viernes, 26 de junio de 2015

Los abrazos perdidos

Hacía un sol de justicia. Pero injusto era que estuviéramos allí todos los presentes. Apenas mes y medio después de su marcha, aún costaba creer que no fuera a compartir esa mañana con nosotros. Aunque él estaría allí de alguna manera, pues iba a ser nada menos que el protagonista, como siempre le gustaba. No sería una mañana cualquiera, y eso lo percibía en el semblante de mis compañeros. Un grupo de amigos, compartiendo un deporte en común como es el fútbol. Unidos por eso, y esa mañana, unidos aún más para homenajear a un miembro del equipo fallecido inesperadamente. 

Mi relación con él cambió a consecuencia de un viaje. No sé por qué motivo exactamente, pero esa aventura fortaleció nuestra amistad. Cuando compartes un viaje con alguien, y éste se produce en un momento favorable para ambos, puedes encontrarte gratamente con lo mejor de esa persona. Te vuelves afable, abierto, conciliador y extrovertido. Estando en un momento óptimo, tu acompañante puede sacar lo mejor de ti. Y tú del él. El poder de viajar, se encarga del resto. Y a nosotros nos pasó. Hubo un antes y un después en nuestra amistad a partir de ese viaje. Ambos lo sabíamos. Y ambos lo aprovechamos.

En mis relaciones de amistad más cercanas, suelo ser una persona "tocona", a la cual le gusta el contacto.  Soy de abrazos, pues creo que se trasmiten muchas cosas con esos gestos físicos. Sanos, sinceros, emotivos; tienen un gran significado para mi. Sin pudores, para percibir la presencia de la amistad. Por supuesto que también lo era con él. Y mira por donde, en un deporte como el fútbol, todo eso se pone de manifiesto. La exaltación de la euforia ante un gol, da paso al lado menos pudoroso y recatado del ser humano. Igual estos gestos los extrapolo fuera de cualquier contexto futbolístico. Si me apetece abrazar a un amigo o amiga, lo hago. Sin más. No hay que estar metiendo goles en el partido de la vida para provocar abrazos.

Pero José no esperaba irse sin decirnos adiós, pero lo cierto y verdad que así fue. Pero nosotros sí queríamos hacerlo. Darle un último adiós, o quizás un "hasta luego". Cuando le propuse a sus dos hermanos hacer un homenaje en su honor, simbolizado en un partido de fútbol, me dijeron que sería algo muy duro pasar por todo eso. Que sus amigos y amigas se reunieran para, esta vez al unísono, y cada cual en su propia meditación, darle un último adiós, sería pasar por un trago difícil. Cierto que sería duro, pero no más duro que perderlo. Aunque el momento que viví con el resto de compañeros, estuvo cargado de pena y dolor, provocado por el recuerdo y las huellas que dejó en cada uno de nosotros.

Y es que un día, no hace mucho, su corazón se cansó de latir. Quiero pensar, que dio tanto, que se gastó y consumió de tanta generosidad. Pero parece ser, que eso la vida, no lo tiene en cuenta. Perder a familiares y amigos, te pone a prueba, y aquella mañana, resultaría un examen para todos mis compañeros. Yo podía verlo en sus caras. Contraídas, serias, afligidas, llenas de tristeza. Igual esas caras observaban lo mismo en la mía. Más aún, cuando antes de salir al partido, y como de costumbre, rezamos el "padre nuestro". Algo habitual en nuestro grupo, pero aquella oración tenía un significado especial. Era la primera vez que escuchaba rezar a más de treinta hombres abatidos. Casi sin alma, casi sin fuerzas. Las justas éstas, para salir a un campo de fútbol, mantener su cuerpo en pie, y dejarse llevar por otras fuerzas interiores, hasta entonces desconocidas.

Al salir todos uno tras otro en fila, y a pesar de la fuerza del sol a esa temprana hora, notaba mis manos frías. Unas manos que apenas si podían sostener un ramo de flores. Temblorosas, como mis pasos, empujados por el ritmo de mis compañeros, que justo a mis espaldas, seguían mis pisadas. El camino hasta el centro del campo se me hizo tremendamente largo. Pero al ir el primero, aproveché esa distancia para dejar que mis ojos se aclararan. Me detuve, giré para ponerme frente a su familia y al público allí presente, y volví la mirada en otro nuevo giro hacia mis compañeros. No sé quien dijo eso de que los hombres no lloran. Los hombres lloran; yo lo he visto. He visto a treinta hombres llorar conjuntamente. Y los hombres también se lamentan y maldicen. Todo eso lo estaba viendo esa mañana.

Pero cuando otro compañero sacó fuerzas, para decir a través de un micrófono unas palabras en su memoria, yo hice lo propio para dejar mi mente en blanco, y de alguna manera, ponerme en contacto nuevamente con él. Con el amigo que nos dejó sin decir adiós. Y como no, pasar la "película" de nuestra amistad por mi cabeza. Y vinieron situaciones a mi mente, todas claras y nítidas. Y llegaron a mi memoria multitud de momentos vividos con él. Y en esos recuerdos divisé esos abrazos. Esos gestos de afecto que siempre tuve con él. Y él conmigo. Mis palmadas en su espalda como muestra de cariño, de gratitud. Por un momento, me olvidé de donde estaba, y mi mente se ausentó de aquel acto de homenaje a este amigo. Aunque el final de las palabras de mi compañero, y el seguido aplauso de los allí presentes, me avisaban que era el momento de acercarme a su familia, y entregar las flores que llevaba en mis manos. Aún recuerdo su agradable olor. Y aún recuerdo el tremendo silencio que allí se hizo.

Y así fue como comencé a avanzar con mis pasos hacía donde se encontraban sus familiares. Sin pudor por mostrar las lágrimas que no se iban de mi cara. Sin decoro ni vergüenza por ser un hombre, y un hombre que llora. Y mientras caminaba hacia ellos, sentí el deseo de abrazarlo, pero ya no podría. Ya no estaría jamás para eso, pero quería pensar que le di abrazos suficientes cada vez que tuve oportunidad. Pero aún así, hice lo propio con su familia. Tras entregar las flores a su sobrina, quise abrazarlos a todos, a cada uno de ellos, justo como habría hecho con él. Estoy seguro, que alguno de esos abrazos, le llegaría allá donde estuviera. Al menos eso quise creer. 

Y es que pienso, que cuando alguien nos deja, lejos de hablar de injusticias, pues todas las pérdidas lo son, y más de alguien querido, cabe reflexionar sobre como vivió y cómo fue tu relación hacia esa persona. Pero sobre todo, estas reflexiones sería buenas hacerlas, cuando esas personas están aún presentes en nuestras vidas. Porque estos pensamientos, estas meditaciones, de nada valen cuando ya es tarde. La vida puede darte mil y una oportunidades, pero lo contrario a la vida, no te da muchas opciones. Y aunque es con la pérdida de alguien, cuando nos vienen a la cabeza todas estas consideraciones, hay lecciones de vida que solo aprenderás a base de golpes y caídas.

Igual todos los abrazos habidos y por haber, nunca son suficientes. Igual no. Es precisamente por eso, que trato que se pierdan los menos posibles....








Bienvenida, 20 de junio de 2015. Fotografías U.D Veteranos Fuente de Cantos.


       







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