viernes, 18 de mayo de 2018

La velocidad del caracol

Del mundo animal, quizás el caracol es el más lento de todos. Cierto que también va muy lenta la tortuga (curiosamente ambos llevan su casa a cuesta), pero el caracol es quizás el que tiene la velocidad más irrisoria en comparación con el resto de animales. Pensar en él y en su ritmo, puede llegar a ser irritante; nadie soporta caminar a tan lenta velocidad.

Hace ya algunos años en que visité un lugar, al norte de Finlandia, que me llamó poderosamente la atención por distintos motivos. El primero de ellos, podría ser por su curioso nombre; "Kristiinankaupunki". Ya pronunciarlo en su propia lengua es un reto. A partir de ahí, la segunda cosa que pudo provocar mi gusto por este particular pueblo, además de su belleza, era la forma con la que ahí se hacían las cosas; todo se hacía de manera "muyyyy lenta". Principalmente, por ser partidarios de un movimiento social que, aunque para mí era novedoso y conocí en primera persona en ese sitio, ya se desarrollaba hacía tiempo en otros lugares de Europa. Se trata del movimiento gastronómico "SlowFood", y cuyo logotipo o imagen, es un caracol.

Los municipios y ciudades que abanderan este estilo de vida, abogan por disfrutar de ésta lentamente, y ya no sólo en el comer. Hacerlo todo con calma; pasear, charlar, cocinar..., hasta cosas que ni tan siquiera sabíamos que pudieran hacerse a otra velocidad más lenta, leer, sonreír, besar o incluso amar. Se trata de saborear todo aquello que a uno le hace feliz o con lo que uno se siente bien. 

"SlowFood" va más allá del simple hecho de disfrutar de la comida bien hecha, con ingredientes naturales, de la cocina tradicional y casera..., se trata de disfrutar de todo lo que envuelve a lo que uno considera que te da la felicidad. Ese eslogan, ese caracol, también interpreta la buena compañía, la ausencia de ruidos, de estrés, de prisas. Con razón, hay pocos municipios que pueden llevar a cabo esta tendencia o estilo de vida.

Pero no sé por qué (o tal vez no es necesario saberlo), que últimamente estoy consiguiendo pensar así. Quizás como el caracol, con la paciencia que requiere llegar a los mejores sitios, con la calma de disfrutar de los mejores momentos, o con la pequeña velocidad que te hace, además de llegar dónde quieres, disfrutar del viaje de otra forma.

Y esto lo voy consiguiendo poco a poco, a pesar de que mi carácter y forma de ser, precisamente, es contraria a la calma o a la velocidad de las primeras marchas. Quizás es como ir montado en una bici sin cubiertas, con una lenta pedalada, pero se trata de una bonita bicicleta. Es como que intento recuperar la paz perdida en esta sociedad para así, saborear la vida de otra manera. Así, consiguiendo esto, uno puede comprobar que vivir despacio no es perder el tiempo sino ganar en calidad de vida.

Esta cultura nuestra, enferma de estrés y prisas, tributa adoración a la velocidad y a la hiperactividad, relacionadas ambas con las claves actuales del éxito laboral y social; ser el primero, rápido, resolutivo, ejecutivo, agresivo... Sufrimos la "nueva enfermedad" del tiempo creyendo que todo, se debe hacer más rápido. Esto nos lleva sin duda, a olvidar las cosas importantes de la vida.

Está claro que sería bueno desacelerar la marcha y buscar el tiempo justo para cada cosa; saborear cada momento priorizando lo imprescindible y no tenerle miedo a la inactividad, que tenerla, a veces, no es ningún pecado. Una parada en nuestro alocado ritmo nos va a permitir ver la vida de otra manera. 

Empezamos a conseguir estar en sintonía con este estilo de vida cuando somos nosotros quienes decidimos sobre nuestra agenda, y no al revés. Cuando le dedicamos tiempo a las personas que tenemos al lado, y no a las que no lo están, a través del teléfono o de cualquier otra forma. Empezamos a pensar así, cuando nos tomamos tiempo para comer y beber, reír y charlar. O a pasar tiempo con uno mismo, en silencio, escuchando lo que nuestro interior quiere decirnos, que suele ser mucho cuando lo conseguimos, pues es ahí dentro dónde siempre está la paz que buscamos.

Al igual que escuchar lo que nos rodea. Escucha la música con calma y verás su belleza. Escucha los sueños de la gente que amas, sus miedos, sus alegrías, sus fracasos, sus fantasías y problemas...., y entonces comprobarás lo que se parecen a los tuyos, y tal vez así, no solo los entiendas mejor a ellos, sino también a ti mismo. Nunca se me había ocurrido eso de prestar atención a escuchar los sueños de los demás, posiblemente, nos digan más de lo que podamos imaginar sobre esa persona.

Es evidente que me queda mucho por aprender sobre vivir de esta forma, porque cada uno es como es, y yo sé que tengo que cambiar aún muchas cosas. Pero también sé que así, disfrutaré mucho más de este viaje. De manera lenta, pero sin perder el ritmo. A mi velocidad, sin importarme la de los demás, como lo hace el caracol.

Es de esta forma, mientras escucho llover con música de fondo, como hoy, escribo mi post número 200. Viernes a viernes, semana tras semana; casi cuatro años ya desde el primero, uno tras otro, a su ritmo; no sé si rápido, no sé si lento. Y eso que jamás pensaba llegar tan lejos, menos aún, yendo tan despacio...


Cabeza la Vaca, 18 de mayo de 2018. Fotografía de Jesús Apa, en Kristiinaukaupunki, Finlandia, julio de 2013.
  



    

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