viernes, 24 de abril de 2020

El último deseo

El ritual era como de costumbre; el preso, aún siendo culpable a morir en la silla eléctrica, tenía derecho a un último deseo. El día antes, digamos que se hacía el ensayo general. Y la reacción en cada uno de ellos, por muy duros, bárbaros, fuertes o fríos que fueran, solía ser la misma. Así fue que le tocó el turno a Carlos, que había destacado en todo ese tiempo por su buen comportamiento, por ser una persona tranquila y agradable con todos, y es por ello que el Alcaide de la prisión quiso visitarlo en persona y acompañarlo en ese momento de ensayo.

-- Y dime Carlos, ¿cómo te sientes? --

"Bueno..., cuando me comunicaron la fecha funesta se apoderó de mí la angustia de los sentenciados, y desde entonces sólo pienso en el dolor, el ruido y la luz. Si el trámite fuera indoloro miraría desafiante a mi verdugo, pero el pánico me paralizará cuando contemple la obscena exhibición de sus instrumentos eléctricos colocados en mi cabeza. Resulta humillante... esa esponja empapada de agua, mojando mi testa y preparando que la tortura funcione, pero entiendo que es su trabajo, hay que aceptarlo al igual que soy consciente que muchos otros vendrán detrás mía."

-- Te entiendo perfectamente Carlos... --

"Por eso debo conservar la escasa dignidad que me queda, porque no quiero que los demás condenados se consuelen con mi cobardía. ¿Qué importa lo que ocurra una vez que me siente en la silla maldita? Podré llorar, podré maldecir y hasta cagarme en la silla de los cojones, porque esos matarifes son muy escrupulosos con la limpieza. Pero en el corredor de la muerte no puedo permitirme ser débil, ya que aunque nos miremos distantes de reojo, por dentro todos pensamos en el dolor, el ruido y la luz. Tengo miedo, quiero huir y hago secretos propósitos de enmienda, pero todo es inútil porque dentro de un solo día mis pensamientos estarán chamuscados..."

-- Y ahora Carlos, dime de verdad tu último deseo, sabes que haré todo cuánto esté en mi mano para que se cumpla --, le dijo el Alcaide con todos los funcionarios allí presentes, aún sabiendo que, normalmente, pedían deseos fáciles de otorgar. Pasar la última noche con su pareja, con sus hijos, o una simple comida especial que añoraran, solían ser claros ejemplos. Pero nada de eso ocurrió... 

"Gracias Alcaide, igual eso me consuela, aunque reconozco que es poca cosa lo que deseo, porque sobre todo, y ya que he de morir, no quiero hacerlo con rencor a nada ni a nadie. Como he sido toda mi vida cocinero, echo mucho de menos cocinar. Así que concédame ese deseo; 

¡Quiero cocinar para todos los funcionarios de la prisión y hacer una gran cena, la última. De esta forma mañana, iré tranquilo a mi sentencia.

Todos quedaron asombrados por tal solicitud, y claro, era un deseo perfectamente asumible. Nadie puso reparos, incluso se llegó a hablar de las excelencias culinarias que el preso tuvo en su profesión pasada.

-- Es un deseo muy particular y muy poco egoísta, y me siento halagado por ello -- le dijo el Alcaide sorprendido, -- aunque puedes razonarlo por si consideras en último momento cambiar de opinión, y si piensas en un deseo más personal o más relacionado con los sentimientos que ahora mismos tienes, no habrá inconveniente en cambiarlo. --

Carlos quedó un momento en silencio, y por un momento parecía que cambiaría de opinión, pero se dirigió a él con total convencimiento;

"No, en absoluto. Como le he dicho antes, no quiero irme de este mundo con ningún rencor y en definitiva, hacer de comer para los demás, es una forma de ternura", dijo mientras entraba en su celda pensando si en el frasco que tenía guardado, habría suficiente veneno para todos...



Cabeza la Vaca, 24 de abril de 2020. Imagen libre en la red.

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