viernes, 21 de julio de 2017

Los valores de antes

- "Prefiero que vengas a mi fábrica a probar personalmente los quesos"-, me dijo a través del teléfono Tomás, uno de los dos hermanos que aún fabrican los quesos de cabra como lo hacían antiguamente. Y aunque disponía de muy poco tiempo en estos días y aún conociendo a los quesos de este señor, decidí aceptar su ofrecimiento, puesto que parecía buena opción antes de comprar el producto, ver cómo es su elaboración y saber cómo sus manos trabajan duramente para hacer un producto totalmente artesanal.

Llegué a su pequeño campo, a su modesta fábrica, y allí Tomás me esperaba impacientemente. Estrechamos nuestras manos y agradeció que sacara tiempo para que pudiera enseñarme cómo se gana la vida. La vida en el campo, cuidar y atender el ganado, y así que fuimos intercambiando impresiones de todo aquello, mostrándole mi profunda admiración por su trabajo, por como sustentaba a los suyos a través del mundo rural, tan olvidado y tan poco valorado actualmente. Pero esa conversación no acabaría ese día, pues noté que Tomás tuvo ganas de más.

Así que esta misma mañana pero esta vez en mi lugar de trabajo, pues él quiso llevar personalmente sus quesos ahí, dejé que se desahogara, o más bien, fui yo quien quiso escuchar de nuevo a aquel hombre arrebatado por la nostalgia, por la melancolía y el recuerdo. Su ojos vidriosos eran los que parecían que hablaban, pero más abajo vi que era su boca, temblorosa, la que decía; 

"Vivimos en un mundo rural que va a menos, donde hay que andar muchos más pasos para llegar al mismo lugar. Los que vivimos aquí, cada vez más olvidados y menos respetados, más envejecidos y menos valorados, un mundo éste en el cual estamos condenados por haber nacido donde lo hemos hecho. Además todo ha cambiado tanto, que ya nada es como antes....".

Evidentemente Tomás provocaba la charla (y la tuvo), el intercambio de palabras necesario para buscar consuelo en su teoría, en esa que dice que los que vivimos aquí, somos ciudadanos de segunda clase. Y a lo mejor no le falta razón a este buen hombre, como a otros muchos de su edad, en que las cosas han cambiado, y en que nosotros estamos de acuerdo en que cambien, pero no todas. Porque es cierto que cada vez somos menos los que decidimos quedarnos aquí, en esta tierra castigada, como él decía, pero precisamente somos nosotros, los que hemos decidido vivir en estos pueblos, los que tenemos que luchar por ellos.

Yo trababa de convencerlo con mi teoría, muy distinta a la suya, pero es porque firmemente creo que llegará el día, más pronto que tarde, donde el futuro esté en los pueblos, y será aquí, donde acabará quedando aquello que con tanta frecuencia se pierde; me refiero como no, a los valores. Aquellos que quienes ya no están se ocuparon de dejarnos en herencia, y dentro de los mismos, está esa obligación nuestra por mantener la esencia de aquello que aprendimos, pero sin nosotros saber cuan rico era ese aprendizaje. 

Así que cuando Tomás me dijo, que era ahora, cuando iba envejeciendo, cuando más añoraba a sus padres, cuando más valoraba sus enseñanzas, su honestidad y lealtad con lo mejor del ser humano y sobre todo, el reconocimiento a los valores que estos le transmitieron, creo que no pudo hacer otra cosa sino que creer en mis palabras, en mi teoría, en el convencimiento de que este será el lugar donde siempre quedarán escritas, ya veremos cómo y dónde, las mayores lecciones que nuestros padres y antepasados escribieron sin pluma ni tinta alguna, solo con la herencia que ellos habían recibido y que gratuitamente nos han trasladado. 

Ahora pienso, y por si Tomás seguía teniendo alguna duda sobre mis convicciones, que debí contarle esa historia que dice....;

"Estando un abuelo en el pueblo al cuidado de sus nietos, que decidió llevarlos al circo que esos días se anunciaba por todas las calles. Así pasarían una tarde entretenida.

Cuando el abuelo llegó a la taquilla, preguntó al hombre que vendía las entradas:

-- ¿Cuánto cuesta la entrada? --

A lo que el taquillero respondió:

" Diez euros a los menores de doce años y quince euros a los mayores".

-- Entonces, deme tres entradas para mayores de doce años y una para menores --, le dijo el anciano.

El hombre, lo miró sorprendido, y le dijo:

"Abuelo, podría haberse ahorrado diez euros. Yo no me hubiera dado cuenta de que esos dos niños tenían más de doce años".

El abuelo, miró a sus nietos, que seguían atentamente aquella conversación, y le dijo:

-- Sí, lo sé. Seguro que usted no lo habría notado, pero mis nietos sí.... --


Pero a Tomás sí que le dije; "aunque algunas cosas tengan que cambiar, tenemos que luchar para que otras, las más importantes, como el mantener la esencia de dónde estamos y los valores con los que vivimos, se mantengan como siempre han estado. Justo como el sabor de tus quesos Tomás, o ¿acaso no saben como antes gracias a ti?. ¿Ves como aún hay muchas cosas que tenemos en nuestras manos?. Algunas, también en las tuyas...." 


Tentudía, 21 de julio de 2017. Fotografía de Jesús Apa.




No hay comentarios:

Publicar un comentario