viernes, 28 de septiembre de 2018

Viven

Delante de mi asiento, dos chicas hablaban de la maravillosa imagen que contemplaban a través de la ventana. Sobrevolábamos la gran Cordillera de los Andes a su paso por Chile, y una gran hilera de montañas rocosas, la mayoría nevadas, hacían que quedarás fijo ante tal belleza. Una de las chicas, rompiendo el silencio que le asombraba, miró a la otra diciéndole; "¿Recuerdas la película Viven? Aquí se rodó". 

También vino esa historia a mi mente, y recuerdo que la escuché por primera vez en la escuela, siendo pequeño. Entonces mi profesor la puso como ejemplo de una supervivencia muy cuestionada, ya que los que sobrevivieron a la tragedia tuvieron que comerse los cuerpos ya inertes y congelados de los otros. Con el pasar de los años ese acto por sobrevivir solo quedó de aquello en una dura anécdota, dónde se premió mucho más el compañerismo que todos tuvieron con ellos mismos y que fue vital para la supervivencia. 

Pero para mi Viven, además de ser un libro, del que después se hizo una película, se trata de una increíble historia que, aunque ocurrió ya hace muchos años, dejó tantas lecciones de vida, tantos aprendizajes en cada uno de los que se salvaron, que a día de hoy pueden seguir aplicándose a muchos de nosotros de manera continua.

No solo fue una historia de superación, de compañerismo, sino que además supuso alabar aquello que muchos llamamos fe. En Dios, en cualquier Dios, en el ser humano..., en cualquier ser humano. En definitiva, en tener fe por seguir vivo. Desgranando todos los mensajes que aquella historia sacó de la vida de cada uno de los supervivientes, en un resumen podemos decir que ocurrió así...;

"A 4.500 metros de altitud y 15 grados bajo cero, dieciséis hombres se apiñaban hace más de 40 años contra la estructura del pequeño bimotor Focker estrellado en los Andes, en un intento de darse calor. El avión transportaba al equipo uruguayo de rugby del "Old Christians" a Santiago de Chile, dónde se debían enfrentar con los "Old Boys", pero el 13 de octubre de 1972 se estrellaba en la cordillera de los Andes. Murieron 29 de sus pasajeros.

Aquel día comenzó una lucha por la supervivencia que se prolongó durante 72 largos días, a temperaturas bajo cero, hambre y desesperación. Trataron de resistir con las escasas reservas alimenticias que poseían, esperando ser rescatados, pero su esperanza cayó al enterarse por una radio, que se había abandonado la búsqueda. Finalmente hartos de las bajísimas temperaturas, los amenazantes aludes, angustiados por la continua muerte de sus compañeros y la lenta espera del rescate, dos muchachos deciden cruzar las inmensas montañas para así llegar a Chile. 

Nando Parrado y Roberto Canessa, caminarían durante diez duros días hasta un poblado chileno y lograrían dar el aviso para más tarde rescatar al resto de compañeros en helicóptero. A la alegría del encuentro le siguió una agria polémica. ¿Cómo habían logrado sobrevivir tantos días en la nieve y sin apenas víveres?"

-- Todo ser humano hubiera hecho lo mismo. Hay que tener en cuenta que lo hicimos con todo el respeto, dignidad y cristiandad que tenemos dentro... ---, trataban de argumentar ante las impertinentes preguntas de la prensa.

Hoy en día, aquello ni se tendría en cuenta o ni se pondría en entredicho, porque basta ponerse en el pellejo de cada uno de ellos (cosa imposible), para determinar cómo actuar para sobrevivir. O basta leer algunos comentarios de algunos de ellos, una vez con el transcurrir de los años. Estando estos días en Santiago de Chile, tuve curiosidad, y busqué leer algunas cosas, de las cuales me quedo con varias cosas que dijo Roberto Canessa...

"Dejamos de temer a la muerte. Día tras día, estábamos tan acostumbrados a la idea de morirnos que no teníamos ese problema. Te acostumbras a tenerla tan vecina que lo inexplicable pasa a ser otra cosa. Es imposible saber cómo vive uno después de todo aquello, después de estar viendo a la muerte durante tantos días seguidos. Precisamente luego de lo único que tienes miedo, es a no saber vivir intensamente..., la muerte pasa a ser algo secundario".

"La tentación de morir siempre daba vueltas. Morir era muy fácil, era tentador porque la realidad era terrible. En el alud yo veía a los que habían fallecido y decía "qué bueno que no van a sufrir más. Es imposible salir de acá, y yo lo único que voy a hacer es prolongar mi agonía. Pero luego me di cuenta que soy un apasionado de vivir, y eso me mantenía en pie".

"Para mi la mayor lección de vida fue que, si quieres ser rescatado, no esperes sentado, sal a buscar tu helicóptero".

"¿Por qué la tragedia de los Andes sigue conmoviendo a tantas personas? Más que por lo que nos pasó a nosotros, creo que por los dolores que la gente lleva adentro -- responde Canessa --. Cada uno tiene su cordillera...

Pero a pesar de conocer la historia, ver varias veces la película, leer algunos fragmentos del libro, o incluso escuchar en las noticias cómo se reúnen año tras año esos 16 supervivientes, fue en estos días, que me enteré que llegaron incluso a crear la Fundación Viven, para ayudar a personas "cuya vida es una cuestión de supervivencia diaria".

Actualmente, esos 16 supervivientes, han dejado en vida por ahora, a 140 descendientes. No existirían de no existir esta historia. Ese ha sido el gran triunfo sobre la adversidad, además de demostrar claro está, que la vida siempre continúa... Pero no deberían ocurrir este tipo de cosas para saber eso.


Cordillera de los Andes, Chile, septiembre de 2018. Fotografía de Jesús Apa











  


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