viernes, 17 de octubre de 2014

Santiago no tiene apellidos

Son muchas las ocasiones, y así ha ocurrido en distintos foros, en los que sale a relucir la idea de visitar algún lugar, conocer cualquier destino. Un país desconocido. Podría decir, que en más de una ocasión, me he decidido por visitar ciudades recomendadas a través de cualquier conversación. Pues sin ánimo de persuadir al lector de este texto, solamente es mi intención, la de destacar un viaje realmente mágico, espiritual, sensacional, y del cual, muy pocas personas conocen pero que a la misma vez quisieran descubrir. Sirvan como digo, estas palabras, para hacer entender, y así ponerlo de manifiesto, que aquel que no creé en nada (o creían, valga el suscribe como ejemplo), puede llegar a encontrar todo y cuanto busca a través de un "simple viaje".

Y es que no hace mucho tiempo, cuando a mí llegó a ocurrirme, que no creía en nada. Por no creer, ni tan siquiera creía en eso tan grande que llaman amistad. Pero afortunadamente para el hombre (es de entender que también para la mujer), la vida es "terriblemente" maravillosa y se ensaña contigo de tal manera, que te hace volver a tu sitio con escenarios que están ahí, a tu alcance, absolutamente maravillosos. Herramientas tan sumamente simples, como un camino, unas etapas, un recorrido, una distancia, un reloj...que vuelven a hacerte creer, que la vida es fantástica. Incluso hacerte comprender esa "soledad" que tan pocas personas conocen.

Así podríamos decir que ocurrió, como cualquier viaje improvisado, y que este lo fue, que a veces las cosas menos preparadas son las que mejor salen. Sea como fuere, que precisamente este es uno de esos viajes que no necesita preparación. Podría considerarse ,que es necesaria la parte logística, pero no en cambio la espiritual. De lo que careces o menos tengas, a buen seguro vendrás repleto de allí. Ya es de entender que hablamos de Santiago. Un camino, pero sobre todo un nombre, y al cual vamos a buscar, sin ni tan siquiera conocer sus apellidos.

Así fue como Rubén y yo, hace exactamente siete años, emprendimos ese viaje, del cual todo el mundo habla, y del que toda la gente que lo hace, dice que consigue encontrarse a sí mismo. Aunque he de decir, que más que un viaje de ese tipo, nuestro reto, no llegaba más lejos de ser algo deportivo. Salir de Extremadura el Miércoles por la tarde, empezar a caminar la mañana del jueves, con tres durísimas etapas hasta llegar a Santiago el Sábado, a la misa del peregrino, y volver a hacer los más de 700 kms de vuelta el domingo, suponía todo un reto. Un gran reto físico, claro que sí. Pero inconsciencia la nuestra, pensar que este viaje sería algo físico...

Y resulta paradójico, pero puedo asegurar que es cierto, que cosas mágicas pasan en ese trayecto. No va a ser necesario contar los kilómetros, los pasos andados, las horas recorridas por unas agujas de reloj, que son conscientes, girarán más lentas que nunca. Ahí radica el secreto de este trayecto, de este camino. Olvidar por unos días todo lo que te rodea. Pero es evidente, que yo encontré otros secretos en él.

Podría tener cientos de adjetivos para este viaje, pero dado que estas letras van movidas por la parte emotiva, deportiva, y espiritual, me centraré básicamente en ello. Fueron nuestras ganas y rabias de vivir la vida y todo cuanto nos venía a la cabeza lo que nos hizo salir de Extremadura,  un miércoles cualquiera, y llegar a Sarria de madrugada. Desde este lugar es preciso empezar a caminar, hasta completar los más de cien kilómetros, para conseguir la "compostelana", certificado el cual atestigua, que has completado la distancia suficiente del verdadero peregrino. Y allí casi de madrugada, somos recibidos en Sarria, con una cortesía propia de quienes se buscan la vida con tal propósito. Un camino, unas sensaciones, unas creencias. Justos y merecidos lucros, dicho sea de paso, pues no solamente son fieles a tal acto, sino que creen en ello, lo cuidan, y crecen en tal firmeza.

Salvando ese tipo de cuestiones, diré, que ser recibidos, con frío orujo y cálida hospitalidad no es cualquier cosa, y menos aún, a la espera de poner en un compromiso serio a tus piernas. Y poco tranquilizador fue compartir habitación esa noche, y al amparo de una veintena de literas vacías, con dos hermanos malagueños, que aún insistiendo que el camino era cosa de aficionados, sus pies cubiertos por ampollas delataban otra cosa. Pero si de algo va cargada la mochila para esos días, es precisamente de optimismo y buenas intenciones.

Nada menos que cincuenta y un kilómetros el primer día, otros tantos el segundo, y una veintena en la tercera jornada, dan para muchas cosas. Sobre todo, para pensar. Porque si uno se lo propone en esos días, es tiempo lo que le sobra para pensar. Y además puedo asegurar, que aún a sabiendas que mi compañero es poco creyente de aquello de lo cual no puede tocarse, en esas andaba yo, y valga la redundancia, de hallar todo aquello que años atrás no hubo manera de encontrar, y que sin embargo, me dijeron que allí me toparía con ello. 

Santiago. Ese era mi destino, esa era mi motivación para mover, de algún modo, y con consuelo a veces para ellas, mis agotadas piernas. Kilómetros de caminos, subidas y bajadas prematuras, inconscientes desobediencias de las "flechas amarillas", valles, llanuras, o paisajes que pasaban desapercibidos, no pondrían freno a mi propósito. Llegar a Santiago, y encontrarme con él. En la forma que sea, la que a mi me apeteciera, la que a mi me viniera bien en ese momento. Y en esas estaba yo, y creo que del mismo modo mi compañero de viaje, buscando algún motivo espiritual, que se antepusiera al esfuerzo físico que nos consumía cada vez más.

Para aquellos familiarizados con este fabuloso viaje, decirles que es cierto eso que dicen, que no hay mayor satisfacción que llegar al lugar marcado por ese nombre, "el monte do gozo", pues expresa claramente, el júbilo que los peregrinos sentían al contemplar desde esta colina la ciudad y la catedral de Santiago. Y quiera yo aquí significar la palabra peregrino, pues bien es relacionada siempre con aquel que realiza, de alguna manera, el camino hasta llegar a algún lugar sagrado, o bien a Santiago de Compostela, como es el caso que nos atañe. Porque es para mí endémico o habitual atribuir la palabra peregrino a aquel viajero que anda por tierras extrañas. 

Pero he de señalar, y lejos de atribuirme esa tan reservada palabra de "peregrino", no era mayor mi objetivo, que como he dicho anteriormente, encontrar mi "yo" espiritual, formalizar la relación conmigo mismo. Porque no he de ocultar, que desde el momento que se empieza a andar, algo ocurre en tu cabeza, en tu cuerpo, y tengo que decir, que hasta en tu corazón. Jamás existen momentos de soledad, de silencios ruidosos, y de sentimientos a flor de piel, como con esas pisadas. Algo pasa. Por alguna extraña razón, todo aquel que inicia esa aventura, finaliza la misma siendo otra persona. Termina siendo alguien mejor de quien era. Al menos eso me decían, y yo quería comprobarlo.

Pero tal era mi obsesión en todo aquello, que incluso me estaba permitiendo, y no lo olvidemos, en conseguir realizar un esfuerzo físico poco creíble por muchos. Pero así fue como sucedió. Que Rubén y yo, empezamos a caminar, empezamos a pensar en nuestras cosas, a completar nuestro reto deportivo; kilómetro tras kilómetro, y una etapa tras otra. Y con el paso de esa distancia recorrida, traducida a tiempo, y de alguna manera, extrapolada a conversaciones y opiniones compartidas, íbamos llegando a nuestro destino.

Y puedo decir, que sin reflexionarlo con él, sin ni tan siquiera comentarlo en todos esos días, quiero pensar que mi compañero también tendría sus creencias, más allá de su escepticismo. Y en esa confusión ideológica andaba yo, intentando encontrar a Santiago. Para mí, no más que un nombre. Un nombre precedido por una ciudad. Un nombre, y en este caso, sin apellidos. Motivado por quienes hacían lo mismo que yo en cualquier fecha del año. Sugiriendo a mi cuerpo y mente andar tras unos pasos, tras unas flechas amarillas, tras unas masivas y lucrantes huellas.

Pero vuelvo a insistir en lo mágico de ese viaje. Esos pasos y etapas tan bien programadas, como si de una "recomposición espiritual se tratara". Tratando de volver a nacer o de ser mejor persona. Porque es cierto y vuelvo a repetir, que también yo iba buscando a Santiago. Encontrarme de algún modo con él, y que mis pasos se tradujeran a un encuentro con él, espiritual o no. 

Y es justo al final de mi camino, llegando a la meta de mis pisadas, cuando me doy cuenta, que verdaderamente a quien estoy encontrando, a quien me estoy uniendo, a la persona que realmente estoy conociendo, admirando y respetando, es a mi compañero de viaje. Ese, el cual tiene nombre, y también apellidos....


Rubén Cabecera Soriano, Camino de Santiago. Octubre de 2007. Fotografía de Rubén.





No hay comentarios:

Publicar un comentario