viernes, 23 de diciembre de 2016

El Pan de los Ángeles

Hace apenas tres semanas que paseaba por los hermosos pueblos de la Costa Amalfitana italiana. El día era soleado y tibio, e invitaba a disfrutar de la quietud que a veces te regala la vida. Conduciendo por aquellas estrechas carreteras, advertí a Helena que llegaríamos a un sitio precioso, denominado el "Fiordo di Furore", dónde merecería la pena hacer una pequeña parada. El lugar, de una belleza inigualable, estaba totalmente solitario, así que aunque ya lo conocía de otra ocasión, este hecho me iba a permitir curiosear tanto como quisiera.

Has de bajar una empinada escalera, que se hace aún más larga, pero no por ello pesada, por las increíbles vistas que te ofrece, que te invita a parar cada pocos peldaños para disfrutar del precioso paisaje. Eso hace que el lugar sea muy concurrido, pero quizás por ser Diciembre, dónde apenas hay turistas por la zona, presentaba una sensación de total abandono. 

Allí podías encontrar un pequeño restaurante cerrado desde hacía algunos meses, probablemente, un minúsculo museo sobre el mundo marino, con la misma apariencia, y casi incrustada dentro de una gran roca, una hermosa capilla asistida en su parte alta por un diminuto campanario, que dormitaban al fondo del escenario que tenía mi vista. Delante de todo aquello, algo más de una decena de barcas allí estancadas; como olvidadas. Además de trozos de cerámica, plásticos, juguetes u otras cosas que había arrastrado el mar.

Entramos curioseando por todo aquel lugar, hasta que decidí buscar mi momento de paz, eligiendo para ello escalar hacia la pequeña capilla. Llegué frente a ella, y observé a su interior a través de las rejas de la puerta; un habitáculo pequeño pero impoluto, de unas cuidadas paredes blancas. Su techo abovedado y su ya desgastado suelo hidráulico, eran presididos por un pequeño altar, sobre el que levitaba un cuadro con una imagen celestial. Allí, como si esperaran ser ocupados, dos pequeños bancos con el asiento de enea sobre unas patas de madera. Empujé hacia mí de la reja, y se abrió.

Entré dentro, sigilosamente, cómo de quien está haciendo alguna travesura, y ocupé el asiento de la izquierda. Estuve largo rato allí sentado, contemplando aquella imagen sobre el altar, pensando en mis cosas; en las cosas de la vida. El tiempo parecía estar suspendido allí, en el aire, dónde nada ocurría, pero todo pasaba por mi cabeza. Saqué mi móvil, lo apoyé sobre el altar, y puse una música relajante, acorde al ambiente. Sonaba el compositor Stanton Lanier, envolviendo su preciosa música de piano aquel lugar tan misterioso pero a la vez cautivador. Me dejé llevar por el momento, y cerré los ojos para relajarme profundamente mientras el sonido de las notas llenaban de paz aquella pequeña capilla. Podía sentir la magia de aquel instante.

Entonces comenzó a sonar una de mis obras preferidas, abrí los ojos para acercarme al teléfono y subir aún más el volumen, cuando mi susto fue monumental, al encontrarme sentado en el banco de al lado un misterioso hombre. Traté de guardar la calma y no parecer asustado ni sorprendido, así que me dispuse a hacer lo que pretendía, pero ahora pidiéndole permiso a la persona con quien compartía de repente aquella estancia. 

El señor, ya entrado en años, al contrario de parecer castigado por el paso del tiempo, presentaba un aspecto jovial. Vestía un pantalón azul claro de gasa, y una camisa blanca de lino, calzando unas bonitas sandalias de cuero color marrón. Pero lo más llamativo era su pelo canoso y la piel de su cara, blanca y lisa, sin apenas arrugas. Así que cuando me levanté del banco para acercarme al teléfono y subir el volumen, le pregunté;

-- Disculpe señor, pero creí que estaba solo. No sé si le molesta la música, y de no ser así, ¿le importa que suba un poco el volumen de esta canción que está sonando? --

"Por supuesto que no me molesta. Además, parece muy hermosa; ¿sabes cuál es el título?", me preguntó él.

-- ¿Le gusta? --, pregunté orgulloso haciendo alarde de mi buen gusto. 

-- Sí, es realmente bella; es mi preferida. El autor es Stanton Lanier, y la canción se titula, "Bread of Angels", "El Pan de los Ángeles".--

"Bonito título, y la canción es muy bella, sí que lo es. Pero, ¿sabes qué quiere decir? Porque supongo que el autor se habrá inspirado en ese título por algo", me dijo para mi sorpresa.

-- Vaya, pues no había caído en eso. La verdad que no sé qué es lo que quiere decir ese título. No sé el sentido sobre qué es eso de "El Pan de los Ángeles"... --

Él, que ahora me incomodaba un poco con su mirada, lo hizo aún más cuando me dijo; "¿De veras?. ¿Escuchas tu canción preferida, sabiendo su título, aunque sea tocada a piano, sin letras, y no sabes lo que quiere decir?".

La verdad que me sentí un poco ofendido a la vez que avergonzado, pero tenía razón. Así que acepté con humildad mi ignorancia, y le dije;

-- Tienes razón, cierto que no lo sé...., pero, ¿sabe usted qué quiere decir?. ¿Sabría usted decirme qué es eso del Pan de los Ángeles?.

Él quedó en silencio, y dejó de mirarme para fijar su vista al frente, al altar, a la imagen celestial que daba colorido a aquella capilla. Ahora cerró los ojos, y respiró profundamente. Por un momento pensé que se sentía mal, y más tarde creí que no sabría la respuesta, pero al poco, empezó a hablar....

"El maná era un alimento del cielo. No hay en la tierra ninguna sustancia natural conocida que encaje con todas las descripciones que se dan en las Escrituras para el maná, por lo que es imposible identificarlo con algo conocido.

Pues resulta que los israelitas, cuando fueron confinados a vagar por 40 años en el desierto, el maná les aparecía en el suelo al evaporarse la capa de rocío que se formaba por las mañanas. Se veía como una capa hojaldrada fina, como escarcha sobre la tierra, y se derretía con el sol, por lo que tenían que recogerlo de prisa y solo en una proporción aproximada para el consumo diario de una casa entera, de acuerdo al número de integrantes de la familia.

La porción en promedio para una persona era de un "ómer", por lo que no se debía recoger ni más ni menos, ya que aunque así lo hicieran, milagrosamente se ajustaba el maná a la porción de un ómer por persona, que equivalía a unos dos litros.

Pero no se si sea ya por la naturaleza humana y por lo mismo los israelitas no estuvieron exentos, pero resulta que llegó el tiempo en que se cansaron de comer el pan "celestial", les llegó a hostigar y le llamaron "pan despreciable". Esta actitud no fue bien vista por el Eterno, que como medida de apremio, permitió que serpientes venenosas llegaran al campamento israelita y les mordieran, causando la muerte de muchos incautos.

El arrepentimiento del pueblo hacia Dios, hizo que dictara a Moisés medidas para salvar a los israelitas de las serpientes, y para ello pidió a Moisés esculpir una serpiente de bronce y colgarla en un madero, y todo israelita que fuera mordido por una serpiente debía ver a esta de bronce para quedar a salvo.

El maná dejó de aparecer ya que a partir de esa experiencia, el pueblo de Israel partió en su éxodo nuevamente hacia la tierra prometida. El maná quedó como un recuerdo en el que el Todopoderoso alimentó a su pueblo con un pan del cielo en el desierto. De ahí la referencia al maná en algunos salmos como, "¡El Hombre comió Pan de los Ángeles. Dios les envió suficiente comida para que quedaran satisfechos!."

También pudiera ser que la expresión "Pan de los Ángeles" se haya escrito simplemente por su origen celestial del maná, y dado que el cielo es morada de los Ángeles, se hizo la referencia en el sentido de que el maná vino por provisión celestial. 

Quizás como ocurre hoy en día, que hemos despreciado tanto lo que hemos heredado, todo aquello que hemos recibido como "caído del cielo", que cómo se suele decir, tenemos lo que nos merecemos."

Me quedé de piedra, de tan sutil y explícita definición del maná, o del "Pan de los Ángeles". No imaginaba que aquel señor tuviera tanto conocimiento sobre algo, sobre una cosa que ni tan siquiera había llegado a mis oídos por casualidad. Pero a pesar de toda aquella explicación, de su razón, del doble sentido que había querido darle con su sentencia final, me decidí a darle mi opinión;

-- Ya, claro, entonces resulta que lo que decían las Escrituras tiene su eco en lo que ocurre a día de hoy en nuestra sociedad. Que el hambre en el mundo es consecuencia del pecado de esas pobres personas, que su único tino fue nacer en el lugar equivocado, pues ya me dirás que daño hicieron para que fueran castigados por Dios, y para que, en el particular "desierto" de cada uno, ni tan siquiera Éste se haya prestado a mandarles ese maná del que me hablas.

Permíteme decirte, que no hay maná que pueda salvar a la gente que pasa hambre y pena en el mundo; que no hay suficiente "Pan de los Ángeles" para satisfacer o compensar la desgracia y el daño que tantos millones de personas reciben, sin culpa alguna. Así que no puedo estar de acuerdo en eso que dices de que tenemos lo que nos merecemos. ¿Acaso la gente que pasa hambre en el mundo lo merece?. ¿No es Dios lo suficientemente poderoso cómo para saber hacer justicia?. De verdad, y perdona mi atrevimiento y enfado, pero es algo que nunca he entendido.... --

No pude ser más tajante, tal vez empujado por la sensación de seguridad que transmitía aquel señor, que me vi en la obligación de hacerle ver que no me creía nada eso que ponía en las Escrituras, ni que existieran los milagros, menos aún que hubiera Ángeles ni que éstos tuvieran nada que ver con Pan que cayera del cielo.

Pero él no cesó en su empeño de darme su opinión, ni tan siquiera se sintió ofendido por mis palabras, porque acto seguido habló para decirme;

"Pienso que Dios está descansando, o quizás, es que Dios está cansado, que no es lo mismo. Tal vez algún día nos demos cuenta de ello, y decidamos hacerle ver que somos, los humanos, una especie que merece aún la pena, y entonces le imploremos por algún milagro, de esos en los que no crees.

Y bueno, con respecto a los Ángeles, pienso que todos tenemos el nuestro. Alguien que un día perdimos, pero que ahora es quien te guía, quien te enseña el camino, que está a tu lado o se te aparece para protegerte, incluso sin que tú lo percibas. 

Porque al igual que es cierto que hace tiempo que no veo un milagro, eso no quiere decir que no crea en ellos.

Esta conversación daría para mucho más tiempo, pero tengo que marcharme. Ha sido un verdadero placer poder haber hablado contigo. Igual nos vemos en otra ocasión. ¡Cuídate!."

Tras estas palabras, se levantó, me dio la mano, y se marchó. Me quedé contento con aquella conversación, más aún de haber conocido a aquel misterioso señor. Sentía sensación de alivio. Quise quedarme un poco más allí, en aquella pequeña capilla. Así que me levanté a coger mi teléfono para volver a poner esa canción, ahora que ya sabía el significado; "El Pan de los Ángeles"....

Fue entonces, que escuché un fuerte grito en el exterior, de alguien que me llamaba desconsoladamente.

Fue cuando caí en la cuenta que me había olvidado por completo de Helena. Salí fuera corriendo en su ayuda, y la vi abajo, gritando de manera aterrada. Le dije que tratara de calmarse, que me dijera qué le ocurría. Casi sin voz, consiguió decirme;

"¿Estás bien?. ¿Te ha pasado algo?."

-- Claro que estoy bien. No sé de qué me hablas. ¿Por qué iba a pasarme algo?, -- le contesté sorprendido.

 "¿Es que no lo has visto?", volvió a decirme.

-- ¿A quién? ¿A quién se supone que he tenido que ver? --

"Ha salido un señor de ahí, de la capilla, dónde tú estabas. De repente, ha abierto unas enormes alas de su espalda, y ha salido volando como si de un Ángel se tratara...."


Feliz Navidad a todas las personas que me seguís. Y que sintáis cerca a vuestro Ángel....



















"Fiordo di Furore", Amalfi, Italia. diciembre de 2016. Fotografías de Jesús Apa y Helena Rocha.










    
     





     




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