viernes, 19 de septiembre de 2014

En la Terminal

Resulta de gran entretenimiento esperar tu vuelo en un aeropuerto. Miles de personas transitan a tu alrededor con algo en común, un viaje. Cierto es, que a veces las esperas y los retrasos producidos por causas ajenas a nosotros llegan a incordiarnos, pero hay que tratar de buscar el lado positivo de las cosas. Pasar un tiempo esperando un avión, un barco, u otro medio de transporte puede llegar a suponer encontrar o conocer a personas que pueden aportar cosas en tu vida. Si alguien te despierta curiosidad hay que actuar y tratar de conocer a esa persona, aunque trates con ella conversaciones triviales para ello, porque siempre he creído que se conoce antes a las personas por sus gestos, su forma de hablar, sus miradas, o su sonrisa, que por saber donde vive, de donde viene o cual es su trabajo. Pero, ¿realmente en tan poco tiempo puede ocurrir eso?. A mí me ha pasado...y en más de una ocasión.
Es así como conocí a las tres protagonistas de esta historia.


Fue en Octubre de 2010, en el aeropuerto de Barajas, Madrid, donde pasaba mi tiempo esperando que abrieran la puerta de embarque para volar a la preciosa ciudad polaca de Gdansk. Por allí apareció Emilia, una chica joven y atractiva, envuelta en una chaqueta vaquera sobre una camisa de color claro, creo que amarilla, unos pantalones vaqueros azules y unas botas marrones altas cubriendo la parte baja de los mismos. Pero lejos de su vestuario, hay personas que te resultan interesantes con solo un vistazo. No es necesario para ello saber su procedencia o a que se dedica en la vida, simplemente son personas que despiertan tu curiosidad, a las cuales te gustaría conocer o, simplemente eso, que te resultan interesantes. Ella lo era. 
Solamente hubo una mirada, quizás dos. Igual por parte de ella también, pero nada más.

El destino, caprichoso él, propuso que nos sentáramos juntos en el avión y nos brindara la oportunidad de conocernos, o al menos, de tener una agradable charla. En esa conversación, pude contrastar que Emilia no solo era una persona interesante, además también era simpática, risueña, con mucha vida, inteligente y con un buen nivel cultural. Leía un libro escrito en inglés, pero también hablaba italiano. No recuerdo exactamente todos los temas sobre los que charlamos, pero a pesar que tratábamos sobre las cosas obvias en una conversación de este tipo, lo recuerdo como un vuelo que no quería que finalizara. Fue justo antes de despedirnos, cuando me dijo que si necesitaba algo en Gdansk, no dudara en contactar con ella. Iba a estar unos días visitando a su familia, pero estaría encantada de compartir algún tiempo conmigo. Hasta ese momento, no averigüé que era de nacionalidad polaca. Hablaba perfectamente bien el español. Un tiempo más tarde contacté con ella para pedirle ayuda sobre un tema de trabajo y lo hizo, pero lo cierto que ya no volvimos a vernos.

Fabiola apareció a mis espaldas en Julio de 2013 en la Terminal 4 de Barajas, mientras esperaba para facturar mi maleta rumbo a Helsinki con escala en Munich. Una mujer de estatura media, morena y un cuidado corte de pelo por encima del hombro. Me llamó la atención su estilo. Una mujer muy bien vestida, aún incluso para tomar un vuelo, pues bien es sabido que tratamos de ir siempre lo más cómodo posible cuando viajamos, pero me resultó una mujer muy elegante, y seguramente su vestuario no estaba reñido con lo cómodo. Llevaba un bonito vestido de color azul cubierto por una chaqueta fina y sujetaba en uno de sus brazos un bonito bolso. En su otra mano llevaba su maleta. También percibía que sería una mujer muy interesante, independientemente de su aspecto físico, por supuesto. 
Me giré percatándome de su presencia, pues era temprano y apenas había gente esperando a facturar. Parecía con cara de sueño. O tal vez con cara de preocupación. O tal vez triste, pero es algo que no quise averiguar. 

Más tarde, ya frente a la puerta de embarque, y quedando un asiento libre justo a su lado, lo ocupé. No tardamos en empezar a hablar. En esa charla descubrí que era de Ecuador, viviendo desde hacía muchos años en la ciudad suiza de Lausanne. Me dio la sensación que era una mujer luchadora. Tenía una capacidad de conversación admirable. En ese corto tiempo pudo hablarme de su familia, sus amistades, de la nostalgia de su país de origen, de lo hermosa que es su ciudad actual y de los dos maravillosos hijos que tenía. Sus palabras estaban cargadas de amor. Yo mostraba atención a cada una de ellas, a cada gesto, cada sonrisa. Realmente una mujer encantadora. 
Después de montar en nuestro avión, cada cual en su asiento, me perdí en la imaginación de lo tan hermoso que es conocer a distintas personas en la vida, aunque solo sea por un momento.

Al aterrizar en el aeropuerto de Munich y conectar cada cual con su escala, y aún estando dentro del avión, levantó su mirada desde el fondo del mismo, e hizo un gesto cariñoso como diciendo "encantada de conocerte". Pero esa no sería la vez definitiva que dejaría de verla, pues perdida en el aeropuerto, sin poder comunicarse con las personas a las cuales le preguntaba qué dirección tomaba para conectar con su vuelo a Suiza, me acerqué y la ayudé a recibir esa información. Y ahí sí, en su carrera hacia el pasillo que nos habían indicado, no volví a verla más.

Ese mismo verano, pero con el frío agosto de Sudamérica, en la terminal uruguaya de Colonia, estando a punto de subir al barco que me llevaría a Buenos Aires, casi tropiezo con una chica cuando me colocaba en la fila que ordenaba la subida a nuestro ferry. Vestía con unos vaqueros color gris, un jersey verde y unas zapatillas deportivas. Una chica joven, morena, con el pelo largo y ondulado, y con una cara preciosa. Destacaba su altura, pero sobre todo su sonrisa. "Parece que todo Uruguay va a subir en este barco", le dije haciendo referencia a la cantidad de gente que aguardaba para cruzar el Río de la Plata. "Bueno, yo soy Argentina, de Olavarría", me dijo con esa increíble sonrisa acompañada de ese acento encantador. La acompañaba su madre, que no me quitaba ojo de encima, para estar atenta y tener bajo control a su hijita Paola, que así se llamaba.

Durante la hora y media de trayecto, no paramos de hablar, sentados uno detrás del otro. De ahí saqué la conclusión que Paola adora su trabajo con niños pequeños, le encanta el deporte, sobre todo los de raqueta, bailar y hacer un poco la loca. Se pasó todo el viaje riéndose de mí. Tal vez sería porque al preguntarme qué haría en Argentina le dije que iba a Buenos Aires a participar en el concurso internacional de baile de tango, aunque yo creo que reía más por mi acento. Pero sin lugar a dudas fueron casi dos horas donde conocí a una chica tierna y dulce. Justo al llegar a nuestro destino, y cosa que ella no sabe, en los únicos 5 minutos que estuve a solas con su madre mientras bajábamos el barco, y ya más confiada ésta sobre mí, averigüé que Paola eligió a su madre para marcharse durante unos días a reflexionar sobre su vida. Creo que ese viaje le vino muy bien, y también pienso que lo fue el conocernos. Lindas personas ambas. Tampoco volví a encontrármelas más.

De esta manera conocí a tres personas totalmente distintas, en circunstancias diferentes. Esta es la maravillosa magia de viajar, de creer en el destino, de encontrarte a gente verdadera y maravillosa en cualquier parte del mundo y en el lugar más inesperado. Es un motivo más para viajar, además de conocer otras ciudades, otras culturas, otras formas de vida. Es algo que siempre hay que estar dispuesto a hacer, pues en cada viaje, en cada acontecimiento, o en cualquier Terminal mientras esperas, es posible que haya cerca una persona que puede aportar cosas positivas en tu vida, aunque solamente sea en una conversación, más allá de su procedencia, su apariencia física o su estatus social.

Pero sin duda, lo mejor de todo, es que esas tres personas están leyendo hoy esto.




Terminal 4 aeropuerto "Adolfo Suárez-Barajas", Madrid. Fotografía web de Aena.

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