viernes, 31 de enero de 2025

Cuentos para dormir; El corazón de la estrella

"Al final, todo se resume en irnos de aquí con la satisfacción de haber sido una buena persona"

Para mi, hoy en día, esta frase que leí por ahí, es de una rotundidad absoluta. Aquel que es y se siente buena persona, ya le ha dado sentido a su vida. De esta importancia, viene este cuento... 
Mi hija, las primeras imágenes que tiene en su cuarto y que le han llamado más la atención siendo muy bebé, son de diferentes estrellas y una luna;


Había una vez, en una hermosa aldea rodeada de montañas, una niña llamada Luna. Luna era una niña amable, siempre sonriendo y ayudando a todos en su camino. Un día, mientras jugaba cerca del bosque, encontró una estrella caída entre las hojas. No era una estrella común, tenía una luz especial que brillaba de diferentes colores.

La estrella, aunque hermosa, estaba triste. "¿Por qué estás tan triste?" le preguntó Luna, preocupada.

La estrella suspiró. -- He caído del cielo y no puedo brillar como antes. Mis luces se apagan porque tengo miedo de no ser lo suficientemente brillante para todos. --

Luna pensó por un momento y le dijo: "Tal vez lo que necesitas no es brillar más, sino brillar con el corazón. ¿Sabes? A veces, la gente que más brilla no es la que tiene la luz más fuerte, sino la que ilumina a los demás con bondad."

La estrella miró a Luna con asombro. -- ¿De verdad crees eso? --

"Sí," respondió Luna. "Cuando eres buena persona, ayudas a otros, compartes sonrisas y haces el bien, eso hace que el mundo sea mucho más brillante, incluso si tu luz no es la más grande."

La estrella, tocada por las palabras de Luna, decidió intentar algo nuevo. Desde ese día, no solo brillaba para ella misma, sino que compartía su luz con todos los que la rodeaban. Ayudaba a las flores a crecer, iluminaba el camino de los animales del bosque y sonreía a todos los que pasaban cerca. Y, poco a poco, su luz creció, no solo en brillo, sino en amor.

Desde ese día, Luna y la estrella fueron grandes amigas, recordando siempre que lo más importante no es cuán fuerte brilles, sino cuán bondadoso seas con los demás.


Fuente de Cantos, 31 de enero de 2025. Fotografía propia.


viernes, 24 de enero de 2025

Cuentos para dormir; Avô y su nieta

En un pequeño pueblo muy lejano, Don Otavio celebraba su 77 cumpleaños. La casa familiar estaba llena de risas, aromas a chocolate caliente y el crujir del fuego en la chimenea. Pero para don Otavio, el momento más especial era cuando su nieta Catarina, que aún no tenía ni dos añitos, corría hacia él tambaleándose y con los brazos extendidos.

—¡Avô!— exclamaba la pequeña con una voz que derretía cualquier corazón.

Don Otavio había vivido muchas cosas en sus 77 años: había conocido al amor de su vida, superado tormentas, trabajado para cuidar a los demás y visto crecer a sus hijos. Pero nada se comparaba con la sensación de tener a Catarina entre sus brazos, escuchando sus risitas o viendo sus ojitos brillar de curiosidad.

Esa noche, después de la cena y antes de soplar las velas, la familia le pidió que pidiera un deseo.

—Vamos, abuelo, tienes que pedir algo especial— dijo su hija con una sonrisa.

Don Otavio cerró los ojos. Normalmente habría pedido salud o tranquilidad para los suyos, pero esta vez, su mente viajó hacia un deseo diferente, uno que brotaba de lo más profundo de su corazón.

“Deseo que Catarina crezca siendo feliz, fuerte y llena de sueños. Que nunca le falte una razón para sonreír y que en el futuro, siempre recuerde que su abuelo la quiso con todo su ser”.

Sopló las velas con una suave brisa, como si quisiera que su deseo viajara lejos, directo hacia el futuro de su nieta. Cuando abrió los ojos, Catarina lo miraba desde su silla con una enorme sonrisa entre sus dientecitos, como si ya supiera que ese deseo era para ella.

Esa noche, después de que todos se despidieron y la casa volvió al silencio, don Otavio se sentó junto a la ventana. Afuera, el cielo estaba cubierto de estrellas, y por un instante, sintió que una de ellas le guiñaba, como si el universo hubiera escuchado su deseo.

Don Otavio supo entonces que, aunque el tiempo fuera fugaz, los momentos compartidos con Catarina y los deseos que nacen del amor más puro se quedan para siempre. En ese instante, no había nada más que pedir; su corazón estaba en paz.

Lo que no sabía el Avô, es que en ese momento, su nieta lo observaba a través de otra ventana, y que llegó a  entender el mensaje;  cada vez que una estrella parpadee, aunque su abuelo estuviera a miles de kilómetros de distancia, sería la señal de que cada uno de ellos estaría pensando con amor en el otro.


Fuente de Cantos, 24 de enero de 2025. Fotografía de Jesús Apa.


viernes, 17 de enero de 2025

Cuentos para dormir; El oso gruñón y el hada del bosque

Había una vez un oso llamado Bruno que vivía en un bosque lleno de animales felices. Pero Bruno no era como los demás. Siempre estaba enfadado. Se molestaba si los pájaros cantaban muy alto, si las ardillas jugaban cerca de su cueva, e incluso si el viento movía las hojas de los árboles.  

—¡Dejadme en paz! — gruñía Bruno cada vez que alguien se acercaba.  

Al principio, los animales intentaron ser amables con él. El conejo Tim le llevó zanahorias frescas, pero Bruno las rechazó con un gruñido. La ardilla Lila le invitó a jugar, pero Bruno le gruñó tan fuerte que Lila salió corriendo. Poco a poco, todos los animales dejaron de visitarlo.  

Un día, Bruno se despertó y se dio cuenta de que estaba completamente solo. Nadie cantaba cerca de su cueva, nadie le ofrecía comida, y nadie le invitaba a jugar. Aunque no lo admitía, Bruno comenzó a sentirse triste.  

Esa noche, mientras Bruno estaba sentado junto a un árbol mirando las estrellas, apareció un destello de luz brillante. Era un hada pequeña, con alas plateadas y un vestido que brillaba como la luna.  

"Hola, Bruno", dijo el hada con una sonrisa—. "Me llamo Cata, y soy el Hada del Bosque. He venido porque sé que te sientes solo."  

Bruno suspiró.  

—Creo que los demás animales ya no me quieren.  

El hada se acercó, le dio un fuerte abrazo y le tocó suavemente la nariz.  

"No es que no te quieran, Bruno. Es que tu enfado los asusta. ¿Te has dado cuenta de cómo tus palabras pueden herir a los demás?"  

Bruno reflexionó y recordó todas las veces que había gruñido o gritado. Se sintió avergonzado.  

—No sabía que hacía tanto daño — admitió con tristeza.  

El hada sonrió.  

"Nunca es tarde para cambiar. Si muestras amabilidad y pides perdón, verás que los animales del bosque estarán felices de ser tus amigos de nuevo."  

Al día siguiente, Bruno decidió intentarlo. Salió de su cueva y fue al prado donde los animales solían jugar. Primero se acercó al conejo Tim.  

—Lo siento por haberte gruñido aquella vez — dijo Bruno, bajando la cabeza —. ¿Podemos ser amigos? 

Tim sonrió y le ofreció una zanahoria.  

"¡Claro, Bruno!" 

Luego fue a buscar a Lila, la ardilla.  

—Perdón por haberte asustado. ¿Quieres jugar conmigo? — preguntó Bruno tímidamente.  

Lila movió la cola con alegría.  

"¡Me encantaría!"  

Poco a poco, Bruno fue recuperando la amistad de los animales del bosque. Se dio cuenta de que, cuando sonreía en lugar de gruñir, todos eran más felices, incluido él mismo.  

Desde entonces, Bruno aprendió que es mejor hablar con calma y resolver los problemas con amabilidad. Y aunque a veces se enfadaba un poco, siempre recordaba las palabras de Cata, el Hada del Bosque: 

¡“Nunca es tarde para cambiar”.!


Cata y el Oso Bruno. Fuente de Cantos, 17 de enero de 2025. Fotografía de Helena Rocha.


viernes, 10 de enero de 2025

Cuentos para dormir; la cazadora de bichos

Había una vez una niña llamada Cata que vivía en un pequeño pueblo rodeado de un bosque mágico. Cata era conocida como la "cazadora de bichos" porque tenía una red especial que había hecho su abuelo, un explorador famoso de Brasil. Pero ella no cazaba bichos para lastimarlos, ¡claro que no! Cata amaba a los bichos y su misión era ayudarlos a encontrar su camino de regreso a casa.

Una noche, mientras Cata estaba acurrucada en su cama con su mamá, escuchó un zumbido suave cerca de la ventana. Se levantó y, al abrir la cortina, vio a una luciérnaga que brillaba más que cualquier otra que hubiera visto. La luciérnaga parecía triste y desorientada.

—¿Qué sucede, pequeña amiga? —preguntó Cata, preocupada.

La luciérnaga parpadeó su luz como si tratara de hablar. Entonces, Cata recordó que su red mágica podía ayudarla a entender a los bichos. Corrió a buscarla, la agitó suavemente en el aire y, de repente, la luciérnaga habló:

"Me llamo Luma. Me he perdido y no puedo encontrar el camino de regreso al Gran Árbol, donde viven todas las luciérnagas."

Cata sonrió y dijo:  

—¡No te preocupes, Luma! Te llevaré allí.

Sin perder tiempo, Cata tomó su red, su linterna y su mapa del bosque. Afuera, la noche estaba llena de sonidos: grillos cantando, ranas croando y hojas susurrando con el viento. Pero Cata no tenía miedo. Sabía que todos esos sonidos eran de amigos que cuidaban el bosque.

Por el camino, encontraron más bichos que necesitaban ayuda. Un escarabajo estaba atrapado en una telaraña, una mariposa no podía salir de un charco y un pequeño saltamontes no lograba cruzar un arroyo. Cata ayudó a cada uno con cuidado, y todos agradecieron su bondad.

Finalmente, llegaron al claro donde estaba el Gran Árbol. Era un árbol enorme, con ramas que parecían tocar las estrellas y hojas que brillaban como esmeraldas bajo la luz de la luna. Luma zumbó feliz y voló hacia el árbol, pero antes de irse, regresó para darle un regalo a Cata: una pequeña piedra brillante que parecía tener luz propia.

—Gracias, Cata. Esta piedra mágica te guiará siempre que estés perdida en la oscuridad.

Cata guardó la piedra en su bolsillo y vio cómo Luma se reunía con su familia de luciérnagas. Las luces de todas ellas comenzaron a bailar como estrellas en el cielo.

Cuando regresó a casa, Cata se metió en la cama con una gran sonrisa. Sabía que, aunque fuera solo una niña, podía hacer grandes cosas para ayudar a los pequeños habitantes del bosque. Cerró los ojos y se quedó profundamente dormida, soñando con más aventuras.

Y así, cada vez que una luciérnaga brillaba en el bosque, Cata sabía que era Luma y sus amigos agradeciéndole por ser su valiente cazadora de bichos.


Fuente de Cantos, 10 de enero de 2025. Fotografía de Helena Rocha.



viernes, 3 de enero de 2025

Microrrelato; Cadenas de esperanza

Estando estos días en Brasil, me he dado cuenta que tenemos muchas diferencias, no solo cultural, sino que sus formas de vivir en la calle me llevan 20 o 30 años atrás. Y no es por desmerecer al pueblo brasileño, ni mucho menos, simplemente es que son diferentes maneras de vivir y tienen hábitos totalmente diferentes y respetables.

Pero me ha llamado la atención de que se pueden encontrar muchos perros en la calle, seguramente que nacieron y nunca tuvieron dueños, o muy posible que han sido abandonados. Esto es algo inusual en España, pues un perro abandonado en la calle, suele acabar en una perrera municipal, en el mejor de los casos.

Pero claro, siempre hay alguien que quiere cambiar ciertas cosas que, aunque de inicio pueden parecer muy difíciles, un acto de bondad, lleva a otro, y se forma una cadena de buenas acciones inimaginable.

De eso trata la historia del sacerdote brasileño João Paulo Araujo Gomes, quien lleva a sus misas a los perros abandonados para concienciar a sus feligreses y que estos los adopten. Y no sólo les da un techo bajo el que vivir y promueve su adopción sino que además se encarga de darles todos los cuidados que los animales necesitan hasta que son adoptados.

De ahí, nace este microrrelato, inspirado en esta maravillosa historia del cura João Paulo; 

"Cada domingo, el padre Joaquim esperaba junto a la entrada de la iglesia con un compañero nuevo. No llevaba sotana, sino una correa en la mano y una mirada compasiva. Ese día, el invitado era Bruno, un mestizo con el rabo entre las patas y el alma rota por el abandono.  

Durante la misa, Joaquim no habló del pecado ni de las pruebas divinas. Habló del amor que sana, de la compasión que transforma, y presentó a Bruno con una sonrisa esperanzada. "Los actos de bondad —dijo— no solo salvan almas, también salvan vidas".  

Al final de la misa, Ana, que había ido a buscar consuelo tras perder a su esposo, se acercó al altar. Bruno, con ojos cautelosos, la miró. Fue un instante, apenas un roce de confianza, pero suficiente para que Ana decidiera llevarlo a casa.  

La semana siguiente, Ana volvió con Bruno, ahora con el rabo alto y el corazón pleno, y ofreció donaciones para los otros perros de la plaza. Sus vecinos, conmovidos, comenzaron a sumarse. Primero con comida, luego con adopciones.  

El padre Joaquim sabía que su misión iba más allá de predicar. Al cambiar la vida de un perro, cambiaba también la de una persona. Y, en ese entrelazarse de almas y actos, entendió que la bondad siempre vuelve, multiplicada."  

Leyendo la historial real de este sacerdote, me quedo con este frase; "Sueño con una casa de paso, con un pequeño hospital veterinario, un lugar donde los animales callejeros muy enfermos, heridos y en estado crítico puedan ser auxiliados, recuperados y puestos en adopción (...) Dinero no tengo, recursos me faltan, pero tengo fe".


Santana do Livramento, Brasil. 3 de enero de 2025. Imagen del cura João Paulo Araujo Gomes.