viernes, 10 de enero de 2025

Cuentos para dormir; la cazadora de bichos

Había una vez una niña llamada Cata que vivía en un pequeño pueblo rodeado de un bosque mágico. Cata era conocida como la "cazadora de bichos" porque tenía una red especial que había hecho su abuelo, un explorador famoso de Brasil. Pero ella no cazaba bichos para lastimarlos, ¡claro que no! Cata amaba a los bichos y su misión era ayudarlos a encontrar su camino de regreso a casa.

Una noche, mientras Cata estaba acurrucada en su cama con su mamá, escuchó un zumbido suave cerca de la ventana. Se levantó y, al abrir la cortina, vio a una luciérnaga que brillaba más que cualquier otra que hubiera visto. La luciérnaga parecía triste y desorientada.

—¿Qué sucede, pequeña amiga? —preguntó Cata, preocupada.

La luciérnaga parpadeó su luz como si tratara de hablar. Entonces, Cata recordó que su red mágica podía ayudarla a entender a los bichos. Corrió a buscarla, la agitó suavemente en el aire y, de repente, la luciérnaga habló:

"Me llamo Luma. Me he perdido y no puedo encontrar el camino de regreso al Gran Árbol, donde viven todas las luciérnagas."

Cata sonrió y dijo:  

—¡No te preocupes, Luma! Te llevaré allí.

Sin perder tiempo, Cata tomó su red, su linterna y su mapa del bosque. Afuera, la noche estaba llena de sonidos: grillos cantando, ranas croando y hojas susurrando con el viento. Pero Cata no tenía miedo. Sabía que todos esos sonidos eran de amigos que cuidaban el bosque.

Por el camino, encontraron más bichos que necesitaban ayuda. Un escarabajo estaba atrapado en una telaraña, una mariposa no podía salir de un charco y un pequeño saltamontes no lograba cruzar un arroyo. Cata ayudó a cada uno con cuidado, y todos agradecieron su bondad.

Finalmente, llegaron al claro donde estaba el Gran Árbol. Era un árbol enorme, con ramas que parecían tocar las estrellas y hojas que brillaban como esmeraldas bajo la luz de la luna. Luma zumbó feliz y voló hacia el árbol, pero antes de irse, regresó para darle un regalo a Cata: una pequeña piedra brillante que parecía tener luz propia.

—Gracias, Cata. Esta piedra mágica te guiará siempre que estés perdida en la oscuridad.

Cata guardó la piedra en su bolsillo y vio cómo Luma se reunía con su familia de luciérnagas. Las luces de todas ellas comenzaron a bailar como estrellas en el cielo.

Cuando regresó a casa, Cata se metió en la cama con una gran sonrisa. Sabía que, aunque fuera solo una niña, podía hacer grandes cosas para ayudar a los pequeños habitantes del bosque. Cerró los ojos y se quedó profundamente dormida, soñando con más aventuras.

Y así, cada vez que una luciérnaga brillaba en el bosque, Cata sabía que era Luma y sus amigos agradeciéndole por ser su valiente cazadora de bichos.


Fuente de Cantos, 10 de enero de 2025. Fotografía de Helena Rocha.



viernes, 3 de enero de 2025

Microrrelato; Cadenas de esperanza

Estando estos días en Brasil, me he dado cuenta que tenemos muchas diferencias, no solo cultural, sino que sus formas de vivir en la calle me llevan 20 o 30 años atrás. Y no es por desmerecer al pueblo brasileño, ni mucho menos, simplemente es que son diferentes maneras de vivir y tienen hábitos totalmente diferentes y respetables.

Pero me ha llamado la atención de que se pueden encontrar muchos perros en la calle, seguramente que nacieron y nunca tuvieron dueños, o muy posible que han sido abandonados. Esto es algo inusual en España, pues un perro abandonado en la calle, suele acabar en una perrera municipal, en el mejor de los casos.

Pero claro, siempre hay alguien que quiere cambiar ciertas cosas que, aunque de inicio pueden parecer muy difíciles, un acto de bondad, lleva a otro, y se forma una cadena de buenas acciones inimaginable.

De eso trata la historia del sacerdote brasileño João Paulo Araujo Gomes, quien lleva a sus misas a los perros abandonados para concienciar a sus feligreses y que estos los adopten. Y no sólo les da un techo bajo el que vivir y promueve su adopción sino que además se encarga de darles todos los cuidados que los animales necesitan hasta que son adoptados.

De ahí, nace este microrrelato, inspirado en esta maravillosa historia del cura João Paulo; 

"Cada domingo, el padre Joaquim esperaba junto a la entrada de la iglesia con un compañero nuevo. No llevaba sotana, sino una correa en la mano y una mirada compasiva. Ese día, el invitado era Bruno, un mestizo con el rabo entre las patas y el alma rota por el abandono.  

Durante la misa, Joaquim no habló del pecado ni de las pruebas divinas. Habló del amor que sana, de la compasión que transforma, y presentó a Bruno con una sonrisa esperanzada. "Los actos de bondad —dijo— no solo salvan almas, también salvan vidas".  

Al final de la misa, Ana, que había ido a buscar consuelo tras perder a su esposo, se acercó al altar. Bruno, con ojos cautelosos, la miró. Fue un instante, apenas un roce de confianza, pero suficiente para que Ana decidiera llevarlo a casa.  

La semana siguiente, Ana volvió con Bruno, ahora con el rabo alto y el corazón pleno, y ofreció donaciones para los otros perros de la plaza. Sus vecinos, conmovidos, comenzaron a sumarse. Primero con comida, luego con adopciones.  

El padre Joaquim sabía que su misión iba más allá de predicar. Al cambiar la vida de un perro, cambiaba también la de una persona. Y, en ese entrelazarse de almas y actos, entendió que la bondad siempre vuelve, multiplicada."  

Leyendo la historial real de este sacerdote, me quedo con este frase; "Sueño con una casa de paso, con un pequeño hospital veterinario, un lugar donde los animales callejeros muy enfermos, heridos y en estado crítico puedan ser auxiliados, recuperados y puestos en adopción (...) Dinero no tengo, recursos me faltan, pero tengo fe".


Santana do Livramento, Brasil. 3 de enero de 2025. Imagen del cura João Paulo Araujo Gomes.