viernes, 18 de noviembre de 2016

Caprichos del destino

Hay quienes prefieren pasar de puntillas por este mundo, con una vida ordenada y ajena a cualquier cambio. Sencillamente viven en un mundo totalmente estructurado, sin pretender que nada altere sus caminos. Esas personas están alejadas de esa sensación poderosa que a veces tenemos con el destino, con no saber lo que éste puede depararnos. Porque no todo el mundo cree en él, sino que simplemente, se limitan a evocar a la casualidad, más que a alimentar esa veracidad de que el destino está ahí, pero hay que salir a buscarlo. Porque no creo que tenga mucho que ver la casualidad con el destino, aunque a veces lleguen a ti de manera aliada. Para mi son dos cosas distintas.

Todos conocemos historias de casualidades, propias o bien que vengan de parte de algún conocido. Me contó Annie, que hace muchos años unos amigos suyos se mudaron a vivir a Chicago. Esta ciudad, que está en el Estado de Illinois, es la tercera ciudad más habitada de los Estados Unidos. En aquellos entonces, no se disponía de los medios digitales de ahora, y las conexiones personales eran más complejas. Nada más aterrizar en aquella ciudad, a esos amigos de Annie, se les vino a la cabeza otro amigo en común que sabían que vivía allí. "Lástima que no sepamos nada de él, para poder haberle hecho una visita", comentaron ambos, mientras viajaban en el coche que les llevaba a su nuevo hogar. 

En ese momento, mientras se encontraban parados en un semáforo, otro coche se les puso al lado. Tuvieron que frotarse los ojos porque no daban crédito lo que veían. En el coche que paró junto al de ellos, conducía ese viejo amigo del que hablaban un momento antes. Fue así, con esta casualidad, como volvieron a recuperar la vieja amistad que por circunstancias de la distancia habían perdido.

Hace también muchos años, Michel, un amigo de Francia, decidió embarcarse en una aventura por América del Sur. Para dicha experiencia, contaría con una moto de gran cilindrada, por la que atravesaría toda Argentina. Al llegar a la Patagonia, la zona más austral de América, se detuvo a contemplar el paisaje y tomar algunas fotografías. Un escenario desértico y desangelado. De repente, observa que a unos cientos de metros, hay otra persona, que al igual que él, viaja en moto y está tomando fotografías. 

Cuando decidió acercarse hacia él para que le hiciera una fotografía con su cámara, no podía creer quien era aquella persona que estaba, en la otra punta del mundo, viviendo la misma aventura que él. Un antiguo amigo de la infancia y que fue su compañero en el colegio, y del cual no sabía nada hacía años, pero que por casualidades, o por caprichos del destino, pensaron en vivir la misma experiencia, en las mismas fechas, y coincidir en el lugar más inesperado jamás por ellos, para así de nuevo, recuperar la amistad ya casi olvidada.

Pero, ¿quien no ha sentido esa sensación en que, la casualidad, lo inesperado, va poniendo marcas en nuestro camino, obligándonos a encauzar la vida, en una dirección u otra?. Hay quien dice que son designios del destino; de esa fuerza que está por encima de nosotros, y que nos empuja a una sucesión inevitable de acontecimientos, de los que no podemos escapar. Entonces, cuando eso ocurre, te preguntas; ¿Casualidad o destino?.

Hace unos días leí algo increíble, de estas historias sobre casualidades, como las dos anteriores, pero que te hacen pensar y reflexionar de lo imprevisible que puede ser la vida. 

"El 1 de octubre de 1987, en un hospital del Estado de Illinois, era abandonada al nacer, una niña con una malformación genética; no tenía piernas. Al conocer la noticia, el matrimonio Bricker, acudió a su rescate y decidieron adoptarla. La criaron como si fuera suya, y bajo una premisa concreta, la misma con la que criaron a sus otros tres hijos; nunca decir "no puedo". Y a los siete años, Jennifer dijo a sus padres que quería ser gimnasta. Pero, ¿cómo iba a ser gimnasta si no tenía piernas?.

Comenzó dando pequeños saltos en una cama elástica que le compró su padre. Al principio, le costó empezar, y las caídas eran constantes. Pero poco a poco, con el entrenamiento con su padre, fue mejorando, hasta llegar a competir. Al poco tiempo se convirtió en campeona del Estado de Illinois. Creció imitando a su ídolo, Dominique Moceanu, una gimnasta estadounidense que competía en gimnasia a nivel mundial, y quiso ser como ella.


Cuando Jennifer se hizo mayor, le preguntó a su madre sobre su familia biológica. A Saron Bricker le costó decirle el apellido, pues este era Moceanu. ¿Cómo era posible? Jennifer no podía creerlo. Una cosa es que puedas hablar con tu ídolo de la infancia, pero otra es que ese ídolo sea tu hermana. ¿Casualidad o destino?...."




Jennifer Bricker y su padre adoptivo. Imagen libre en la red. Fuente de Cantos, 18 de noviembre de 2016.
  
       

   

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