domingo, 5 de abril de 2015

Allá donde fueres, haz lo que vieres

Hay ocasiones en las que un viaje, te puede ofrecer anécdotas que tardes en olvidarlas. Comentarlas te hará reír, pero lo importante, más que saber salir de ese tipo de situaciones, es tomártelas con humor. La diversión ha de formar parte del viaje, así como de la vida, y debes prestarte a ser objeto de burla, risas, y a la vez, ser cómplice de ellas. 

Hace algunos años, en un viaje a Chipre, sobre la promoción del turismo rural en mi Comarca, participaba en unas ponencias sobre este tema. Tras un viaje agotador del día anterior, los anfitriones trataban de agradarnos lo máximo posible. Y como suele ocurrir en la mayoría de las ocasiones, y en casi todos los lugares, tratan que eso resulte efectivo, a base de comida. Es así, como una de las personas encargadas de la organización, y ya en el aperitivo que ofrecían, una vez acaba la jornada de trabajo, se empeñó en atiborrarme de comida. Pasaba una y otra vez, con bandejas repletas de todo tipo de variedades de alimentos. Una bandeja tras otra. Yo ojeaba disimuladamente lo que me ofrecía, y trataba de seleccionar entre todos "los manjares chipriotas", pues algunos eran extraños para mí a simple vista. 

Ella, Christiana, una chica corpulenta, morena y con grandes rasgos latinos, y con bastante carácter (cosa que descubriría mas tarde), ante mi negativa a tomar algunas de las cosas que me ofrecía, y a pesar de su insistencia, se daba la vuelta, e iba a la cocina a por más, con la intención de sorprenderme. Así fue como, casi a la finalización del convite, pasaron a ofrecer el café. Una pequeña taza, con un café muy oscuro, que se adivinaba bastante cargado y amargo. Pero fue justo antes de dar el primer sorbo, cuando veo venir a Christiana bandeja en mano. Como contenido de la misma, unas bolas irregulares de queso, como si les hubieran dado forma de manera manual. Humeantes, y con unas gotitas de aceite y un poco de romero por encima. Dado que la chica chipriota soportaba la bandeja metálica con un pequeño paño para proteger la palma de su mano, podía intuirse, que las bolitas de queso venían recién hechas y bastante calientes. 

Nuevamente, se acerca a mi para ofrecerme el aperitivo, de manera amable, pero ya con un gesto en su cara, que venía a decir, que "cuidadito" si rechazaba tan apetitoso bocado. Pero esta vez, mi movimiento de cabeza negando la aceptación de la susodicha comida, se lo saltó a la torera, y bolita de queso en mano, sujetada con todos los dedos de la misma, pues se desmoronaba, y casi que haciendo "el avioncito", me hizo abrir la boca para recibir aquel "pegote de queso" caliente. Mis papilas gustativas golpearon mi garganta, mis pupilas comenzaron a dilatarse, pues aquello era como estar literalmente "mamando de la cabra". Christiana permanecía inmóvil, esperando a que diera mi visto bueno a tal manjar, que al parecer, era el plato estrella del evento. Así que cualquiera era el valiente que decía que no. Con una mano sujetaba mi café, así que con la otra, levanté el pulgar como asintiendo. Complacida, sonrió sutilmente, y se giró.

Justo cuando se dio la vuelta, y para aliviar el sabor amargo y desagradable que estaba dejando el queso, por llamarlo de alguna manera, tomé el café de un solo trago, sin apreciar, que el 90% del mismo era poso. Aquella mezcla, con un sabor similar a cualquier cosa jamás probada, provocó una tos, que hacía que la mezcla saliera por nariz y boca, huyendo a una esquina de la sala para intentar recomponerme. A la vuelta, ya una vez solventado tan amargo sabor con un poco de agua, pude comprobar, por las caras del resto, que el sabor a cabra persistía en sus bocas.     

Pero claro, las anécdotas realmente son más divertidas, cuando les ocurre a alguien, y eres testigo de ello. Sobre todo, cuando sus expresiones son de "tierra trágame", o salen con los típicos comentarios de "que no se enteren de esto en el pueblo". Cuando salimos a un lugar desconocido, o cuando viajamos por primera vez, vamos con la cosa de no llamar mucho la atención, o de investigar cada obstáculo e imprevisto antes de hacer o decir algo, para no meter la pata. Recuerdo un viaje a Bruselas, en el Parlamento Europeo, en el cual mi amigo Paulino llenó sus bolsillos de chocolate de la recepción del hotel, tratando de no ser visto. Cosa que no le funcionó, menos aún, cuando a medida que transcurría el día, y en el mismo Parlamento, con una calefacción admirable, el chocolate le salía a chorros a través de los bolsillos de su chaqueta. También, un gesto para "no contar en el pueblo".

Isabel, una chica de unos 16 años, viajaba en avión por primera vez. Asistía junto con otros chicos de su edad, a un encuentro para jóvenes en Riga, la bella capital de Letonia. Sus nervios eran evidentes, y la llamada que me hizo su madre un par de días antes, denotaban el nerviosismo de la chica, y la intranquilidad de la familia a tal aventura. Tratando de calmarla mientras subíamos, ocupó su sitio en el avión, en los asientos delanteros. En su cabeza, se le quedaría grabado únicamente, que a la llegada al aeropuerto, tendríamos que coger de la cinta la maleta que habíamos facturado para todos. Una vez bajados del avión, y ya en la zona de recogida de equipajes, ella miraba la cinta dando vueltas, esperando a que apareciera la maleta. La facturada por todos, apareció, pero ella seguía en la cinta mirando fijamente. Me acerqué a ella, para decirle que ya la teníamos, pero extrañada, dijo que faltaba la suya. Debió pensar, que su maleta de mano, por arte de magia, pasaría del compartimento superior del avión, a la cinta que observaba sin perder detalle. La acompañé al avión nuevamente a recoger su maleta, que estaba a la entrada del mismo, custodiada por una azafata, mientras le decía en plan broma para calmarla, "y tranquila, que no contaré esto en el pueblo".

Pero hace un par de semanas, estuve en Lisboa con unos amigos. Entre ellos, Pepe. Un tipo peculiar, buena persona donde los haya, y curioso, muy curioso. Lo pregunta todo, y todo le resulta sugerente. Desde un chico negro vendiendo cd´s en la calle, al sabor de la cerveza portuguesa, o a como cocinan el arroz. Todo le resulta atractivo y estimulante. Él estaba encantado con su estancia en Lisboa, y ya el domingo desayunando en el hotel junto a su mujer, me siento frente a ellos, y me pregunta; "¿Oye Jesús, a ti te han llamado esta mañana por teléfono desde recepción, para preguntarte si estaba todo bien, y si habías pasado buena noche?". Lo miro asombrado, y le digo que no me han llamado, y además, que no es lo habitual. A lo que me contesta; "Claro, eso pensé yo en un principio. Pero mientras estaba en la ducha, llamaron al teléfono, y lo cogió Luisi. Le preguntaron eso, y claro, le dijimos que habíamos dormido muy bien, y que estábamos estupendamente. A la misma vez, pensé, que quizás era un poco temprano para haber llamado. Y claro, como tengan que preguntar a todas las habitaciones por igual....?" .

Yo realmente seguía dudando, al menos, no conocía esa "gentileza" en algunos hoteles portugueses. Pero tal era la insistencia de Pepe y Luisi, que mi cabeza daba vueltas sobre si el turismo portugués, se estaba volviendo tan elegante y educado. A lo que Pepe, acto seguido, vuelve a preguntarme; "Por cierto Jesús, te quería preguntar otra cosa. ¿Tú sabes para qué hay en la ducha una cuerdecita colgando? Es que pensé que sería el extractor del baño, y tiré dos veces hacia abajo, pero aquello no arrancaba!!.

"Esa cuerdecita, Pepe, es para hacer uso de ella en caso de emergencia. Ahora entenderás, por qué han llamado a tu habitación esta mañana. Pero no te preocupes, que esto no lo diré en el pueblo. Lo contaré en el blog...".







Lisboa. Marzo de 2015. Fotografías de Jesús Apa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario