viernes, 9 de diciembre de 2016

La ópera

Llevaba años deseando y soñando ver una ópera en vivo, pues a pesar que hace mucho que las escucho de manera apasionada y constantemente, no es lo mismo que hacerlo  físicamente en directo; al menos eso pienso. Solo que, como bien sabemos, una ópera es parecido a un teatro, dónde confluye la música, el canto, la poesía, las artes plásticas, y en ocasiones, la danza. Esta mezcla hace que cada función sea un espectáculo extraordinario, monopolizando la vista, el oído, la inspiración y la sensibilidad.

Suelen ser historias de dramas, traiciones, amores trágicos, y rara vez no hay un conflicto entre sus protagonistas. Son obras cargadas de tensión dentro del papel de cada personaje, pero que sin embargo, escucharla, a mi siempre me ha producido cierta relajación. Disfrutando de un momento en soledad, de música de fondo en la lectura, tomando un café, un vino, o bien conduciendo en un viaje largo, siempre eran buenos motivos para disfrutar escuchando una obra de ópera.

La obra que tocaba ver ayer, la había escuchado en más de una ocasión; Anna Bolena. Aunque mi preferida es La Boheme, de Puccini, y la cual me sé de memoria, el poder ver una ópera en directo, en el teatro de la Maestranza de Sevilla y en buena compañía, hacía que mis sentimientos estuvieran a flor de piel.

Y como ocurre en toda ópera, interactúan cuatro grandes elementos entre sí, que hacen que los teatros escritos por estos genios de los siglos pasados cautiven al espectador. El libreto, el canto, la música y la puesta en escena deben alternar entre sí para alcanzar el objetivo final. En este caso, el libreto narra esta tragedia lírica en la cual, Enrique VIII, Rey de Inglaterra, una vez que obtuvo el divorcio de su primera esposa, Catalina de Aragón, decidió casarse con Anna Bolena. Ésta, tuvo que renunciar a su gran amor de siempre para poder ocupar el trono, y claro, tal y cómo sucede en la vida misma, "que quien juega con fuego se quema, quien juega con el amor se enamora".

Así que con esta historia de amor presente (o varias), el libreto va cogiendo forma, y como sucede en otras óperas, y a diferencia del teatro, la historia empieza a ser cantada. El éxito o parte de él, estriba en la voz de los protagonistas, pues la emoción y la intensidad del canto tienen un impacto directo en el peso y sentido de las palabras.

Para el canto hay diferentes voces clasificadas a su vez en distintas categorías, desde las más agudas a las más graves: soprano, mezzo-soprano y contralto para las mujeres; tenor, barítono y bajo para los hombres. A mi particularmente me gustan más las voces femeninas, que se caracterizan igualmente por su poder y agilidad; pueden ser ligeras, líricas o dramáticas. Éstas últimas suelen ser muy fuertes, así que Anna Bolena se intuía sería encarnada por una soprano de gran fuerza, como así comprobaría más tarde.

Una vez tenemos el libreto escrito así como la voz encargada de dar vida a la historia, el tercer elemento, y quizás para mí el más importante, es la música. La orquesta juega un papel vital, y la música clásica siempre ha sido una de mis pasiones. Esa combinación de instrumentos de viento, cuerda, o percusión, son caricias de paz para cualquier oído. Normalmente colocadas bajo el escenario, la orquesta inunda de melodía el teatro, llega al espectador de una manera suave, delicada y armoniosa. Supongo que por eso me gusta escuchar la música clásica cuando mayores momentos de paz necesito, y en este caso, la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla seguro que no iba a defraudarme.

Y ahora sí, ya solamente faltaba el cuarto elemento importante de una ópera, y que siempre me había faltado en todas las veces que yo las escuchaba, al no haber asistido nunca a una obra en directo; la puesta en escena. Este elemento, lo intuía como secundario, y algo casi externo, pues una buena historia, encarnada en una bonita voz, y acompañada de una apropiada música, debería ser más que suficiente para garantizar el éxito.

Pero muchas veces había escuchado hablar que los escenarios operísticos han sido siempre fascinantes, con espectaculares efectos visuales y gran exhibición de ambientes. Y antes que suba el telón, nadie sabe qué sucederá en escena. Esto es lo que hace a la ópera tan emocionante. O al menos, eso pensaba yo.

Porque una vez ocupado mi asiento, y sin haber querido leer el texto antes, me vi sorprendido por la increíble voz de la protagonista, que era acompañada de una música clásica relajante. Faltaba la puesta en escena. Más bien faltó, porque estuvo ausente toda la noche.

Así que pasaron por alto un elemento de los cuatro, el que pensaba sería el menos importante, pero que a la postre sería igual de vital que los otros tres. Y claro, yo que tenía asociada la ópera a encontrar esos instantes de paz que uno necesita a veces, en el momento que en uno de los actos, bajaban del escenario imágenes evocando una lluvia mansa y plácida, no me quedó más remedio que dormir profundamente como un bendito.

Mi primera experiencia con la ópera, algo siempre soñado por mi, se convirtió en eso; en un profundo sueño....






Sevilla, 8 de diciembre de 2016. Fotografías de Jesús Apa.



   

     

No hay comentarios:

Publicar un comentario