viernes, 15 de enero de 2016

Gente pequeña

En más de una ocasión, cuando hablamos de viajes, nos gusta preguntar en medio de esa conversación, cuál es el mejor de todos cuantos hemos realizado. Normalmente pensamos en lo divertido que fueron, las personas que nos acompañaron, la belleza de cuánto vimos, o la intensidad de cómo lo vivimos. Hasta hace algo más de dos años, mi pensamiento era exactamente el mismo, hasta que entendí, que el mejor viaje que puedes realizar, es aquel con el cuál, como consecuencia de todo lo vivido, regresas convertido en otra persona.

Yo experimenté esa sensación hace unos años con mi primer viaje a Uruguay como cooperante. Allí conocí a gente increíble y maravillosa. Pero es evidente que resultaría difícil explicar la importancia de esta aventura, porque para muchas personas, mis sensaciones no tendrían el mismo calado que produjo en mi. Posiblemente, el momento que atraviesas en la vida también influye, porque un viaje, cuando lo emprendes, debes empezar a hacerlo antes interiormente. A veces necesitas algo que te haga cambiar, y si es a través de un viaje, éste y todo lo que en él te ocurra, nunca lo olvidarás.

Una vez que inicias esa experiencia, en la cuál quieres de alguna manera vivir alguna sensación que te influya de manera positiva, es posible que sientas cierta frustración, porque todo precisa un tiempo, y no todo llega cuando uno quiere. Pero al final, la paciencia trae su premio. Estar a solas por un mes, desconectado de tu vida cotidiana, e ir de un lado a otro sin compañía, pero conociendo gente allá donde pisaba, hizo que crecieran en mí nuevas sensaciones. Nada extraordinario, pero sí único, porque es cuando entiendes lo corta que es esta vida para conocer a tanta gente buena, y lo pequeño que somos en este mundo tan enorme. Descubres de qué estamos hechos, porque antes no lo sabías. Y si alguna vez olvidaste cuán importante eran ciertas personas para ti, ya no lo olvidarás jamás.

Conocer gente nueva, vivir en nuevos espacios, sentirte solo a propósito, pone freno a tu alevosía sobre la vida, aclara tu humildad, enjuaga tu ego, y te vuelve pequeño, para más tarde, poder volver a crecer con otras expectativas. Una vez te ocurre esto, resulta que es cuando entiendes que es a consecuencia de las huellas que dejaron en ti. Gente como tú; y sobre todo, "gente normal", que son las que realmente te aportarán grandes cosas. Sensaciones que jamás podrás conocer si vives en tu burbuja particular.

Porque sin lugar a dudas, la mejor de esas sensaciones, es que te das cuenta de lo pequeño que somos, o lo pequeño que soy, y de cuánto peso pueden tener las acciones que realizamos, sobre todo, para nosotros mismos. Para ello, basta tomar un café con la persona adecuada, una cualquiera, valga la contradicción, en un lugar al que nunca volverás. Compartir una confidente charla con un desconocido, porque sabrás que te escuchará sin tener ningún perjuicio sobre ti. No harán falta grandes momentos, ni días inolvidables, porque todo irá sumado al final del viaje.

No tener ni la más remota idea del día que tendrás por delante, te convertirá en la persona más imprevisible del mundo, y lo conseguirás con la complicidad de las personas que te irás encontrando en el camino, y que seguramente entenderán a la primera, qué pintas allí en ese preciso momento, porque serán gentes como tú. Causarás un efecto en ellas, similar al de ellas en ti. De todas las persona hay algo que aprender; absolutamente de todas. 

"Cuentan que había un anciano, que todas las mañanas nada más despertarse, bajaba desde su casa a la playa para dar largos paseos. A diferencia de otros días, la orilla estaba totalmente repleta de miles y miles de estrellas de mar, que se extendían varios kilómetros a lo largo de la costa. Seguramente, -- pensó él --, se trata de un fenómeno como consecuencia del cambio climático al que estamos sometidos. Sintió tristeza por todas aquellas pequeñas criaturas, pues las estrellas de mar tan sólo viven cinco minutos fuera del agua.

El viejo señor, continuó caminando absorto en sus pensamientos, sin reparar de nuevo en la tragedia de las estrellas de mar. De pronto, se encontró con un niño pequeño que corría de un lado a otro de la playa; la cara empapada de sudor y los pantalones remangados. - ¿Qué estás haciendo chico?-, preguntó el anciano.

Estoy devolviendo las estrellas al mar, de lo contrario morirán,--contestó el niño--. Junto todas las que puedo y las lanzo mar adentro, más allá de donde rompen las olas, para que no vuelvan de nuevo a la arena.

Ya veo, --contestó el anciano--, pero has de saber que de nada vale tu esfuerzo. Vengo caminando largo rato, desde bastante lejos y hay miles, tal vez incluso millones de estrellas ancladas en la arena. Podrás salvar a unas pocas, pero la inmensa mayoría morirá y todo tu esfuerzo no habrá servido para nada. Lo que haces no tiene ningún sentido.

El niño, que lo miraba fijamente, le mostró una pequeña estrella que escondía en la palma de su mano, y antes de lanzarla al mar, le dijo al viejo anciano; --Para ésta sí que tiene sentido--."

Antes de iniciar un viaje, procuro informarme de lo que allí me puedo encontrar, pero la mayoría de las veces, y sobre de lo cuál nada viene escrito, es sobre la gente. Una buena manera de conocerlos, es a través de sus escritores. Sus plumas hacen alarde de su idiosincrasia, y Uruguay tiene, entre muchos, a dos genios; Benedetti y Eduardo Galeano. Leyendo sobre este último, se me quedó grabada una frase que decía así; 

"Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo".

Tal vez por eso, desde entonces, nunca olvido lo pequeño que soy.



Imagen libre de la red.


  

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