viernes, 2 de septiembre de 2016

La hija del farero

Esa tarde, el sol había decidido aparecer, y de esta manera, dar una tregua a las varias jornadas de tormentas y diluvios que habían estado presentes en aquel pequeño pueblo costero. Las calles volvían a tener vida, y la claridad lucía vigorosa, donde los ojos casi necesitaban volver a acostumbrarse a la luz, pues una espesa niebla había acompañado a los últimos días y noches de las primeras jornadas de aquel invierno.

Los habitantes de ese pequeño pueblo supieron del accidente nada más ocurrir. Un barco pesquero chocó en plena tempestad contra las rocas, y había provocado la rotura de su casco en varios pedazos. El grupo de marineros que hubo naufragado encontró refugio en la única taberna del pueblo, que hacía las veces de posada. Tendrían que pasar allí varios días hasta que su barco fuera reparado y dispuesto de nuevo para faenar mar adentro. Mientras tanto, trataban de pasar los días lo más entretenido posible dentro de aquella taberna, ya que aquel pueblo no parecía que diera para mucha diversión, menos aún con aquellos días lluviosos.

Avanzaba la tarde, y el más joven del grupo de pescadores, un apuesto marinero, no tardó en salir a patear las calles en el momento de descubrir que al fin el sol, había ganado la batalla a aquella espesa niebla; al menos por el momento. Rápidamente su paseo lo llevó a las afueras del pueblo, llegando a los pies del mar, dónde éste chocaba una y otra vez contra las rocas. El viento lo despertó del letargo de varios días encerrado, y su ánimo comenzó a recobrar vida.  

Su mirada quedó perdida en el horizonte, donde la caída de sol formaba un precioso dibujo anaranjado, tal vez recordando el momento en el cual su barco colisionó estrepitosamente con las rocas, o quizás pensando en cuándo estarían de nuevo dispuestos para adentrarse en aquel infinito mar. Éste no solo era su medio de subsistencia; era su vida. Aquel accidente no supondría ningún rechazo al amor que sentía por aquella pasión de navegar. En ese paseo, de repente, vio a alguien sobre una roca casi al borde del acantilado. Le resultó extraño la imagen que le proporcionaba aquella persona solitaria y sentada en un sitio tan peligroso. Supuso que era una chica, por la forma de su pelo ondulado al compás del viento, así que sintió el atrevimiento de guiar sus pasos hacia ella.

Cuanto más se aproximaba, y como si de un extraño poder de atracción se tratara, más aceleraba sus pasos deseoso de descubrir quien era; se sentía intrigado por cuál sería su rostro, o más bien su belleza. Sin saber por qué, algo le decía que iba a gustarle lo que allí encontraría. Pensó en que no sabría qué decirle cuando llegara a su lado, pero como si ella supiera que el chico se acercaba, y ya a escasos metros de su espalda, le dijo; "supongo que eres uno de los marineros que iba en el barco que chocó hace varias noches contra las rocas"....

Él quedó extrañado ante aquella confirmación por parte de ella, quien sin ni siquiera girarse, no tardó en argumentar su suposición; "No vienen muchos forasteros por esta isla, así que era fácil adivinarlo". El joven no sabía qué decir; estaba bloqueado. Solo miraba fijamente su espalda, sobre la cuál bailaba su pelo tal y como al viento se le antojaba, hasta que tras un largo silencio, ella se levantó, se giró hacia él y le dijo, "he de irme a casa, está oscureciendo."

Aquella noche el joven marinero no pudo quitarse de la cabeza a aquella misteriosa chica. Además de haber quedado prendado de su belleza, sentía una enorme intriga en saber más sobre ella. Fueron eternas las horas que sucedieron hasta el amanecer, donde no tardó en salir de su habitación rumbo al mismo lugar del acantilado donde encontró a la chica la tarde anterior. Pero allí no había nadie. Paseó de un lado al otro de la costa, esperando encontrarla sentada en alguna roca, pero cansado en su empeño, fue él quien se sentó a descansar. Al poco rato, alguien le habló a sus espaldas; "Parecía que andabas perdido". Era la chica, a la cual descubrió al girarse. Pero esta vez, no calló; "¡Te buscaba a ti!".

Desde aquel momento, no pasó un solo día en que nada más amanecer, el joven marinero se encontrara con la chica al borde del acantilado, desde donde partían a recorrer los bellos rincones de aquella pequeña isla, acompañado de conversaciones de todo tipo. Era ya un deseo de ambos que tras anochecer, que era cuando ella debía irse a casa, pasaran las horas rápidamente para que llegara un nuevo día y pudieran volver a verse.

Cierto que necesitaron varios días para el primer beso, pero tan verdad es, que no tardaron en perder la cuenta de todos los que siguieron al primero. Así fue como se hicieron inseparables, y así fue como él no tardó en declararle incondicionalmente su amor. Jamás había sentido nada parecido en su vida, y estaba seguro que no encontraría jamás a nadie como ella. Aquel accidente había dado como consecuencia que encontrara al amor de su vida, y no cesaba en su empeño de recordárselo; "Has sido y eres mi más bonita casualidad. Sabía que tras el accidente algo bueno me ocurriría. Estaré toda mi vida en deuda con el destino por darme el regalo de conocerte".

Pero una noche, cuando el chico regresó a la posada dónde seguía alojándose con el resto de marineros, la noticia que recibió, aunque podría interpretarse como buena, a él lo dejó abatido. El barco estaba casi reparado, y en apenas un par de días, podrían abandonar la isla y continuar con su camino mar adentro. Eso supondría que definitivamente tendría que despedirse de aquella chica, pero intuía que su corazón no se lo permitiría. Aunque no sabía dar respuesta ni solución a aquello, tendría que compartir la noticia con ella al día siguiente.

La chica supo que algo preocupaba y rondaba por la cabeza de él, pues sus besos sabían a despedida. Pero ese momento era esperado por ella, y es entonces cuando le pidió que esa noche la pasara a su lado. El corazón del chico latía con prisas, pero pareció detenerse cuando llegaron al lugar dónde ella vivía; el faro de la isla. Allí fue donde le dijo que esa era su casa, a la misma vez que su lugar de trabajo, pues era la encargada de dar luz a los navegantes en aquellas noches oscuras. Esa era su labor desde que falleció su padre, quien había ocupado toda su vida el puesto de "farero".

Mientras le explicaba todo aquello, pudo comprobar la cara desencajada del chico, el cuál no podía creer lo que estaba escuchando. No sabía si era odio, rencor o ira lo que estaba reteniendo en sus adentros. Pero la chica parecía no extrañarse con la reacción del joven marinero, a lo que de manera serena, le preguntó; "¿Te ocurre algo?. ¿Te sorprende que sea la encargada del faro?."

El chico, casi balbuceando, empezó a hablarle;

-" Desde el primer momento de llegar a esta isla, y de la manera que lo hicimos, chocando bajo el acantilado, todos nosotros pensamos que ocurrió por culpa del faro, que no estaba encendido, y fue eso lo que provocó que arribáramos rompiendo nuestro barco contra las rocas, atracando estrepitosamente. ¿Cómo crees que debo encajar todo esto, ahora que sé que eres la responsable del faro?".

- "Lo sé. Sé perfectamente lo que ocurrió esa noche", le dijo ella. "Y es cierto todo lo que dices, que el faro estaba sin luz, entre otras cosas, porque yo estaba ahí en ese momento". 

Él quedó paralizado, sin saber como hacerle ver que era la culpable de aquel accidente. No sabía como gestionar aquella situación. Pero antes que dijera nada, ella volvió a adelantarse, para decirle;

"Y si es cierto que el destino debía darte un regalo, y si tan confiado estabas de ello, y en que iba a convertirme en tu más bonita casualidad...., alguien debía apagar el faro, ¿no crees?".

Eso hizo que él sonriera. También, que ella se alegrara. Y él no tardaría en vivir en aquel faro, y así convertirse, en el amor de la hija del farero....


Imagen libre en la red. Fuente de Cantos, 2 de septiembre de 2016.
     
  
     



  




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