viernes, 4 de octubre de 2019

El Cuento del Coco

La madre de Claudia es una gran dibujante. A mano alzada, y en cuestión de pocos minutos, puede dibujar y caricaturizar cualquier cosa o imagen que se le pase por su cabeza. Aprovechando este arte, todas las noches le cuenta a Claudia un cuento para que ésta se duerma, mientras que con un lápiz, dibuja en un cuaderno alguno de los personajes de estos cuentos e historias.

Así, en este cuaderno que tanto adora su hija, ya tiene dibujado decenas de personajes. A Claudia le gusta mirarlo de vez en cuando y a veces interactúa con ellos como si todos ellos fueran parte de su amigos; Caperucita Roja, Blancanieves y los Siete Enanitos, Cenicienta, los Tres Cerditos..., todos los personajes que su madre ha dibujado y sobre los que ha escuchado cientos de aventuras a través de su mamá antes de irse a dormir.

A Claudia le encanta cuando su madre trae un nuevo personaje, y no solo por el hecho de imaginarse cómo quedará dibujado en el cuaderno cuando el cuento llega a su fin, sino por cómo su madre lo interpreta. Porque mientras le cuenta la historia y va dibujando, también pone los sonidos, las voces de los diálogos, los gestos, las formas..., sin duda, su madre es una virtuosa en todos los sentidos.

Pero en esta ocasión, Claudia va a actuar de manera distinta a como está acostumbrada, ya que es siempre su madre quien decide qué personaje será el protagonista del cuento esa noche. Esta vez, será ella la que le pida a su madre que le hable de un nuevo intérprete de la historia, alguien de quien le han hablado esa misma mañana en el colegio. Así, cuando llega su madre a la habitación, con el cuaderno y el lápiz preparados, dispuesta a una nueva historia, y Claudia ya aguarda metida en la cama, con la luz tenue de la lámpara de su mesita encendida, ésta se adelanta a su madre para decirle;

"Hoy quiero que me hables de un personaje nuevo y el cual no tenemos en nuestro cuaderno. He escuchado hablar de él en el colegio, y estoy segura que sabes alguna historia y que además, podrás dibujarlo para que yo pueda imaginar cómo es. ¡Quiero que me cuentas un cuento sobre El Coco!"  

La madre de Claudia quedó paralizada, no sabía por dónde salir. Se sentó como de costumbre frente a la pequeña, y quedó por un tiempo en silencio. Tras poner su cabeza a pensar largo rato, abrió su cuaderno pero su mano estaba totalmente paralizada. ¿Cómo le hablaba a su hija de aquel personaje sin que se asustara? Aunque no podía mentirle, no podía contarle otra cosa que no fuera la realidad, como ella se imaginaba al personaje que le pedía su pequeña... 

-- Hija mía... No estoy segura si puedo dibujar al Coco porque nunca lo he visto, sólo lo he sentido en la oscuridad más densa. Oculto bajo su manto me acecha y, a veces, me ataca. No sé qué tamaño tendrá. Cuando lo siento sobre mí lo imagino enorme, de dos o tres veces mi estatura, pero otras veces he pensado que es muy, muy pequeño, como un insecto, porque se puede meter en cualquier lado. Se puede meter en mí. Supongo que puede tomar la forma que más le convenga, según sus siniestros deseos.

Tampoco sé qué forma o color tendrán sus ojos, ni cuántos son, pero sé que tiene al menos uno porque he sentido su malvada mirada sobre mí, pesada como un yugo. Y sé que tiene garras, porque me han rasgado la piel, y una cola fría y escamosa que algunas noches enreda alrededor de mí como si quisiera acariciarme, pero en lugar de eso me aprisiona, me oprime y me sofoca.

Y también sé que tiene dientes afilados porque a veces, mientras me atormenta, me muerde el cuello o un hombro y así me mantiene quieta. Cuando me muerde me deja sentir su lengua, dura como un aguijón, y su aliento putrefacto. Y su voz no se escucha, se piensa. Su voz es mi voz, seca y áspera, que recita un río constante de horrores en mi cabeza, sin detenerse jamás, hasta volverme loca... --

Casi sin haberse dado cuenta, actuó contando todo aquello como de costumbre, dejándose llevar por su creatividad y pintando sobre la marcha, una imagen lo más parecida a la descripción que le daba a su hija, tal y como hacía con todos sus personajes. 

Al contrario que otras veces, su naturalidad e impulso se vio invadida por un curso de lágrimas que cubrieron su rostro, las cuales trató de disimular limpiándose rápidamente con el revés de su mano y, mientras lo hacía, no se percató que su hija ya se había asomado al cuaderno para ver lo que había dibujado.

Antes de que pudiera reaccionar, Claudia se incorporó de la cama para abrazar a su madre, mientras le susurraba al oído;

"No te preocupes mamá, que ese Coco que tú y yo conocemos, no volverá jamás a esta casa..."



Fuente de Cantos, a 4 de octubre de 2019. Imagen libre en la red.


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