En un pequeño pueblo muy lejano, Don Otavio celebraba su 77 cumpleaños. La casa familiar estaba llena de risas, aromas a chocolate caliente y el crujir del fuego en la chimenea. Pero para don Otavio, el momento más especial era cuando su nieta Catarina, que aún no tenía ni dos añitos, corría hacia él tambaleándose y con los brazos extendidos.
—¡Avô!— exclamaba la pequeña con una voz que derretía cualquier corazón.
Don Otavio había vivido muchas cosas en sus 77 años: había conocido al amor de su vida, superado tormentas, trabajado para cuidar a los demás y visto crecer a sus hijos. Pero nada se comparaba con la sensación de tener a Catarina entre sus brazos, escuchando sus risitas o viendo sus ojitos brillar de curiosidad.
Esa noche, después de la cena y antes de soplar las velas, la familia le pidió que pidiera un deseo.
—Vamos, abuelo, tienes que pedir algo especial— dijo su hija con una sonrisa.
Don Otavio cerró los ojos. Normalmente habría pedido salud o tranquilidad para los suyos, pero esta vez, su mente viajó hacia un deseo diferente, uno que brotaba de lo más profundo de su corazón.
“Deseo que Catarina crezca siendo feliz, fuerte y llena de sueños. Que nunca le falte una razón para sonreír y que en el futuro, siempre recuerde que su abuelo la quiso con todo su ser”.
Sopló las velas con una suave brisa, como si quisiera que su deseo viajara lejos, directo hacia el futuro de su nieta. Cuando abrió los ojos, Catarina lo miraba desde su silla con una enorme sonrisa entre sus dientecitos, como si ya supiera que ese deseo era para ella.
Esa noche, después de que todos se despidieron y la casa volvió al silencio, don Otavio se sentó junto a la ventana. Afuera, el cielo estaba cubierto de estrellas, y por un instante, sintió que una de ellas le guiñaba, como si el universo hubiera escuchado su deseo.
Don Otavio supo entonces que, aunque el tiempo fuera fugaz, los momentos compartidos con Catarina y los deseos que nacen del amor más puro se quedan para siempre. En ese instante, no había nada más que pedir; su corazón estaba en paz.
Lo que no sabía el Avô, es que en ese momento, su nieta lo observaba a través de otra ventana, y que llegó a entender el mensaje; cada vez que una estrella parpadee, aunque su abuelo estuviera a miles de kilómetros de distancia, sería la señal de que cada uno de ellos estaría pensando con amor en el otro.
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