viernes, 3 de marzo de 2017

Esto no es vida

Desde luego que nuestra cabeza funciona de manera coordinada con lo que vive diariamente. Estamos influenciados por nuestra vasta realidad, y si algo no nos afecta, o se trata de una cuestión efímera para nuestro pensamiento, cae en el olvido. Por ejemplo, prestamos atención a una enfermedad, sea cual sea, solamente cuando nos afecta de manera directa, a nosotros o a alguien cercano. Pero sin necesidad de ser tan trágico, valgan otros sencillos ejemplos; cuando una pareja emprende el camino de convertirse en padres, suelen ver mujeres embarazadas y carritos de bebés por todos lados; cuando decides comprar algo que consideras original, y antes no veías, una vez lo adquieres, te lo encuentras hasta en la sopa.

Así funciona nuestra cabeza, que es quien decide las prioridades que quiere mantener más o menos presentes. Pero ahora, volviendo un poco a ser trágico, o tal vez melancólico, o quizás reflexivo, insisto en que solo cuando tenemos que sufrir una desgracia diariamente, en primera persona o de alguien cercano, es cuando le prestamos atención y nos exponemos a nuestra debilidad interior. Es entonces cuando sale a la luz nuestro lado más humano, o tal vez el más solidario y sentimental. 

Es ahora que se habla en los medios de un nuevo caso de eutanasia, que se reabre el debate del derecho a morir de una manera digna. Darle una muerte honrada a quienes ruegan por dejar de vivir, pero no saben cómo hacerlo. Más bien, no pueden. Recuerdo que fui a ver al cine la famosa película española "Mar adentro", donde se relata la historia de un joven gallego llamado Ramón Sampedro, que lucha desesperadamente por buscar la forma legal, justa o tal vez moral, de encontrar la paz a su sufrimiento a través de la muerte. Ni que decir tiene que salí del cine impactado. 

Aunque ya hace tiempo de esta película, recuerdo que tuve muy presente el caso en mi cabeza por varias semanas; quizás fueran algunos días. Bueno, es posible que no fuera así, y lo más seguro, es que tan solo lo tuviera presente en mi mente por unas horas. Se iría del recuerdo permanentemente y quizás de manera fugaz volviera a ésta alguna vez, por venir de nuevo el caso a mis oídos "accidentalmente", pero ya sin tanto impacto. Como no es algo que me afecte, no suele durar mucho en mi pensamiento. Es la realidad, ¿verdad?.

Pero ahora reabro esos recuerdos con fuerza, cuando escucho en la radio una rotunda pregunta; ¿puede alguien como tú o como yo elegir cómo va a morir?. La respuesta es, que posiblemente no. No podemos elegirlo, porque la eutanasia está prohibida y penalizada en casi todo el mundo. Solamente es posible en 4 países de Europa (Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Suiza), Colombia en América Latina, y en tan solo 5 estados de los Estados Unidos. Solo Bélgica, y desde hace dos años, que no pone límites de edad a la eutanasia. 

Quizás bastaría buscar la opción de cambiar el lugar de residencia y encontrar así la mejor manera de morir. Demasiado triste que tuviera que ser de esta forma y morir lejos de tu tierra, pero supongo que más triste es para los enfermos enfrentarte de lleno a tantos obstáculos cuando más débil eres. Eso contando que pudiera comunicar el terrible dolor al que se enfrenta a diario, porque pudiera ser que ni tan siquiera articulara palabra, ni muecas, ni gesto alguno con el que comunicarse. Por eso siempre que hablamos de derechos humanos nos quedamos muchos de ellos atrás, esos que no vivimos de cerca. ¿O acaso no es un derecho de cualquier humano tener una muerte digna cuando consideran que ya no merece la pena estar aquí?.

Cada cierto tiempo vuelve la polémica, principalmente cuando ocurre un caso extremo que llama la atención de los ciudadanos. Como pasó con el caso de Ramón Sampedro, el que abrió el más largo debate sobre este tema, llevándolo incluso a la gran pantalla. Sampedro, con 25 años se rompió el cuello accidentalmente mientras se lanzaba de cabeza al mar, y quedó inmovilizado en una cama de cabeza para abajo, pero permaneciendo ésta en perfecto estado de salud durante toda la enfermedad. "Eso, decía él, no era vida". 

Más tarde alguien lo ayudó a morir, ya que él por sí solo no podía hacerlo. Pero, ¿por qué no iba a poder decidirlo?. Tras detener a una mujer y soltarla por falta de pruebas, ésta, a los siete años, una vez prescrito el caso, reconoció abiertamente que lo había ayudado a morir. Hay quien dijo que su conciencia la estaba aplastando. Yo más bien pienso, que era una reivindicación necesaria para volver a hablar del tema y que no quedara en el olvido.

Pero en estos debates las razones religiosas e ideológicas siempre se enfrentan a la libre opinión popular. Estas "razones", que se hacen dueñas de las vidas de las personas, no saben que también se apropian de los sufrimientos de éstas. Pero el caso en cuestión que ha reabierto mis recuerdos, excitando mis sentimientos y provocando mis reflexiones, es el de un joven italiano, Fabiano Antoniani, un famoso DJ conocido como Fabo, que tras un accidente de coche quedó tetrapléjico y ciego. ¿Hay algo más terrible que eso?. Pues sí, al menos para él; el hecho de no poder tener una muerte digna por ser ciudadano italiano.

Así que por si ya no tenía bastante, Fabo emprendió una durísima lucha con su país solicitando a las autoridades que le dejaran tener un suicidio asistido, convirtiendo su batalla en una cuestión nacional. Pero sirvió de poco, más aún en un país con unas creencias religiosas tan fuertes. Él solo quería liberarse de los dolores y de la "larga noche" en la que vivía. Un suicidio asistido, pero que para quien lo precisa, no es una ayuda para morir. Se trata más bien de un acto de amor y de compasión. Postrado en una cama, sin sentir ninguna parte de su cuerpo, pero además, quedando ciego para siempre. ¡Y es que si eso no es vida, debería ser muerte!. 

Porque Fabo, a pesar de su fama como DJ o la popularidad que más tarde alcanzaría por este caso, era un chico normal. Según escuché le encantaban los viajes y era un amante de multitud de deportes de aventura. Le gustaba sobre todo hacer snowboard en las heladas montañas de los Alpes. Curioso es que en su último viaje, precisamente tuvo que cruzar estas montañas, esta vez acompañado por su pareja y su madre, para llegar a Zurich, en Suiza, donde ingresó en la clínica que le ayudó a morir.

Que paradojas nos encontramos en esta vida. Mientras hay quienes no tienen la posibilidad de decidir cómo morir, sencillamente porque no pueden, otros, que tienen la opción de decidir vivir como ellos quieran, y sin embargo no lo hacen....



Fuente de Cantos, 3 de marzo de 2017. Imagen libre en la red.
                

No hay comentarios:

Publicar un comentario