viernes, 25 de mayo de 2018

Historias de Roma; "Il Tempo".

Volví a pisar Italia, y regresé a la bella y grandísima Roma. Sabes que estás en la capital romana porque es de esas ciudades únicas, especiales, pero que la sientes distinta cada vez que la visitas. Sus desgastadas majestuosidades suelen tapar los muchos defectos que tiene sobre la limpieza, la accesibilidad o la ausencia de orden, que muchas llega a asfixiarte. Pero con todo esto, es una ciudad que atrapa, que seduce y que provoca en ti, una y otra vez, el deseo de volver a ella.

Y una vez ahí, siempre hay algún lugar de la ciudad que quieres volver a visitar a pesar de repetir; La Piazza Navona, El Coliseo, El Panteón de Agripa..., aunque los hayas pisado una y otra vez, siempre descubres algo nuevo en ellos, más aún si consigues lo que siempre trato de hacer en esta ciudad, que es jugar con el tiempo. Es difícil que en este lugar no pienses en cómo vivían los romanos, tratando de trasladarte a esa época, esbozando en tu mente esas calles repletas de gente vestidas con túnicas y sandalias.    

Puedes salir de una calle e ir a parar a un cruce de otras pocas, que a la vez te llevan a muchas. La Vía Giulia es una de mis calles favoritas para perderme por Roma. Perderme en el tiempo, claro está. Aunque toda Roma es una ciudad que siempre que la pateas descubres en ella sorpresas e historias, de esas que merecen la pena. Puedes encontrar rincones mágicos y maravillosos, asientos de piedras, palacios con infinidad de detalles curiosos e historias en cualquier fachada de todos sus ancestrales edificios, excepto en esos que están tapados por las hiedras, que escalan de manera hábil los muros para dar colorido verde (otras veces ocre) a la calle.

Y hay cientos de Iglesias, mires donde mires. Muchas, en todas las plazas, o saliendo de detrás de cualquier calle. Parece que según vas caminando, nacen de todos sitios, como las setas. Pero esta calle, la Vía Giulia, hace más de 500 años fue la calle más larga de toda Roma, con algo más de un kilómetro de longitud, tanto era así, que muchos llegaron a llamarla Vía Recta. Aquella zona en su época fue muy importante debido a su cercanía al Vaticano, y digo que fue, porque ciertos acontecimientos la dejaron en el olvido.

Pero a mi esa calle, esa zona, siempre me ha encantado desde mis primeras visitas a la ciudad (ya van unas cuantas). La Vía Giulia discurre paralela al Tevere, y va desde el Ponte Sisto (el que da paso al Trastevere) hasta la Iglesia de San Giovanni dei Fiorentini (muy cerquita ya de la Ciudad del Vaticano). Fue la calle elegida por los mejores artistas de distintas épocas (Raffaello, Borromini...), sobre todo por la cercanía a la "casa papal", dónde siempre han trabajado los mejores escultores, pintores y arquitectos del momento.

Parece ser que era el lugar preferido de ellos, por el simple hecho que no podían perder demasiado tiempo en desplazarse desde sus casas al trabajo. No podían permitirse distraerse demasiado en otras cosas. Apenas unos cientos de metros, y ya estaban de nuevo en tu tarea diaria. Vivían, mejor dicho, se desvivían por lo que hacían. Sólo así entiendes que las miles y miles de obras de arte del Vaticano se hicieran en apenas unos años, algo casi impensable para nuestra época, aunque, al igual que nos ocurre a nosotros, parece ser que confundían su pasión por el trabajo, con el disfrute de la vida, pensando que ésta, no existía más allá de aquel.

Pero volviendo a esa zona cercana al río Tevere, resulta que se sucedieron varias catástrofes que asolaron de manera reiterativa sus alrededores. Así hubo que construir muros defensivos en el río para evitar más inundaciones en el siglo XIX, desapareciendo algunas de las casas más bellas que asomaban al río, y la que fue la calle más emblemática y pintoresca de toda Roma, se convirtió en un lugar casi olvidado, y puedo decir que hasta hace no muchos años, en que volvió a entrar en gracia, principalmente por la belleza de todo lo que rodea a esas calles empedradas. Es curioso, porque el tiempo, siempre te pone, y te quita, incluso a aquello que es material.

Y en eso pensaba esta vez que paseaba por esas calles, en que si no he aprovechado bien el tiempo, siempre tienes una nueva oportunidad para hacerlo. Basta convencerte en que no es demasiado tarde. O basta convencerte, en que si no lo haces, puedes llegar a lamentarte por siempre. Digamos que es como al joven que le regalan una caja de bombones y se come los primeros con indiferencia pero, cuando ve que le quedan pocos, los come lentamente, saboreándolos y disfrutándolos. Pero, ¿qué veía allí para pensar en eso?

A pesar de las demoliciones y de muchos avatares, la zona del Tevere (río) y del Trastevere (detrás del río), sigue siendo una de las más armoniosas de Roma y sus bajos, acogen hoy negocios y anticuarios muy interesantes. En apenas mil metros de esa calle, hay nueve iglesias y diez palacios. Si pudiésemos ver lo que esconde el interior de todas estas iglesias y bellos palacios, la Vía Giulia sería, sin lugar a dudas una de las calles con más tesoros del mundo. Y de todas esas iglesias, había una cuyo nombre te hacia detenerte, al menos, provocaba tu atención por encima del resto; "Iglesia de Santa María dell´Oraziones e Morte". 

Al buscar la información, ves que se construyó en el siglo XVI para dar sepultura a los pobres que se encontraban en el campo o ahogados en el río sin identidad y sin recursos. Originariamente tenía un amplio cementerio en parte subterráneo y en parte junto a la orilla del Tevere, pero fue casi completamente destruido durante la construcción de los muros del río en el siglo XIX. Toda su fachada está decorada con calaveras aladas, pero hay una imagen, que sin duda, hace que te detengas, la observes, mires bien la ilustración que hay en esa placa, y traduzcas su leyenda; "Hodie mihi, cras tibi". O sea: "Hoy me toca a mí, mañana a ti".

En ese momento ese texto hace que el paseo cambie; tus pensamientos se aceleran con tu reflexión, e imaginas que bajo tus pies, te observan esos más de 8.000 cuerpos desahuciados que enterraron bajo esa calle en apenas tres siglos, pero que siguen ahí, silenciosos y pensativos, como si la vida que les pasa por encima no fuera con ellos, porque ellos, a lo suyo, dejando pasar el tiempo. Pero tú, también a lo tuyo pero, precisamente, evitando dejarlo pasar. Y no es que la diferencia sea que unos están muertos y otros, aún estamos vivos. La diferencia es precisamente saber si los que podemos hacerlo y contamos aún con él, lo estamos aprovechando bien.


El tiempo lo cura todo, excepto lo que tú mismo has hecho enfermar para siempre.


Roma, mayo de 2018. Fotografía de Jesús Apa.


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