viernes, 18 de junio de 2021

Irse de viaje; De su ventana a la mía.

Será que de un tiempo a esta parte, he decidido dedicarme más momentos a mí mismo, que a través de ellos, y de manera totalmente íntima y personal, consigo emocionarme con cierta facilidad. Podría pensar, como así lo he hecho a veces, que está relacionado con algunos momentos de debilidad, de estrés o quizás, sencillamente, por la necesidad de buscar intencionadamente ese tipo de emociones.

Hace unos días fuimos con mi madre a Oporto a celebrar sus 73 años; toda una suerte seguir compartiendo la vida junto a ella. Y lo cierto y verdad, que cada día que pasa valoro aún más mi tiempo a su lado, llenar mis recuerdos de experiencias y momentos de calidad. Mis mejores situaciones con ella ahora mismo, es cuando "nos vamos de viaje", porque hay un antes, un durante y también después, que alegra mis días. En eso pensaba en cualquiera de los muchos paseos por esa hermosa ciudad. El significado de una madre para todos los seres es de una magnitud extrema.

Y son tantos los momentos vividos, que es pensar en mi madre, y podría asociarla a miles de situaciones, a millones de emociones. Haciéndonos disfrutar con los manjares que cocina, con sus historias, recuerdos de niñez, situaciones vividas con mi padre..., realmente, en todas y cada una de ellas, logra emocionarme profundamente. Supongo que, tal y como sentimos todos los hijos e hijas con nuestras madres.

Si tuviera que escribir algo sobre ella (como ya he hecho otras veces) cualquier texto quedaría incompleto, porque siempre se quedaría corto. ¿Y sobre qué momento en particular vendrían mis mejores recuerdos? Hay tantos, que me sería imposible simplificarlo solamente en uno. Pero casualmente, hace muy poquito, leí algo tan sumamente hermoso, tan intensamente sencillo y cotidiano, que directamente me hizo identificarme con esos sentimientos, esas emociones y esas precisas imágenes que venían descritas en el texto. Es de Carmen Martín, y se titula, "De su ventana a la mía", y dice así; 

"Mi madre siempre tuvo la costumbre de acercar a la ventana la camilla donde leía o cosía, y aquel punto del cuarto de estar era el ancla, era el centro de la casa. Yo me venía allí con mis cuadernos para hacer los deberes, y desde niña supe que la hora que más le gustaba para fugarse era la del atardecer, esa frontera entre dos luces, cuando ya no se distinguen bien las letras ni el color de los hilos y resulta difícil enhebrar una aguja; supe que cuando abandonaba sobre el regazo la labor o el libro y empezaba a mirar por la ventana, era cuando se iba de viaje. «No encendáis todavía la luz —decía—, que quiero ver atardecer». Yo no me iba, pero casi nunca le hablaba porque sabía que era interrumpirla. Y en aquel silencio que caía con la tarde sobre su labor y mis cuadernos, de tanto envidiarla y de tanto mirarla, aprendí no sé cómo a fugarme yo también. Luego entraba alguien, daba la luz y reaparecían los perfiles cotidianos. «Bueno, habrá que correr las cortinas», decía ella, como despertando.

Pero en la sonrisa especial que dulcificaba su expresión se le notaba lo lejos que había estado, lo mucho que había visto. Y daban ganas de arrodillarse a su lado para ayudarle a abrir las maletas, de preguntarle: «¿Qué regalo me traes?».

Y seguro que, antes de conocerla yo, viajó por la ventana mucho más todavía. En aquel tiempo —tan novelesco para mí— de su juventud y de su infancia, desde aquellos espacios interiores que yo no conocí."


Fuente de Cantos, 18 de junio de 2021. Pintura de Marina Chulovich.


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