al frente, y subiendo ladera arriba, se dirigió hacia el dragón. Éste, empezó a mostrarse impaciente porque llegara a lo alto de la colina, esa atrevida chica que se estaba aventurando a ser su princesa.

Al llegar a su encuentro, el dragón se mostró entusiasmado por su suerte, se agachó, y así facilitó que la chica subiera por su cuello, y ambos se elevaron con un batir de alas delicado, contrastado con la robustez de aquel poderoso animal.

Ahora, era común verlos planear por encima de las casas a los dos juntos. El dragón se mostraba orgulloso mientras la chica iba subida sobre su lomo, agarrada a su cuello, y se sentía realmente como un príncipe que había conquistado a la princesa más bella del lugar, y la cual era la envidia de todas las demás chicas. Reían y se divertían con las habilidosas acrobacias del dragón sobre el aire.

A la chica en un principio le costó acostumbrarse a aquello, pero poco a poco, comenzó a confiar y sentirse tranquila y cómoda encima de aquel dragón, ahora convertido en su príncipe. Y en todos sus vuelos, ella saludaba a sus amigos y amigas, mientras le indicaba cariñosamente al dragón por dónde debía volar, para el disfrute de ambos.

Pero un día, en uno de los muchos vuelos que realizaban de aquella manera, el dragón se mostró inquieto. Es como si algo raro hubiera visto ese día, aunque en realidad fue un día como cualquier otro. El dragón comenzó a planear de manera peligrosa, y la chica sintió miedo. Cuando ésta se lo recriminó, él le dijo que había tenido un mal día; aquello no ocurriría más.

Y fue al poco tiempo de aquello, que en uno de sus paseos al lomo del dragón, en el recorrido habitual por las calles del pueblo, y mientras la chica saludaba a uno de sus amigos, que el dragón hizo una brusca maniobra, que provocó que la chica casi cayera al suelo. Consiguió milagrosamente agarrarse, recriminándole de nuevo tal acción, aún subida encima de aquel, (ahora sin saber por qué), enojado dragón.

Tras muchos ruegos por parte de la chica, al fin el dragón consiguió posarse por detrás de la ladera. Y justo mientras ella, siempre de manera educada y correcta, trataba de pedirle explicaciones, sin qué ni por qué, el dragón abrió sus alas, cogió impulso, y escupió contra la chica una gran bocanada de fuego.

En esas que la chica, sacó de atrás suya un escudo que llevaba guardado, y lo usó a modo de protección. El fuego chocó contra el escudo, y giró en la dirección del dragón, que salió huyendo herido por su propia llamarada. Suerte que aquella chica era precavida y había podido desconfiar a tiempo de su actitud.

Cuando la chica, ya fuera de toda corona que le pusieron, regresó al pueblo y todos se preocuparon por lo que había acontecido, alguien le preguntó, cómo había ocurrido aquello, aquel ataque, si parecía que era un dragón dulce y educado, distinto a cualquier otro. A lo que ella contestó, que efectivamente lo era, pero fueron sus inseguridades las que provocaron ese comportamiento en él.

Aún así, volvieron a preguntarle, que desde cuando había pensado en llevar ese escudo, escondido misteriosamente en su espalda. Fue una acción muy precavida por su parte, porque a pesar de su enorme aspecto, para ella había sido un dragón, pero con un príncipe en su interior. A lo que ella, volvió a contestar;

"Cuando en alguien aparecen los celos injustificados, pueden ocurrir estas cosas. Es entonces, que son esos príncipes los que llevan dragones en su interior...."


Imagen libre en la red. Fuente de Cantos, 21 de octubre de 2016.







        

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