viernes, 3 de febrero de 2017

La vida de colores

No recordaba muy bien en qué día de la semana se encontraba, menos aún del mes. Con alguna seguridad sería viernes, pero tampoco estaría de más que fuera miércoles. Por su cabeza solo pasaba pintar todo lo que se le viniera a ésta. Sentarse en ese sillón azul, ponerse frente a un gran lienzo y dar rienda suelta a su imaginación. La gran tabla de colores, infinitos, estaba preparada para ser usada. 

Llevaba así semanas, creo que exactamente 34 días, según se contaba el tiempo en su planeta. Su inspiración se resistía a presentarse ante ella, aclararle sus ideas y sacarla de aquel estancamiento mental. En el momento que comenzase a mover el pincel, sabía que ya no pararía, pero eso aún no había ocurrido y su cuadro estaba intacto, deseando ser pintado.

Pero llevaba demasiado tiempo así, sin conseguir nada, y ella sabía que debía cambiar aquella situación urgentemente. Temía que no pudiera avanzar nunca anclada en ese, ahora maldito, sillón azul. Entonces ese día pensó que empezaría precisamente por ese color. Tal vez un cielo de fondo vendría bien. O quizás mejor un amplio mar en el que encontrara todas sus respuestas, incluso las no preguntadas. Ya se veía pescando noches de melancolía sobre una pequeña barca blanca, remando en la dirección que su corazón le quisiera marcar. Y fue que pintó a éste, con sus trazos rojo carmesí, y lo colocó en cualquier lugar del cuadro, pues seguro lo usaría en algún momento. Un corazón con la forma que estamos acostumbrados a ver pintado.

Pero mientras su pincel daba forma al barco, antes de "subirse" a él, pensó que quizás estaría mejor en tierra firme. Sin duda necesitaría verse a sí misma metida en ese cuadro con más seguridad, y quería saber dónde pisaba. El agua era algo que le apasionaba, le gustaba, pero tal vez en esta ocasión estaría mejor caminando por la orilla del mar. A todo el mundo le relaja caminar por la arena y le hace sentir bien. Así usaría un color dorado, idóneo para eso, y pintaría conchas y estrellas de mar ancladas en esa solitaria y extensa playa que rondaba en su cabeza. Pero imaginó sus pies hundiéndose en la arena, y tenía la sensación de que sus pasos, eran cada vez más pesados. Caminaba con fatiga y no estaba disfrutando de aquel paseo.

Fue cuando se fijó, que sin quererlo, había usado el color negro y pintado atada a sus pies, unas enormes cadenas. Ahora también percibió que había pintado el corazón unido a esas cadenas. Y aquella playa, tan solitaria, empezó a causarle una angustia que recorrió todo su cuerpo. Porque cierto que le gustaba la soledad, pero aquello que estaba pintando suponía amarrarse aún más a sus recuerdos.

Rápidamente pintó un fondo blanco para borrarlo todo, y dio la vuelta al lienzo. Esta vez lo haría con más calma. Dibujó antes en su cabeza los bonitos recuerdos que ahí guardaba celosamente, casi en secreto. Era ahí, en su mente, donde los pinceles hacían acrobacias y jugaban con todos los colores con un inusual desparpajo. Óleos y acuarelas, daba igual, pues siempre había pintado sus sueños a su antojo, con colores jamás vistos por nadie más. Cerró los ojos, y entonces trató de recrear aquello que ahora pasaba por su mente, moviendo los pinceles con una habilidad desmesurada.

Usaría este vez los colores más brillantes y agradables del mundo. Los tenía todos en su tabla. Fue así como empezó a plasmarlo en el cuadro; rosas y ocres para los rostros de su familia, amigos y seres queridos, siempre tan cerca de ella; color marfil las sonrisas de los niños que llenaban su vida; verdes y dorados los campos por los que caminaba; amarillo el trigo que acariciaba con su mano en aquellos eternos paseos. Eran turquesas y azules las aguas de los ríos y lagos que le gustaba frecuentar, tonos que delataban su pureza y transparencia.

Rojo encendido para el crepúsculo que se precipitaba en la parte superior del cuadro y que casi, mansamente, cegaba de manera sutil cualquier oscura mirada. Lila el vino que llenaba su copa, y anaranjados los destellos de luz que atravesaban el cristal, pintado con un gris claro. También eran dorados los todos de su cabello, que se estremecía dulcemente sobre sus hombros con el golpe del viento. Ahí fue que pintó su ilusión de color granate y de ámbar su juventud, dándose cuenta en ese momento de que tenía ante ella todos los colores de la vida y, mejor aún, que podía pintarlos a su gusto y en cada una de las cosas o personas que le hacían feliz. ¡Incluso podía poner color a sus sueños!.  

Después de sus últimas pinceladas, empujó hacia atrás aquel sillón azul, sobre el cual, ahora sí, había creado su obra maestra. ¡Y es que todo estaba en su cabeza!. Se levantó, y miró a su lado, sorprendiéndose al ver y sentir algo que la había estado acompañando durante todo el momento. No medió palabra, pero pensó que tal vez, por fin, se trataba de la inspiración. Aunque quizás ese día, venía encarnada en forma de esperanza, de ilusión, alegría, o quien sabe, quizás incluso en las ganas de volver a amar.

Se cambió de ropa, pintó sus labios de rojo, pero no quiso eliminar las pequeñas manchas de pintura que habían quedado en sus manos. ¡Sería tan lindo ver aquellos colores durante todo el resto del día! Así fue como salió a la calle. Entonces vio como la gente transitaba deprisa, incluso casi desesperada, sin que se percataran del mundo en blanco y negro en el que vivían....


Fuente de Cantos, 3 de febrero de 2017. Imagen libre en la red.




       

No hay comentarios:

Publicar un comentario