viernes, 4 de noviembre de 2016

Las lecciones del abuelo. Segunda parte y final.

.... Ya cuando se puso a mi lado, montado sobre su mula, y habíamos recorrido algunos metros, decidí preguntarle..

"Y abuelo, ya que hace tiempo que no hablamos...., ¡cuéntame algo de la historia del pueblo, de su vida, de cómo lo ves en el futuro....!".

Sin esperarse esa pregunta, quedó un poco pensativo antes de comenzar a hablar, para luego decirme....

"Querido nieto. Cuando se habla de la vida, me veo obligado a hablar del pasado, que aunque ya quedó atrás y hay que mirar adelante, siempre es bueno recordarlo para saber de dónde viene uno.

Y si es cierto que en la historia pasada está el alma de los pueblos, en el futuro está su esperanza y su razón de vivir, y en sus gentes, el corazón. 

Pero el futuro del pueblo, el futuro colectivo, está en la infancia despreocupada y feliz. También lo tenemos en esa adolescencia que va enredándose en el amor y en la vida. El futuro es esa juventud un poco descreída con su futuro, valga la redundancia. Pero eso es positivo, porque no es bueno que los jóvenes aceptéis una vida regalada. Acostumbraos a rechazar todo lo chabacano, lo fácil, lo rutinario y lo impuesto. Apuntaos a causas nobles. Si queréis que vuestros progenitores sean felices, bastará con que vean la felicidad y el entusiasmo en vosotros. Y no os sintáis defraudados por cosas malas que puedan ocurriros, porque tened en cuenta que hay muchísima buena gente. Lo que pasa es que la gente decente es menos veces noticia que la gente que va haciendo trampas por la vida."

-- Pero abuelo, le dije con sumo interés. ¡Háblame precisamente de eso, de cuando tú vivías en esa juventud, esa adolescencia...!--

"Ay querido nieto. ¡Eso sí que eran otros tiempos!. Los niños de aquel entonces, éramos ajenos a las dificultades propias del momento, las cuales nuestros padres sorteaban como podían. ¡Aquello sí que era vivir en crisis sin saberlo!.

Nuestros padres eran nuestros héroes; (lástima que a veces lo descubriéramos tan tarde). Por eso que siempre estábamos deseando hacer falta en el campo, dejar la escuela e ir en su ayuda. Para nosotros era un orgullo empezar y acabar el día con ellos. Las enseñanzas de sus lecciones no tenían límites El que hoy algunos seamos analfabetos está más que justificado. Digamos que es algo anecdótico para nosotros. Pero gracias a Dios, eso hoy no pasa. Todo el mundo sabe leer y escribir. 

Curioso era ver cómo nuestros padres jamás se quejaban. Labrados a golpe de una fatiga que se tiene, pero que no se dice. 

Eran tiempos duros, pero que recuerdo con melancolía y gratitud. Desde muy pequeños, mi padre y mis abuelos aprendieron a cultivar la tierra. Después me enseñaron a mi y a mis hermanos. Era lo primero que se aprendía, porque dos manos, por muy pequeñas que fueran, siempre eran dos manos, y nunca venían mal.

Y por estas tierras veníamos a diario, donde teníamos algunos animales y algunos castaños. Entonces a medida que cosechábamos las castañas, las ahumábamos en una habitación para sacarles la humedad. Aún recuerdo el olor seco de los leños concentrados en ese cuarto, de paredes oscuras tiznadas por el humo. En esas noches de otoño, asábamos unas cuantas castañas sobre la tapa de hierro de la estufa. Mientras todos cenábamos alrededor de la mesa, las castañas iban desprendiendo su esencia suave y aceitosa a medida que se tostaban al fuego.

Las comíamos tibias, después de la fruta, mientras conversábamos sobre las cosas importantes de la vida; cómo estaba el ganado, las ovejas que habían parido, la cosecha, el sabor de las verduras y hortalizas de esa temporada, la siembra, la poda... Incluso si ese día habíamos estado solos en el campo, contábamos todo lo que éste nos decía. Porque la naturaleza te habla, sólo debes saber escucharla.

Esa era la mejor parte del día. Era el momento de dedicarlo a la familia. ¡Así se construían los hogares por aquel entonces!.

.... Recuerdo que mi padre se sentaba siempre en el mismo sillón, y en el mismo lugar de la mesa. Ese sitio era sagrado y nadie podía ocuparlo. ¡Ahí era dónde más cómodo se sentía!. 
Un día le pregunté.... -- Padre, ¿por qué siempre ocupas ese lugar y no cambias nunca de sitio?.-- 
Hijo, porque desde aquí las cosas las veo mejor, me decía. Yo, que a veces me sentaba en su sillón cuando él estaba ausente, veía lo mismo que desde cualquier otro sitio, sin apreciar nada en particular de diferente. 

Fue con el paso del tiempo, que descubrí que todo lo que él veía, no era por el lugar que ocupaba en la mesa, sino por su posición de responsabilidad. Sin darnos cuenta, desde ese viejo sillón, supo trasladarnos todos los valores que hoy tenemos y heredamos. Por eso, es tan importante seguir escuchando a los mayores....".

Yo sencillamente estaba boquiabierto de escuchar a aquel señor, quien se había convertido en mi abuelo por un momento. Pero ya no decidí interrumpirlo más, dejé que siguiera hablando de aquella manera tan tierna y con tanta nostalgia y amor, por la historia de su vida.

"Antiguamente se cantaba mucho. La gente cantaba en las cocinas, frente a una candela, en los patios... Muchos cantaban en el trabajo, en el campo, durante el día, pero también en sus casas, cuando regresaban por la noche.

Cuando trataban de dormir a los niños, en las sobremesas, en las fiestas familiares y en las procesiones. Realmente era curioso, pero casi todos cantaban o tarareaban algo cuando iban y venían del trabajo, o mientras trabajaban en los sembrados, al pie de la Sierra. Desde aquí donde estamos, desde la altura, las mujeres y hombres que labraban la tierra se veían pequeños. 

El movimiento de sus cuerpos allí abajo, mientras trabajaban con palas y picos, apenas si se percibía. Sin embargo, las canciones que se cantaban subían por el Cerro de la Fontanilla, la Peña Alta o por la Buitrera, recorriendo sus laderas, y se oía con claridad en lo alto del pueblo. No había tanto ruido como hay ahora. Y no hablo solo del ruido de las herramientas, o de los coches y tractores. La gente lo hacía todo con otra paz, y esa paz iba con uno a todas partes."

Seguíamos avanzando uno al lado del otro. Pero al pasar por un determinado lugar, empezó a guardar silencio. Era como si algo le hubiera sobrecogido. Su emoción se veía contenida en su rostro. Pasado un tiempo, y antes que yo le preguntara, comenzó de nuevo a hablar....

"Mira, esta era la huerta de Benito. Tenía un cariño especial por él, pues se había hecho bastante amigo de mi padre. Así que cuando mi padre murió, hice un bolso grande con ropa que me parecía que podía servirle. 

Entonces Benito trabajaba en la huerta con una camisa de cuadros y un pantalón azul de algodón que mi madre le regaló a mi padre en su último cumpleaños. Todos los días, cuando pasaba por aquí, mi corazón daba un vuelco cuando veía a Benito vestido con la ropa de mi padre...; ¡pero esa era la intención!. Así vivía yo el recuerdo.

Benito golpeaba con la azada la tierra, y cuando escuchaba el sonido de los cascos de la mula, apoyaba una mano sobre el mango de madera, mientras con la otra secaba el sudor de su frente. Él me sonreía, y yo le decía en voz alta...-- Adiós Benito. Que tengas un buen día de trabajo --..., (mientras mi corazón decía para sus adentros), -- Pasa un buen día en el cielo padre, que yo seguiré cuidando de tu tierra --.

Esas son las verdaderas herencias hijo. Las que consisten en no olvidar nunca quien dejó lo que hoy tienes, el esfuerzo que eso supuso, pero sobre todo, quienes te convirtieron en la persona que hoy eres.

Pero es evidente que cada cual escarba en sus raíces como mejor puede, con aquellas cosas que nos identificamos, a pesar de los cambios que han sufrido con el paso del tiempo. Pero uno ya se va haciendo viejo...."

Miré hacia arriba, y vi a un hombre hecho y derecho que empezaba a emocionarse, así que traté de desviar la conversación....

-- ¿Viejo dices? Abuelo, si está usted hecho un chaval. Cualquiera lo diría. Yo te veo mejor que nunca --; le dije haciéndole un cariñoso guiño...

Entonces me dijo.... "Hay dos maneras de hacerse viejo; de manera desgarrada, roto consigo mismo, enrabietado, rebelde..., o de manera serena, mirándose las arrugas sin miedo, queriéndose. Yo me parece que soy de los segundos, y eso sólo lo consigues en un pueblo como éste...."

"¿Ves este bastón?", me indicó tocando en una de las agüaeras de la mula. "Pues solamente lo uso para ir a cobrar al banco", me dijo orgulloso.

Los pueblos también tienen sus cosas malas, no te vayas a pensar. Pero siempre hay que ponerle un poco de picaresca a la cosa. Cuando voy al banco a cobrar la pensión, voy con este bastón. La gente si te ve que sigues fuerte como un roble, no todo el mundo se alegra. Así, con el bastón pensarán....Mira qué bajón ha pegado fulanito... Además, no sea que me vayan a rebajar la paga por estar tan bien como estoy. Pero a ti en confianza te digo, que solo lo uso para eso...

Vino bien desviar la conversación, pues volví a ver su cara iluminada por el orgullo de contar una historia, la de su vida, sencilla, humilde, sana y pueblerina, como él bien recalcaba.

"Pero te diré una cosa... Que aunque uno es viejo, sabe dónde está el futuro y mirar hacia él, y confío en que vosotros, los jóvenes, también lo descubráis más pronto que tarde. Alguien dijo una vez, que los pueblos en decadencia viven acordándose de dónde vienen; los pueblos fuertes, sólo necesitan saber dónde van."

Con estas últimas palabras, empezamos a divisar el pueblo, y al poco a entrar en él. El Molino de Ibarra, la fuente de la Fontanilla, y así bajando la calle del Cura, llegamos hasta el Paseo. Y ahí, quise despedirme de él.... 

Miré hacia arriba, y crucé mi vista con la suya. Ahí, montado en su mula, apareció de nuevo su mirada más melancólica, y fue él quien volvió a dirigirse a mi, para decirme...

"Hijo, no te alejes de la felicidad que te da el pueblo.
Acéptala mientras se te ofrece gratuitamente,
pues después correrás detrás de ella,
pero ya no podrás alcanzarla".

Y así, subido en su vieja mula, continuó la calle abajo.

Pero antes de desaparecer, que vi a un amigo que por allí pasaba, y me acerqué a preguntarle.

"Dime..., ¿sabes quien es el señor que va a lo lejos montado en la mula?. Es curioso, pero me ha confundido con uno de sus nietos. Tal vez debo parecerme mucho a él.

Mi amigo al escucharme, sonrió y me dijo...-- "No te confundió con nadie. Rufino es soltero, y nunca tuvo hijos, ni por consiguiente nietos. Y no te preocupes, que tampoco está loco, solamente que quiso enseñarte algunas lecciones de la vida en los pueblos.

Por un tiempo, también fue mi abuelo, y el abuelo de muchos.

Quizás gracias a él, sé que nunca abandonaré mi pueblo, y fue él quien me enseñó a proteger y cuidar mis raíces....-- ".


Y lo que a mí me enseñó Rufino, es que todos los hombres y mujeres tienen derecho a decidir dónde quieren vivir. Pero los que decidimos quedarnos aquí, en los pueblos, estamos en la obligación de cuidar aquello que nos dejaron en préstamo. Solo así, mantendremos la esencia de quienes somos...., y solo así, podremos honrar a nuestros antepasados. 

Pero eso Cabeza la Vaca ya lo sabe. Y es que aquí, nadie se siente forastero, y ahí sí que puedo decir, que hablo por mi propia experiencia. Por eso que os tengo tanto respeto, que os pido permiso, ahora sí, para ¡inaugurar la XI Feria de la Castaña.!


P.D: Quiero agradecer al pueblo de Cabeza la Vaca las muestras de cariño recibidas durante estos días. Cariño, que ha engrandecido mi corazón por unos días!!.





Cabeza la Vaca, XI Feria de la Castaña. 28 de octubre de 2016. Fotografía de Jesús Apa.


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