Como hoja de vetusto árbol padeciendo su enésimo otoño, lo vi tembloroso, encogido, sin responder a la mano amiga de su compañera, a quien conoció en una lejana primavera y ya no volvería a pasar nunca otra sin ella.
La bella anciana, quien en el ciclo natural de la vida, envejecería tanto como él, parece conmovida por el desorientado andar de de su compañero y se resigna a seguirlo como siempre, con paciencia y sigilo, cual voluntaria comparsa, siempre unidos... vela y mecha.
Al partir, los vi muy juntos y con la mirada perdida, como en una vieja fotografía en blanco y negro que evocan cualquier despedida. Pero en el interior de ambos, que es donde acostumbraban a derramar ya sus lágrimas, sabían que aquella no era cualquier despedida. Era la definitiva...
Creo que la cosa más dura que le puede pasar al ser humano, es ser consciente de cuando llegará el último y definitivo adiós, que es lo que realmente detiene la vida. Solo los más creyentes, podrán pensar que es un "hasta luego"... Ahora entiendo, por qué con la edad, los viejitos vuelven a creer.
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