viernes, 5 de septiembre de 2014

5 Coronas

Cualquier viaje se presenta imprevisible, apasionante, misterioso. Su disfrute puede depender de muchos factores. Del estado de ánimo del viajero, de la cultura del país a donde vamos, pero sobre todo, de las personas que nos encontremos en el camino. Incluso todo esto nos invita aún más a viajar. Esta es la historia de un viaje cualquiera, a un destino cualquiera, de dos personas que jamás se han visto ni se conocen. Esta es la historia de "5 Coronas".


Era un 10 de agosto del 2010, salgo del avión, y percibo una agradable brisa. A pesar que el sol está en su punto más elevado, ilumina el verano de Tallin de manera delicada y suave. Aún así, percibo mi cuerpo pesado, posiblemente fruto del cansancio mental en el que me veo sumergido. Va a ser un viaje de trabajo, un viaje difícil, tendré que poner a prueba mi inglés, y será la primera vez que me relacione con ciudadanos del norte de Europa. Ni tan siquiera he querido buscar información sobre su tipo de vida, ninguna referencia. Es una aventura en todos los sentidos. Lo pienso aún más, cuando tomo contacto con los grupos que nos esperan. Gente de Estonia, Letonia y Finlandia. Por lo general, personas de carácter serio, silenciosos, y porqué no decirlo, apariencia física bastante distinta a la que tengo como habitual encontrarme. Subimos todos al autobús que nos llevará a una ciudad cercana donde conviviremos varios días.

Me acompañan 4 españoles en el grupo. Nos miramos, sonreímos, nos vamos aclimatando a la situación durante el trayecto. El silencio proporcionará más tensión, con lo cual, comenzamos a charlar entre nosotros. Sigo a la espera pues de practicar mi casi olvidado inglés. Será más tarde, por ahora no. Nos vamos envalentonando, pero siempre en una conversación con marca hispana. Las risas, producto de los nervios, despiertan las miradas de algunos miembros del resto de grupos. Miradas siempre tiernas y agradables, aduciendo al desconocimiento del lenguaje, pues nuestras conversaciones hacían referencia a lo que iba a suponer estar cinco días con personas tan distintas a nosotros. Es cuando, mi mente cansada y aturdida decide olvidarse de pensar para mis adentros, y así comentarle a mi grupo de manera directa; "vaya gente rara y menudo viajecito que nos espera". De repente, un tipo de tez blanca, rubio y con ojos azules, que va sentado a mi lado y solo separado por el pasillo del bus, me dice en un perfecto castellano y con una sonrisa que no desaparecería en todo el viaje, "antes que podáis decir alguna burrada, te informo que hablo español". 

A partir de ese momento, comienzan a conocerse dos personas distintas en un país extraño. Sin qué ni porqué, hablas de tu vida con un desconocido. De tu familia, tus amigos, tu trabajo, tus sentimientos. Complicidad, alegría, risas y confidencialidad acompañan nuestros días. Es justo así como surge la amistad. Una amistad que puede durar solamente los cinco días de nuestra estancia en Estonia ya que, como suele ocurrir en estos casos, será muy difícil volvernos a encontrar.


Cabe pensar que si dos personas están de encontrarse, lo hacen. En cualquier lugar del mundo, el día menos esperado. Pero también el sentido común hace que pienses todo lo contrario. Dos personas que se han conocido fruto de la casualidad, a las cuales solo une un viaje, lo más normal es que no vuelvan a encontrarse en la vida y aún con más motivo, viviendo ambos en lugares muy distintos del planeta. De nuevo siento la aflicción de pensar que conoces a alguien que merece la pena pero que debido a la distancia no formará parte de tu vida.

Pero podría decir que desde esos días admiro la gente que cree en el destino. Aquellas personas que se entregan a lo mágico, a lo extraordinario, a lo especial. Aquellos que aseguran que las cosas ocurren por algún motivo más allá de las casualidades. Y yo necesitaba creer en algo parecido.

Nuestro último día en Tallin lo pasamos con el grupo finlandés recorriendo la ciudad, y especialmente él y yo sumergidos en la conversación y disfrutando de nuestro último momento antes de partir cada cual a su destino. Recuerdo con total claridad esa mañana y todo lo que ocurrió a continuación...

Fue saliendo juntos del restaurante donde comimos antes de despedirnos para ir al aeropuerto cuando, como si fruto del destino fuera, encontré tirado en el suelo un billete de 5 Coronas, la moneda de Estonia. Me agaché pausadamente a recogerlo, pensando en qué hacer, me dirigí hacia él, y partí el billete por la mitad diciéndole, "si estas dos partes vuelven a encontrarse alguna vez en la vida, será señal que nuestra amistad continuará"!!!

Desde aquel preciso momento nunca 5 Coronas tuvieron tanto valor.


Medio billete de "5 Coronas". Fotografía de Jesús Apa.



1 comentario:

  1. pues ya ves amigo... la vida es así, traviesa y juguetona.... nos pone en el camino regalitos - amenudo dificiles de apreciar en un principio, pues los disfraza de tan solo "algo, o alguien más"... ;)

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