viernes, 10 de abril de 2020

El árbol. Cambiar el mundo

Hace unos años compré un pequeño campo como espacio de ocio y recreo. Es un lugar tranquilo, en plena montaña, y quizás destaca por la gran variedad de árboles que se reparten por toda su superficie, además de por la pequeña casa de piedra que aún sigue en pie. Pero recuerdo que, justo cuando los vecinos supieron que lo había comprado, me hablaban de un enorme árbol que tiene el campo;

"Ese castaño es el más grande de toda esta región. Puede tener en su diámetro, una longitud de 5-6 metros y su altura, como la de una torre. Eso sin contar los miles de kilos de castaña que da cada año."

Obviamente, exageraban, pero es cierto que era un árbol enorme comparado con el resto. Al poco tiempo, y tras una gran tormenta, fui a ver si todo estaba en orden y no había causado la lluvia ningún desperfecto. Mi asombro fue al ver a aquel enorme árbol, aún echando un poco de humo y atravesado de arriba abajo por un rayo. 

"No se recuperará", -- me dijeron --. "El próximo año, se secará y te verás obligado a cortarlo".

De esta historia, real como la vida misma, viene el siguiente cuento;

"Aquel era un bosque como cualquier otro. Una gran variedad e inmensidad de árboles habitaban en él. Un año tras otro, el otoño los despojaba de su brillo y los hacía invernar. La cosa es que aquel fenómeno debía ser como un aprendizaje, para cargar energías, o al menos, esa era la intención de la madre naturaleza. Esto ocurría siempre en los meses más oscuros, más fríos, más lluviosos..., y como si de una prueba de fuerza se tratara, pues en todo ese tiempo, quedaban aún más vulnerables al ser despojados de sus hojas y flores.

De entre todos ellos, siempre había uno que destacaba por encima del resto; un castaño. Era enorme, potente, el más grande de todo el bosque, ocupaba muchísimo espacio, hasta parecía que, por su altura, engullía toda la luz del sol y dejaba solo algunos rayos para el resto de árboles.

Y se jactaba de ello. De su brío, de su majestuosidad. Se burlaba de la delgadez del olivo, de la fragilidad del pino, de la corta estatura de la encina o de las malformaciones y nudos del roble. Incluso, se reía de sus propios hermanos castaños por no ser como él. Su ego y prepotencia también destacaban en aquel bosque.

Pero esa primavera, a pesar que venía florida y luminosa como de costumbre, iba a ser algo distinta. Tras el despertar de todos los árboles después de aquellos duros meses, se enteraron de que el castaño, aquel enorme árbol, tenía algo que anunciarles. ¿Será otra burla? ¿El comienzo de más desprecios?. Todos reunidos, comenzó a hablarles;

-- El motivo de esta convocatoria es para contaros, que este invierno ha sido muy distinto para mí. Me he dado cuenta de muchas cosas, he recapacitado y reflexionado sobre mi comportamiento, y solo me queda pediros disculpas por mi trato despectivo hacia ustedes todo estos años... --

Uno de los robles, que no daba crédito a lo que estaba escuchando, le preguntó a la encina de su lado;

-- ¿Estás escuchando lo mismo que yo? ¿Es éste el castaño que todos conocemos? --

La encina, que estaba boquiabierta por tanta humildad y modestia, le contestó al roble;

-- No creo que sea el mismo castaño que conocemos. No, no lo es, porque...aunque se parece, ¿no ves que a éste le recorre una cicatriz por todo su tronco? --


A veces las mejores cosas, suceden en los peores momentos. Siempre hablamos de cambiar el mundo, pero creo que ahora es el momento de que el mundo nos cambie a nosotros.

Y es que, reconocemos el cambio cuando lo vemos.

P.D.- El castaño, tras cinco años de aquel rayo, sigue ahí. Envejece y muere todos los años, para revivir cada primavera. Eso sí, con una enorme cicatriz. 

Pero para mí, el enorme castaño, es otro. Diría que me gusta más. Para él, seguramente también...



Cabeza la Vaca, 10 de abril de 2020. Fotografía de Jesús Apa.









  

  

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